Cuento «The second one» por Gonzalo del Rosario

Sí, la segunda que me atraparon, o nos atraparon, fue con Jules (aunque en su caso pueden haber sido más) estábamos como casi todas las noches en el Paseo de las Letras sentados a lado de Vallejito leyendo 2666, Que viva la música, 80m84rd3r0, Trilce y el libro de Ensayos completos de Sábato (pegadazos) a la par que lanzábamos un dubbie-dedo a la velocidad de la oscuridad.

Cuando leíamo-lanzábamos era siempre en voz alta, luego Jules comentaba, yo hacía mi descargo y al final concluíamos cualquier cosa menos de lo leído. Aquello era lo principal, nuestra lectura no pretendía aproximarse a un análisis académico, de hecho ni siquiera llegaba a análisis (al menos mi lectura no, por esos tiempos epicúreos, pero Jules sí que interpretaba bacán, supongo que por su condición de estudiante de ingeniería: tiene que gustar de los números y las operaciones, o comprenderlas al menos, y eso considero es preciso para analizar la literatura en serio) tonces gran parte de la discusión era cagarnos de risa sin parar debido a la subida de la estonura que nos ponía a divagar en infinitas digresiones.

A veces no llegaban buenas pegadas como cuando alcanzábamos ver el futuro y no lucía alentador. Las visiones eran despedidas sin que yo supiera cómo detener las imágenes que me obligaban a contar que todo era agua, que todo eran olas gigantes, y que por más que se refugiaran en los edificios más elevados las olas incluso llegarían a tumbarlos, no dejarían nada, los millonarios construían refugios bajo tierra, otros submarinos gigantescos, agua, mares saliéndose por todos lados, y la gente quemándose… ahí nos detuvimos porque Jules también lo había visto –para oe, ya Pink, para ya huevón que tengo miedo- y sus ojos iban más rojos de lo normal, porque tenían el brillo de quien estaba a punto de llorar y lo retenía, se tapó la cara con las manos –¿qué ha pasado?-, -no sé Jules pero también me cago de miedo ¿lo viste?-, -sí… ya cuando la gente se derretía en la lava me palteó, no hablemos más huevadas- miramos los libros –oe ¿y nos puede pasar algo por esto? ¿No estaremos jugando con fuerzas sobrenaturales muy pendejas?-, -sí, así parece… y no me gusta, pero no sé ¿qué dirá el dios Borges?- saqué Siete noches, que también lo llevaba, aunque ya poco porque este libro me gusta tanto, y ya lo he leído tanto y tantas veces y con tanto cariño que tengo miedo de parkeármelo, porque a mí como a Soler Serrano el Borges oral me parece más cálido –un argumento de peso contra el Borges escrito.

No terminábamos de reírnos cuando la PAD se detuvo, una vez más, en el Paseo de las Letras, pero ahora la pavita que quizá debimos haber ofrendado a la Pacha me la guardé en el bolsillo secreto y sin cierre al interior de mi mochila, bien oculto al fondo pa´ pasar piolaza.

-Documentos señores ¿qué hacen a esta hora por acá?-, -tú, el gordito, ven- me dirigí a la PAD recontra tranki porque no llevaba más que esa pavita en la mochila, y por una pava ¡Give me a mother fuckin break! -¿se puede saber qué han estado haciendo?-, -estamos leyendo… estudiando… somos universitarios-, -¿estudiando un cuarto para la medianoche? ¿Me has visto cara de cojudo?-, -bueno, puede ver que hay muchos libros en mi mochila- Jules se había quedado con el subalterno, quien colocó más libros sobre la banca de los que en su vida vería jamás.

