Nací en 1987. Soy el hijo sobreviviente del matrimonio de mi madre con un maestro de preparatoria que le llevaba apenas cuarenta años. Mi padre había nacido en 1924, y mi amada mamacita en el fatídico año de 1964, año en que el presidente Lyndon Johnson firmara la ley de Derechos Civiles, en que naciera la afamada banda de rock progresivo Pink Floyd, y justo cuando nuestro Gustavo Díaz Ordaz ganara las elecciones presidenciales de México.
Tuve dos hermanos, mi hermana nació en 1983, cuatro años antes que yo; y mi hermano en 1986, pero murió al día de nacido. Mi hermana en cambio murió justo el año que perdí a mi padre, en el 2011. En el 2007 logré, a duras penas, graduarme de bachiller, en una escuela particular, afiliada a la Universidad donde mi padre trabajara por tantos años. Sé que es irónico que yo no haya tenido la suficiente capacidad intelectual para poder entrar a la preparatoria de la Universidad donde mi padre laborara por más de 30 años, pero nunca tuve la oportunidad. Mi padre jamás me perdonó esa inconstancia que desde muy pequeño manifesté. Quizá fue que por culpa de mi madre, quien a pesar de tenerme a mí, jamás se recuperó de la pérdida de mi hermano que muriera al día siguiente de haber nacido. Los doctores y enfermeras no hicieron bien su trabajo.
Mi madre, a pesar de que en poquísimas ocasiones logré observar, tras mucho rato mirándola con gran detenimiento, en sus pocos ratos de raciocinio, alguna manifestación de afecto hacia mi persona, su alcoholismo y adicción al tabaco tras la pérdida de su segundo hijo, la predispuso a mantenerme distante, a excluirme por completo de sus cuidados, razón a la que atribuyo esa inconstancia que mi padre años después me reclamara. De esta forma, fui rechazado desde muy pequeño, por ambos padres. Si a eso le sumamos que tengo dos hermanastras del primer matrimonio de mi padre, que incluso son 20 años mayores que mi propia madre; lograron que mi vida estuviera rodeada de una soledad que solamente los juegos con mi hermana podían brindarle algo de cariño.
Mi padre, siempre tan dicharachero para perseguir a sus alumnas de la preparatoria. Sus años de coscolino, no solo arruinaron el carácter de su primera esposa, de la que enviudaría por la iglesia católica en el año 2005; pero de quien tuvo que divorciarse por lo civil al término de la década de los setenta; ese mismo carácter por el que se le conociera como «el acosador de alumnas» fue el que le hiciera conseguirse a mi madre ahí por los años de 1980; mi madre entonces una chamacona de 16, mientras que mi padre tenía ya 56 años, y su hija menor, la tía Gina, contaba ya con 35 años.
Su enredo amoroso, que por toda la sociedad universitaria y la sociedad de clase media alta a la que pertenecía mi madre por el renombre de su apellido que desde hace muchos años ha estado asociado a un grupo de poder en mi ciudad, hizo que fuera visto como «estupro». El escándalo amargó mucho a la madre de mis hermanas mayores, y a ellas también, que siempre nos trataron con desdén a mi madre, mi hermana y a mí. Pero la familia de mi madre zanjó el tema, obligando a mi padre a preservar el honor de mis abuelos, casándose a los 56 años con una chamaquita de apenas 16. En 1982 nació mi hermana mayor, luego en el 86 mi hermano y al final en 1987 yo. Mi madre contaba apenas con 23 años, y había tenía tres hijos, uno de los cuales había fallecido al día de nacido, un esposo que era más parecido a su abuelo, que la había engatuzado siendo ella una mocosa que poco sabía de la vida, y no había tenido siquiera la oportunidad de disfrutarla; además tenía que soportar el rencor de la primera esposa de mi padre y sus hijas que siempre la miraban mal y que se la comían en la sociedad en que solía desenvolverse, y la reticencia de su propia familia para «aceptar a regañadientes», este matrimonio que no era más que una mal montada farsa. Era lógico que se refugiara en los barbitúricos y en el alcohol. Que nos llenara la casa de gatos y orina de gatos, y que no sintiera mucho afecto por los dos hijos que le sobrevivieron. Ella se fue perdiendo mentalmente, y mi padre fue entrando en su etapa senil, e improductiva, viviendo de las glorias adquiridas de los logros de sus hermanos, uno que fuera incluso cúspide de la universidad y quien le consiguiera la plaza que por tantos años cuidó en la preparatoria.
