Cuento «¿Será que compran mis obras?» por Daniel Andrés Bravo

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé…
(¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,


Carlos Gardel

Capítulo I

Ese momento, ¡maldito momento!, que enturbió y oscureció mi mente, entre mi vergüenza y mis ganas detestables de irme de aquel lugar, al que por muchos días deseaba pertenecer, además de las cinco o seis cervezas, pues no me acuerdo cuántas llevaba, estaba ebrio, ¡sí!, estaba ebrio, ¡pero de la puta rabia que tenía!, mas no me importaba y me reía por dentro, y sabía que mi hígado, mi amigo de mil batallas y podrido de alcoholismo hasta las venas, me acompañaría con una rondita más de pola y de guaro. Sin embargo, creo que la bohemia reflejada en los cantos, los cuentos morbosos y eróticos que se escuchaban por los pasillos de la galería, más las esculturas, los dibujos, las fotografías y las mujeres bonitas con su faldita tan corta, que me aumentaban los deseos de cogérmelas por detrás, disminuyeron mis atroces deseos reaccionarios de incendiar todo el lugar, volviéndose como una típica anécdota de las vegas, ¡pero qué diablos!, si mi amargura persistía y crecía al compás de la gente que pregonaba alegría, excitación y algunos tímidos orgasmos al momento de pasar por la sala del arte erótico, mientras yo estaba en un rincón sentado, y vestido con un traje de paño que me apretaba hasta el tesoro más buscado por las mujeres con las que he fornicado, en la sala menos visitada por el público ¡oh maldito público!, ya que me aparecí tarde a la exposición y no pude poner mis obras en la sala central, es que esos estúpidos organizadores no entendieron que la vida de un artista como yo no es fácil, y pues no llegué temprano porque me estaba recuperando de una rumba sin precedentes del día anterior, pero bueno, si le hubiera dicho esa excusa al organizador, no me hubiera dejado entrar al evento.

Capítulo II

Observé luego mis pinturas y noté cómo los retratos de mi Pablo Neruda, mi Gabito y mi Jaime Garzón, volteaban sus adorables caritas de un lado al otro, con la tristeza y la desilusión de no ser admirados y elogiados, por algunos ojos ignorantes que no saben apreciar el arte y que por cualquier trazo se dejarían tumbar miles de millones de pesos en cada evento. Después vi hacia el otro lado y observé en la cocina a mis idiotas compañeros que llegaron temprano a la galería, y que por lo tanto, pudieron vender todas sus obras, ¡qué envidia me daban esos desgraciados!, intercambiándose billetes y billetes mientras tanto yo, muriéndome de hambre con unas monedas que me sobraron por la última venta, que hice de una pintura inspirada en mi Ana María, un arrocito en bajo que dejé plantada en Medallo. El tiempo pasaba y recorría los pasillos, como las personas que miraban y disfrutaban cada obra creada e iluminada, por mentes llenas de sufrimientos, depresiones y alegrías reprimidas como la mía, que se sueltan a la hora de coger un pincel o un lápiz, en un lienzo reflejando sus sentimientos por cada trazo o línea dibujada.

Capítulo III

En el instante que terminó el show de teatro, donde descansé de mi cólera, viendo a la única actriz leyendo e interpretando una novela, en la que una mujer relataba sus delirios y tristezas por estar soltera, y yo la miraba detenidamente a los ojos, y aunque sabía que solo estaba actuando, me pareció como si fuera real y a la vez me dieron unas ganas incontenibles de correr hacia ella, entregándole mi amor eterno así no fuera cierto, o nunca sucediera, pero terminó su actuación, murió el personaje, y me quedé con la actriz que además de ser la mujer del dueño de la galería, era mucho mayor que yo. Así que volví a mi rinconcito en la sala solitaria donde la gente solo percibía mis pinturas, cuando iban a tomar su refrigerio, ¡que malditos sin corazón!.