-¿Estudiando? ¡Ah!- y acá escupió –¿no querrás decir…drogándote?-, -¿qué ha dicho? ¿Disculpe?-, -drogándote, pasteando, lanzando el wirito, echándose un tiro-,  -¿no sé de qué me habla?-, -de drogas huevón-, -no, yo lo que sí hago en reuniones familiares, es que mis primos me obligan a… tengo que tomar cerveza o champagne para el brindis ¿eso cuenta?-, -estoy hablando de estupefacientes, alcaloides, marihuana, coca, pasta, terocal, pepas, ácidos, heroína- ¿cuándo será el día que los recicladores griten eso por las calles? –no, no, desconozco mayormente, pero por ejemplo sí, Hamilton, Malboro tengo amigos que fuman y me invitan sus cigarrillos antes de clase- nunca debes perder la cara de inocencia y la mía sobra, toda la vida he tenido cara de nerd y más con estos lentes, aunque creo que mi cabello no ayuda ahora: hace como tres años que no me lo corto y se ve tan bacán –he visto a tantos chicos de tu edad, perdiéndose, malográndose, vidas tiradas al desagüe por tan solo unas pitadas de esa maldita droga, ah…- ta qué miserable hipócrita, si les importáramos deberían estar jodiendo a los narcos en serio no a los monfus-creativos.

Mis ojos rojazos me obligaban a mantener fija la atención en sus consejos de Cedro pero igual me perdía entre tanta babosada lanzada a diestra y siniestra, por eso no pude más y –jefe, hace unas semanas vi un reportaje en la televisión donde el alcalde de Surquillo, en Lima, colocaba como veinte cigarrillos de marihuana sujetados con una liga sobre una balanza y pesaba menos de 8 gramos, que creo es la cantidad legal para no ser considerado vendedor, por eso dijo que esa medida era ambigua y que quería legalizar la comercialización de esta droga, al menos en su distrito- oh sí, ahora mi cara de yo no fui, yo no sé nada, conmigo no es, era lo menos creíble del mundo –pero ese alcalde es un imbécil, no sabe ni mierda- y la sigo cagando –disculpe jefe pero ¿por qué están revisando tanto mi mochila?-, -¿qué pasa? ¿Acaso escondes algo?-, -no, pero la pueden dañar, así como a mis libros-, -vaya a revisar entonces.

Me acerqué y Jules tenía la situación bajo control -pero ya jefe va viendo como cuatro veces que no hay nada, ha revisado por todos los bolsillos y no ha encontrado nada- el problema era que si bien no había un cox o un tamal u otro bate o moño, lo que sí permanecía en caleta era la pava recién apagada que despedía un olor terrible, pero que el pobre policía no hallaba. Ya iba por la octava revisada: mete la mano, viola y ultraja por cada bolsillo a mi mochila y zambulle su cara y respira y se vuelve a molestar porque sus cinco dedos auscultan sin lubricación cada bolsillo y nada, nada, ni mierda, no encuentra nada…

–¡Ya, Figueroa! ¡Venga ya! ¡Si no ha encontrado nada, deben estar limpios!- y aquí nos miró odiándonos –¿qué ustedes no huelen nada? ¡No huelen nada! ¡Hablen!-, -¿oler qué?-, -¿de qué está hablando?- gruñó con odio y dio una última revisada a cada bolsillo y a oler como sabueso ahogándose al fondo de mi mochila, pero con sinusitis porque no encontró ni la rizla. Al retirarse sus ojos señalaban que se vengaría para luego reparar en la incertidumbre de sentirse burlado por un par de chibolos fumones.

–Decíamos ayer -abriendo los libros fingimos leer hasta no escuchar sus llantas cerca. Cuando vimos voltear a la PAD por San Martín, sacamos la pavita del bolsillo secreto. Tras elevarla hermosa como una espada en el aire, la coloqué en mi pavera del Etnias, y mirándonos aún sin creerlo le dimos unos hits de puro nerviosos antes de agradecer a la Pacha. De allí metimos todos los libros en mi mochila y fugamos embalados. No volveríamos a lanzar en el Paseo de las letras por un par de semanas.