Mi padre, ah, mi padre, aún me emociona saber cómo se quiso poner a la altura de sus dos hermanos y se puso a cortar y pegar ciertos pasajes de libros de filosofía para armarse uno propio, firmarlo, y hacer –con el poder que su hermano le brindaba como cúspide universitaria- que fuera el libro de texto obligado de los estudiantes de prepa. Eso fue así durante muchas generaciones de preparatorianos, hasta que aquel contador público llegara a la rectoría, y entonces todo cambiara. Tiraron el libro de mi padre a la basura para poner como libro obligatorio aquel de Ramón Xirau. Un acierto, dicen muchos. Mi padre sintió doblegar su espíritu, al final era lo único bueno que le había dado a la vida.
Es por eso que cuando el mismo año 2011 me quedé sin padre y sin hermana, de un solo golpe, y al ver saturada mi casa de gatos, y apestando a orines todos los días, decidí comenzar a honrar la memoria de mi padre, del apellido que llevo, y la sangre que aún me queda y corre por mis venas. Lo primero que hice fue enviar a mi madre al hospital siquiátrico. Luego buscar la validación de mis dos apellidos, escribiendo en blogs los cuadros genealógicos de mis familiares, para demostrar que quieran o no, mis apellidos me unen a mucha gente que ha formado parte de la historia de esta tierra. Y así, poco a poco ir acercándome mediante el uso de mi filiación familiar, a manera de carta de presentación, a las instituciones académicas y de gobierno para poder conseguir apoyos económicos.
Mi madre se había vuelto un estorbo, pero saber que el apellido que me había heredado recubría mi ser de esa confortable sombra de periodismo en su propia esencia, me hizo validarlo. Decidí que me convertiría en periodista independiente. La verdad es que siempre quise ser parte de algún medio, de los importantes, que me brindarán la oportunidad de tener un sueldo con el cual vivir. La herencia, que mi padre le había arrancado a la familia de mi madre, más lo que él mismo logró construir por medio del apoyo de sus hermanos y su apellido (ahora mi apellido), me permitió comenzar desde cero, pero no duraría siempre, menos si mi madre se lo gastaba en drogas y alcohol.
Así logré meterme en todos los espacios de política, sociedad, cultura, para poder reportear y subir mis notas y opiniones a cuanta plataforma me lo permitiera, y con el paso de los meses, decidí que lo mejor sería invertir un poco y presentar mi propio espacio periodístico que me brindara la libertad para expresarme sin que nadie osara nuevamente a querer callarme. Mi padre siempre me calló la boca a bofetones, mi madre en su abandono desde la cuna me hizo introvertido, mi hermana con sus propias tragedias comenzó a olvidarse de mí, mis hermanastras apenas me toleran hasta hoy (una de ellas murió hace ya algunos años), por encargo de mi viejo. Así he ido heredando desprecios, pero me he quitado a familiares incómodos del camino, y me he vuelto yo mismo el personaje incómodo que intenta escribir su propia historia.
Todo iba bien, hasta que del hospital siquiátrico donde había recluido a mi madre me enviaron un citatorio, porque el comportamiento de mi madre, junto con otro enfermo mental que ahí había recluido se les había salido de control.
Tuve que reconocer que mi madre se había vuelto ya más que un estorbo. Su alcoholismo, su trastorno bipolar me han sacado completamente de mis casillas. ¿Cómo podía yo poner en su lugar a la sociedad de este pueblo en el que vivo si tengo que cargar con la sombra de la enfermedad mental de mi madre a cuestas?
