Cuento » Postal de un expatriado» por Dario Anelli

Sentado en el asiento posterior de un taxi, un Nissan Tsuru rojo, el aire seco mexicano entra por las ventanas abiertas y juega con mi cabello. Hay una luz brillante que destiñe los colores de una fotografía sobrepuesta. El chofer es un señor jovial de mediana edad con algo de sobrepeso que porta una playera descolorida del Club Necaxa, el equipo local de futbol, y escucha las noticias en la radio. El paisaje urbano pasa por la ventana. Se pueden ver casas bajas y coloridas, cables eléctricos enredados y de vez en cuando algún arbolito pequeño con follaje verde grisáceo.

Y aquí voy, un italiano de treinta y cinco años con los cabellos descoloridos por el sol y la piel bronceada, vestido con una camisa fresca y bien planchada y unos mocasines de piel. Me he puesto una loción sobre las mejillas, estoy rasurado y peinado, las uñas cortas y el aliento fresco; sí, hoy estoy perfecto, soy propiamente la realización del concepto “joven bien presentable”. Me preparé para la cita con mucha atención. Llevo conmigo una bolsa vintage de piel y adentro llevo mi libreta de apuntes, una pluma de metal (nada de Bic o lápices mordisqueados) y mis tarjetas de presentación de cartulina color perla, acomodadas en un estuche plateado.

Se trata de la cita que todo expatriado anhela desde el momento que se sube al avión y se dirige a la otra parte del mundo soñando con encontrar aquello que en su propia patria siempre le fue negado: un trabajo satisfactorio y un buen sueldo; un sueldo de aquellos que permiten respirar profundamente, hacer planes a largo plazo y darse la libertad de quejarse de la Italia inmovilizada por la burocracia. Dinero y prestigio necesario para comprar una casa grande en una colonia bonita y aceptar con indulgencia las preguntas de los medios italianos:

–Señor expatriado, díganos, ¿cuál es el secreto del éxito?

–Bueno, no hay ningún secreto. El éxito le llega a quien se toma el riesgo, a quien sube al avión con el propósito de no volver a Italia sin antes haber logrado una cosa importante.

–Y ahora que ha logrado el éxito, que se ha vuelto un hombre realizado ¿cómo se siente?

–Excelente, diría yo. Siento una gran vitalidad en mí. Me levanto sin esfuerzo cada mañana muy temprano, voy a correr un poco, luego desayuno, ¡pero un buen desayuno! De esos que los italianos tienen sólo cuando están de vacaciones en el mar; y luego me dirijo al estudio, mi estudio, a crear. ¿Saben? ¡Es muy bello crear! Creo que el hombre es principalmente un ser creador y yo creo, realizo. Ya no me siento inseguro, no vivo más en la incertidumbre, no ficho más la tarjeta de control y no hago ningún reporte al jefe. Soy libre y así me siento, como una persona totalmente libre, ligera como una mariposa que se maravilla de todo como un niño en el zoológico. La vida para mí ahora tiene sentido y sufro al pensar que dos tercios de la humanidad vive en la frustración de una vida no realizada. ¿Alguna otra pregunta?

Esta mañana mi vida cambiará para siempre, puedo sentirlo. Cada molécula de mi ser se ha preparado cuidando cada detalle. En internet he leído decenas de blogs de auto superación, así que ya domino los secretos del pensamiento positivo, del lenguaje corporal, de la programación neurolingüística y de la imagen personal. He leído también los consejos de los gerentes de recursos humanos, los consejos de emprendedores emergentes, aquellos de los otros expatriados que supieron hacerla también, los consejos de los líderes espirituales que subrayan la importancia de vivir en el presente.

“Estoy ya listo. Voy a una reunión de trabajo en la cual me presentarán un proyecto ambicioso en el que colaboraré. Veo por enésima vez en mi mente la escena en la cual estrecharé las manos de los presentes, me presentaré viendo a todos a los ojos con entusiasmo, profesionalidad y carisma. Así es, mi carrera en México comienza hoy”. Ha pasado un año y medio desde que llegué a esta pequeña ciudad del corazón de México y desde aquel momento había sobrevivido con trabajillos de todo tipo: mesero en un restaurante italiano, profesor de ciencias en un colegio para jóvenes adinerados y enviciados, instructor de derechos humanos como parte de un programa social. Trabajillos esporádicos y mal pagados. Mis zapatos estaban siempre llenos de tierra del polvo de la calle, caminaba mucho, tomaba los autobuses abarrotados. Naturalmente esto era el principio, el primer periodo de adaptación.

