Cuento «Medea» por Adelaida Caballero

El 2 de febrero de 1985 ―un año, dos meses y veintiocho días antes de nacer― fue condenada a hacerse vieja con una tumba abierta ahí abajo, gris y escarpada, paso de Gibraltar, triturando toda embarcación que se internara entre sus riscos.

Los engranajes dorsales del cosmos habían girado de pronto. A ella, que cubierta por tejidos impermeables a los quantos dormía decretándose futuros y bitácoras, le cincelaron ojos en los párpados y despertó furiosa, embrión de pájaro negro, plumas por pelo, con el mismo sobresalto de los vasos que se han roto.

—No somos parte de ti, eres tú quien forma parte de nosotras ―le advirtieron las ancianas que paseaban por sus venas, y sus pupilas brillaron como colmillos de perro.

Vio la película molecular del destino, el poema que ella misma dictara a las voces de la duermevela (que entonces no eran voces sino pozos que la oían) y leyó el mensaje que torció los engranajes: el tiempo sembraría caracoles en sus huesos, husos horarios, signos de puntuación, cartas embotelladas para náufragos que no conocería. En algún punto biográfico iba a interesarse por los filos, su metodología y nomenclatura. Los antropólogos del futuro leerían en sus diarios un género nuevo (“etnografía existencial punzocortante”); sociópatas y pirómanos se enamorarían de ella, precisamente de ella, porque en la cultura afilada, su obra lo habrá establecido, no era lo mismo ser daga que cuchillo de cocina.

El 2 de febrero de 1985 supo que la prosa cardinal de su llegada ya preparaba una cuerda para amarrarle las manos, para colgarla de uno de esos árboles que crecen hacia arriba sin mirar lo que se seca a sus costados y que mataría a sus hijos, porque los carros solares no vuelan si una los carga de sacos mortales, si a quien debe conducirlos la devoran las bocas hambrientas de un Otro al que ampara la sombra de un ramaje imaginario.

Se dio cuenta de que al verso final del poema sólo se llega a través de figuras que nunca son lo que dicen, que no todos aprenden a leerlas, que la música y los pájaros domestican monstruos y engañan precipicios, que las naves más fuertes se pudren al ritmo al que se pudren amores legendarios y que el álgebra universal se reduce a x = (y+2)2 o grieta en el pecho es igual a estaca en el cuello más dos muertos al cuadrado.

El 2 de febrero de 1985 —un año, dos meses y veintiocho días antes de nacer— le fue revelado el final de su tercer principio y el principio de su fin último: esta sería la estatura de su voz, su densidad, su bitácora intercontinental, la transparencia del aire en la isla de Bioko después de la lluvia en la estación seca y estos los escalones donde se sentaría alguna noche a recordar cómo fue el día en que Jasón llegó a este mundo.