Al presentarme a las oficinas del hospital siquiátrico, conocí a la hija del hombre con quien mi madre se revolcaba. Una doctorcita, metida a cristiana, con un historial de abusos físicos de parte de su padre, a quien habían recluido igual en el siquiátrico por abusar violentamente de ella y de su madre. Vaya pareja que éramos al encontrarnos en casos similares que se habían unido por las ardientes pasiones de nuestros padres. Ella queriendo desde hace mucho zafarse del padre, y yo queriendo que mi madre me dejara al fin en paz. El flechazo fue inmediato.
Pero la maldita doctorcita no fue del mismo ideal, y con el paso de las semanas se convirtió en una enemiga más. Me demandó por acoso, y la fiscalía general me puso una restricción para acercarme a 100 metros de donde ella se encontrará. Seguí llamándola y entonces puso otra denuncia en mi contra por acoso telefónico. ¿Acaso por ser mujer es incapaz de entender que solo quiero el bienestar de ella, y alejarla de su padre, tal como yo siempre he querido alejarme de mi madre? El daño que nos han hecho a los dos, no pareció suficiente para que ella viera, al igual que yo, la oportunidad de unir nuestros destinos. Y todas las historias que alguna vez le contara sobre las otras mujeres que intentaron rechazarme y a las que tomé a la fuerza, ahora las usa en mi contra, para levantar cargos falsos que buscan desacreditar mi honor; acusándome en las redes sociales de que he violado e intentado violar a varias mujeres. La verdad es que nadie me ha conocido una pareja estable, y no es porque no tenga la capacidad para tenerla, sino porque creo en el amor íntegro, de dos personas que se conocen en igualdad de circunstancias. Pero la doctorcita cristiana no lo entendió, y decidió incluso irse a vivir a otro estado, demandándome por acoso. Como si los 20 mensajes que le enviaba todos los días por el teléfono móvil, fueran razón suficiente para su postura.
Es igual que todos mis enemigos. También ella, como todos los demás, quiere callarme. Pero soy un periodista independiente al que nadie podrá detener, que siempre dirá lo que piensa, y que jamás se disculpará por sus actos.
Si logro sacarle dinero al Ayuntamiento, ha sido por mi constante entrega, disciplina y profesionalismo; ya no al calor de mi apellido solamente, sino a las horas de dedicación y constancia y valor para decir lo que los demás temen decir; a las denuncias que hago contra todo lo que está mal.
Mis enemigos han crecido, dentro de los partidos políticos, dentro de los propios medios de comunicación, desde todas las trincheras vienen los ataques, y me miro en el espejo, y veo el rostro de mi padre, su vejez beoda que siempre fue su signo; y entonces recuerdo a mi madre y la culpo de todo lo que me ha pasado. Del estado en que hoy se encuentra mi nombre en boca de todos.
Mi madre y todas las mujeres que me han rechazado. No sé qué le vio aquel alcohólico padre de «mi doctorcita»; no sé qué cosa pudo verle mi propio padre, a no ser solo el tono de sus muslos y su carne de dieciséis años; quizá fue la herencia que sabía que alguna vez podría tener a su disposición. Jamás me condolerá el falso sufrimiento de mi madre. Ya no estoy para ponerme a reflexionar si alguna vez me quiso o no. Yo estoy seguro de que en lo que le quede de vida, la mantendré encerrada en ese hospital siquiátrico, y poco a poco iré borrando su rostro de mis recuerdos.
Semblanza:
Adán Echeverría, Mérida, Yucatán, (1975). Doctor en Ciencias Marinas. Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011). Premio Nacional El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva 2008, Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007). Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Becario del FONCA en Novela (2005-2006). Poemarios El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008) y Tremévolo (2009); Cuentos: Fuga de memorias (2006) y la novela Arena (2009). Compiló en Disco Compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (2008).