Se necesita hacer algo de tal manera que las cosas sucedan; leer en internet, ser protagonista, moverse, conocer gente, asegurar alianzas, proponerse, vender las propias ideas y talentos. Ser aquello que nos gustaría ser. Por eso iba a congresos, a conferencias, a las ferias del sector y trataba de siempre aprender algo. Lo hacía y todos me preguntaban de dónde venía, qué intentaba hacer y si mi familia estaba aquí conmigo. ¿Mi familia conmigo? No, todos están en Italia viviendo la crisis, yo soy el único que está haciendo algo de verdad.

¿Que México es un país en fuerte crecimiento? Lo quería ser también yo. Sin embargo todos mis intentos de sondear el terreno en busca de una oportunidad concreta hasta aquel momento se habían ido por la borda; hasta que llegó la ocasión. Aquel día me presentaba a la universidad de la ciudad a una conferencia titulada “El ambiente y la industria”. No era muy interesante, el conferencista, un ingeniero más o menos de la mía edad contaba su recorrido en el sector de la seguridad ambiental. Pedía permiso antes de decir una mala palabra y se disculpaba con las mujeres presentes en la sala antes de expresar un concepto misógino. Me estaba aburriendo.

Después de casi veinte minutos entró una señora. Era una típica mujer mexicana de edad media, con la piel mulata, los ojos y cabello oscuros. Vestía pantalones de mezclilla y una blusa blanca de manta adornada de flores bordadas. Después de observar un rato el salón decidió sentarse junto a mí. Tuve un presentimiento, una sensación placentera, sentía como si aquella mujer tuviera algo para mí. Durante el intérvalo me di cuenta que también ella me había notado porque me dirigió inmediatamente la palabra.

–¿De dónde eres? –me preguntó y yo me presenté. Ella se sorprendió de oír mi historia y me contó la suya. Se dedicaba a la protección ambiental, estaba formando un grupo de trabajo y las cosas iban viento en popa. Si el gobierno aprobaba su proyecto habría mucho que hacer, muchísimo. Para ello necesitaba gente nueva, voluntariosa, entusiasta, profesionistas capaces y deseosos de trabajar. Mis ojos brillaron, mi ocasión de América había llegado finalmente. Metí la mano a la bolsa de mi chamarra y del estuche saqué mi tarjeta de presentación para dársela a la mujer. La tomó y asintió al leer mi profesión.

–Tú serías perfecto –me dijo con su sonrisa latina hecha de dientes blanquísimos. En aquel momento casi escuché campanas auténticas sonando fuerte en mi corazón, repiques puros, cristalinos. Era una mujer y las mujeres son buenas, son madres. Sentí el deseo de agarrar su mano y besarla como si fuera una diosa pero me contuve. Me dijo que en los próximos diez días convocaría una reunión con los otros colaboradores, me presentaría a los demás y en aquel momento se hablaría de los detalles de la colaboración.

Por diez días viví sólo en función a este encuentro. –Servido –me dice el taxista –Son treinta y dos pesos. Pago la cuenta y bajo del taxi. Frente a mí está un edificio comercial nuevo de color azul y un jardinero con uniforme regando las flores. Veo la hora, son las 10:45; la cita es a las once y yo quiero llegar puntual como un suizo. Mato el tiempo observando con gran interés el escaparate de una tienda de computadoras, también la de una agencia de viajes que promociona un viaje a California, luego la pintura de una grande Virgen de Guadalupe expuesta en el negocio de marcos.

Siento ganas de hacer pipí de los nervios y también cosquillas en los pulmones cada vez que respiro, una sensación que me daba seguido durante mis tiempos universitarios cuando tenía que presentar un examen. Faltaban cinco minutos. Era sólo un pequeño puntito en el corazón de América. Veo alrededor, en el estacionamiento hay sólo un coche pero estaba ahí desde antes, no ha llegado nadie todavía. Veo un mendigo que se acerca tambaleándose al edificio; está medio chaparro, tiene el cabello canoso y la piel oscura como el cuero, su cara tiene arrugas profundas y voltea a todos lados con curiosidad murmurando algo entre sí. Su ropa de un gris indefinido es sucia y harapienta. Es uno de esos mexicanos marginados que ni siquiera piden limosna, se limitan a hurgar junto con perros callejeros en los basureros en busca de alguna sobra de comida, viven abandonados del mundo, como fantasmas. Va también descalzo y camina sobre la banqueta ardiente por el sol. El mendigo se habla a sí mismo, se da golpecitos con los dedos en la frente y luego se sienta en la banqueta, apoya la espalda en el muro del edificio y ve fijamente con interés la calle.

