-Cuando la conocí, no pude dejar de ver su boca. Ella me miraba a los ojos y sonreía. En todo el día no pude dejar de verle la boca, su abertura y sus labios gruesos, con esos delgados límites rosados que se parecen tanto a los tuyos, y aquel pasillo inmenso a su espalda, que terminaba en nada. Cuantos pasillos, y parques, y escaleras, y habitaciones existen que terminan en nada. Que al ser recordados ni siquiera se tiene la certeza de que en verdad han estado ahí. De que alguna vez nos contuvieron. Como ahora esta habitación, que dejará de existir mañana, cuando la abandonemos para siempre, porque así tiene que ser, y tú no me debes cuestionar el “tiene que ser” porque yo no lo puedo explicar. Al final de todo ella, con sus labios gruesos, se fue. Tú también te irás y ni siquiera nos daremos cuenta del momento en el que pasará, solo te irás. Después ubicaremos el final al recordar y no coincidiremos en eso. Con el tiempo una invención tuya acabará por desplazarme. Y aunque me esfuerce por impedirlo lo mismo pasará contigo. Deberías de entender más de lo que te trato de explicar. No deberíamos esforzarnos por aclarar nada. Seguir acostados y dormir. Evitarnos de nuevo. No querer saber en exceso de nosotros, para poder dormir tranquilos.
Alicia, tú y yo sabemos que nunca lograremos conocernos, ni pretenderemos ser más de lo que somos, nunca hablaremos de estar juntos toda la vida, ni de formar una familia. Sin embargo, nos aferramos tanto el uno al otro. Ha de ser por el miedo a abandonarnos por completo y convertirnos en objetos que dejan de existir al ser desocupados. Nos espanta no haber existido. No poder defender nuestra existencia en alguna discusión futura, en la que perdamos la cabeza ante quien crea saber todos los detalles de la historia. No tendremos memoria para hacerle ver que se equivoca. Bueno, eso no debería preocuparnos porque ni siquiera tendremos fuerza para discutir. Por lo menos, yo no la tendré. Además no habrá nadie que quiera saber de nosotros.
Eran las dos de la madrugada y Alicia estaba dormida con la espalda, desnuda y arqueada hacia Raúl, quién recostado hablaba mientras miraba su imagen en el espejo que ocupaba casi por completo una pared de aquella habitación. El ventilador, aferrado al movimiento, seguía girando a pesar de haber sido apagado hace un par de minutos por Raúl.
-Perdóname, Alicia, pero no puedo dejar de detenerme en aquellos sonidos que persisten y me inundan, aquellos olores que penetran sin reparo ocupándome por completo. Sensaciones que me han ido convirtiendo en lo que soy: un hombre neutro, sin efectos, sin características especiales ni señas particulares. Yo sé que para ti no tengo más importancia que la necesaria, que la requerida para ocupar el lugar que ocupo en tu vida. Sin embargo, hay momentos en los que en verdad me siento único y creo representarme. Momentos en los que me siento capaz de reparar el mundo. Pero Alicia, finalmente soy nulo. Finalmente soy yo.
Raúl se levantó, caminó hacia la ventana y miró brevemente la calle mojada sin fijarse demasiado en sus detalles. Una sensación de angustia lo invadió. No quería regresar a la cama en la que Alicia dormía con la cintura metida en aquella sabana aún mojada por el sudor de ambos y con el sosiego subido al rostro.
-Quisiera hacerlo como tú, decía Raúl mientras volvía a mirar por la ventana.
-¿Dormir como yo?, preguntó Alicia sin abrir los ojos y sin perder la tranquilidad que caracterizaba su rostro desde que Raúl la había mirado por última vez.
Raúl permaneció en silencio, sin volverse hacia el interior de la habitación, sintiéndose culpable por haber trastocado con sus balbuceos la calma de Alicia. Un insoportable zumbido empezó a buscar refugio en sus oídos.
***
Caminaron seis cuadras antes de despedirse. El sol de medio día que iluminaba la calle como si cada objeto emitiera luz propia se había hecho insoportable: brillo en los carros, en las paredes, en las personas, en el asfalto. Brillo que penetraba dolorosamente en los ojos de Raúl llegando hasta el límite de su ánimo y derribando sus ganas de esforzarse por cualquier cosa. Raúl sabía que Alicia desaparecería en algún momento sin que él lo pudiera evitar y que el sol apoderado de la ciudad, lo obligaría a ocultarse en la oscuridad de algún sitio en donde pudiera esperar que la luz redujera su atrocidad. Al mirar por un momento los labios gruesos, enmarcados por aquellas tenues líneas rosadas de Alicia, sintió la estéril necesidad de abrazarla. Alicia, después de dirigirle una sonrisa más atroz aún que la luz del sol se alejó, reduciendo su tamaño hasta desaparecer.
Semblanza:
Soy Alonso Getino Lima. Nací el 26 febrero 1985 en la Ciudad de México. Siempre estudié en escuelas públicas. A los quince años empecé a componer canciones, lo cual no he dejado de hacer. Estudié la licenciatura en historia en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, lugar en el que también estudié la maestría y ahora estoy cursando el doctorado en Historia y Etnohistoria. Desde hace más o menos una década he escrito cuentos, líneas sueltas y narraciones.