Capítulo IV

Ya con algunos tragos encima, el dueño de la galería empezó a movilizarse por los pasillos gritando con su esposa y con algunos sapos y lagartos, perdón me excuso, colegas míos, que ya comenzaría el show de la cuentería. Aburrido y deprimido les contesté: ya voy, y entre labios les susurraba: —partida de buitres. Cuando llegué a la sala central, era jocoso ver al cuentero cómo se trataba de sentar en una silla que era más alta que él, pues estaba tan borracho, que necesitó de dos espectadores que le ayudaran a sentarse.

Capitulo V

Toda el espectáculo estuvo para que la gente se ¡cagara de la risa!, excepto yo, porque a mí me producía lástima sus historias y aunque el cuentero, había especificado que no era el protagonista de lo que narraba, era obvio que hablaba sobre sí mismo, pues qué artista no es narcisista y habla sobre él exclusivamente, así que contó la historia de un divorcio traumático, en donde la que había acabado perdiendo había sido una mujer, pero a lo último terminaba llamando a una tal María, que ni siquiera era el nombre de la protagonista del supuesto relato ficticio, y se repetía, ¨¿por qué me abandonaste María?¨, ¨¿por qué?, si yo te quería tanto¨, ¨te amo y aún te sigo amando, María¨. Ay Dios, era tan jarto y aburrido verlo y escucharlo, que me daban ganas de volarme los sesos con el revólver que a veces traía conmigo, pero que en ese momento no cargaba.

Capitulo VI

Posteriormente, cuando se fue el señor pidiendo monedas para poderse ir en bus, que por supuesto no le di ni un centavo, pues sus problemas eran de él y no míos, regresé donde estaban olvidadas mis pinturas, y me tomé lo que quedaba del cuncho de una cerveza que había olvidado debajo de la banca, pues no me importaba nada, mi presentación se había ido para el carajo, mientras todos esos desgraciados habían vendido sus obras, yo fui el único que no vendí ni lastima, ni siquiera una mujer para poder follar en cualquier motel de la Caracas con 22, así que agarré mis cuadros, y me dije, ¡me voy!, sí, ¡me voy!, con lo del bus para mi casa en Soacha. Miré mi reloj y ya eran las once de la noche. Cuando pasé por la sala central, solo vi a mis adorados amigos con su sonrisa de victoria pintada en los labios, comiendo filete de salmón con una copa de vino, y yo solo, con una rabia incontenible que me salía por la nariz y las orejas como fuego de los rincones del infierno, les levanté la mano y me despedí: Adiós amigos los veré luego —y en mis adentros—: ¡pero los veré en la mierda, hijueputas!, a lo que ellos me respondieron, ¨adiós, Fausto¨. Luego salí de la galería, cerré la puerta con delicadeza para que no se hiciera más notoria mi rabia, y mientras caminaba hacia la avenida, miré con detalle para todos lados, a ver si por ahí, me cruzaba con un poco de aceite de motor o gasolina, para que con un briquet que cargaba siempre en mis bolsillos, pudiera incendiar la galería con todos dentro, pero no encontré nada, ¡qué afortunados son ellos, maldita sea!, Después llegué a la autopista y agarré la buseta para irme a mi casa, traté de coger de mi bolsillo las monedas que sobraban de la compra de las cervezas, pero no hallé ni basura, y al verme en la encrucijada de no encontrar nada de dinero, para pagar el pasaje, el estúpido compañero del chofer me agarró de la solapa de mi vestido y me arrojó a la carretera, donde ahora yo, un montón de carne con huesos estaba entre la nada de la Caracas con 57, y entre gritos que se desaparecían con el bus en la neblina, me susurraban: “si no tiene plata camine, camine perro”, y yo me quedé lleno de barro en la cara, con raspones por todo el cuerpo, mis pinturas destrozadas, y mientras dos personas se me acercaban con un cuchillo de considerable tamaño, solo me quedaba por pensar: ¿será que estos vienen a comprar mis obras?