¡Las once en punto! Mi gran momento ha llegado. Respiro profundamente y toco el timbre. El silencio que sigue se asemeja a mil colibríes que vuelan a mi alrededor. Espero en la inmovilidad absoluta. Imagino el sonido de la puerta que se abre, aquel clásico clack seco. No sucede nada, no hay ningún clack seco. Entonces toco el timbre con más decisión, no me abren. Tal vez llegué muy temprano. Voy a ver otra vez los escaparates, el jardinero trabajando y el mendigo sentado. Decido caminar un poco por ahí cerca mientras pasa más tiempo. Camino, hace calor, la luz del sol mexicano de abril es realmente intensa y no traigo lentes de sol. El ansia me invade el cuerpo y más al meter la mano a la bolsa donde va la cartera y está vacía. ¿Dónde dejé la cartera, en la chamarra o la dejé en la casa? ¿O quizás me la robaron con todos los documentos incluyendo el valioso permiso de trabajo mexicano? Apresuro el paso. No hay coches nuevos en el estacionamiento ni profesionistas en traje y corbata frente a la entrada. Toco el timbre y todo el universo se llena de un silencio intolerable. Respiro profundamente.

–Llámala –me digo a mí mismo. Marco el número de la mujer y espero. El celular del otro lado suena y suena, luego se corta la línea. Se me sale una exclamación en mi idioma. Intento otra vez con aquella voluntad típica de los animales que resuelven cuestiones de vida o de muerte.

–¿Sí? –es ella. Le digo que estoy en el lugar de la reunión mientras organiza sus ideas. –Mmm –dice y luego agrega –No, no hubo reunión, ya no se hará nada; hubo imprevistos y debemos posponer el proyecto. Te llamo en cuanto se resuelva la situación. –En México este tipo de respuesta corresponde a nuestro Le faremmo sapere. Me despido de la mujer decepcionado y me quedo viendo el celular ya mudo. Soy sólo un pequeño punto en el corazón de América Latina. Es una tragedia solitaria la mía, sin público. Soy un profesionista impecable delante de una puerta cerrada.

Me alejo del portón y siento dentro de mí algo que se disuelve, tal vez es la tensión, tal vez es un cúmulo de ilusiones que había llevado conmigo hasta aquella puerta. El mendigo sigue sentado en la banqueta con una expresión dichosa en su cara sucia. No se sorprende cuando también yo decido sentarme en la banqueta junto a él. Me encojo en la misma posición, el mendigo está fascinado con las nubes del cielo. Son estrías blancas que el viento de altura mueve y las hace cambiar de forma. Debo regresar a casa, reorganizarme. Esto es sólo un pequeño agujero en el agua, un pequeño imprevisto de un recorrido más bien glorioso. Pero luego, luego, sin prisa; por ahora estoy bien así, aquí sobre la banqueta con este amigo rechazado del mundo, juntos, viendo el cielo.

 

Semblanza:

Dario Anelli nació en Verona, Italia en 1980. Allí creció engañando el tiempo con pasatiempos típicos del adolescente italiano: días de campo en bicicleta, partidos de fútbol llanero y paseos en la montaña. Obtiene en diploma de técnico agrario en 1999 y después en el 2005 se titula en ciencias forestales y ambientales en la Universidad de Padua con la intención de mudarse a un pueblito rural y ser guardabosques. Sin embargo, algo lo hizo desviar su plan de vida original y así desde el 2010 Dario vive en Aguascalientes donde se desarrolla como maestro de italiano y de educación ambiental. Escribió algunos cuentos que fueron publicados en la revista literaria italiana «Inchiostro». Escribe sus aventuras en tierras hidrocálidas en su blog «Dalle foreste Messicane.com» y una vez al mes va a un programa de radio a hablar de ecología.