Cuento «Lo que dice el tren» por Emma Vázquez Ríos

Cada año en vacaciones al terminar el ciclo escolar, era costumbre de mi madre hacer las maletas para llevarnos a visitar a mis tías Catarina y Dominga que vivían en Ojinaga. Los viajes siempre fueron en tren. Caminar de la casa a la parada del autobús, subir las cajas y las maletas, hacía que mi madre llegara sin aliento a la estación. El equipaje era grande. Ropa de todos nosotros para un mes y algunos juguetes para mis primos.

A pesar de ser mucho, podía con todo, ella era joven. Recuerdo el último que hicimos. Al llegar a la terminal, mi madre primero buscó un lugar seguro para nosotros; aún éramos pequeños, mientras compraba los boletos en la ventanilla, nos dejó sentados en un rincón, con todas nuestras pertenencias.

En un principio, los viajes me parecieron novedosos y bonitos, pero después se volvían algo misterioso cuando el tren hacía paradas raras y largas para recoger más pasajeros. Yo aprovechaba esos momentos para ver la gente del lugar a través de la ventana y a la vez me preguntaba: ¿Por qué mis tías no vienen a visitarnos?, nosotros tenemos que gastar dinero, no tenía idea del costo de los boletos y mi padre era el único que trabajaba. Pero, aun así, cuando veía a mi madre preparar los velices, me emocionaba.

A mí me gustaba sentarme al lado de la ventanilla para apreciar bien el paisaje. Al escuchar el sonido de las ruedas sobre las vías, era como un primer aviso de que estábamos a punto de marchar. Empezaban a traquetear y el lenguaje que se escuchaba parecía decir, trecuento, trecuento, trecuento. El maquinista y su acompañante, se veían muy contentos pues el momento de partir se acercaba. Más felices se ponían los pasajeros, al advertir que el tren empezaba a moverse.

 

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Todos los familiares y conocidos pensando que el tren ya partía, se despedían, tiraban besos y abrazos; como también los vendedores de periódicos, y el de los boletos. A nosotros nadie nos despidió, mi padre estaba trabajando a esa hora, pero daba gusto saber que iríamos a visitar a nuestras tías y primos.

No había nada más que me pusiera tan alegre como viajar en tren, ya sea parada, sentada junto a la ventanilla, aunque el viaje durara varias horas, y aunque tuviera que contar del uno al cien para poder dormir.

Ya instalados, las manecillas del reloj marcaron las seis y media de la mañana en aquel hermoso amanecer. En ese instante alcance a ver que una viejita bajó de un taxi y se encaminó a la puerta del tren, se veía triste, recuerdo.

La acompañaba una mujer joven, imaginé que era su hija. Observé como besó una de sus mejillas en señal de despedida. Luego al subir, ella se dirigió hacia uno de los asientos, y al ponerse en marcha el tren, la obligó a sentarse en dirección contraria al camino que sigue éste.

Mi madre le preguntó:

-¿Quiere cambiar de lugar conmigo?

Ella le contesto: No, muchas gracias.

Por un momento no le dio importancia como quedó sentada. Yo ponía atención a todo lo que pudieran conversar mi madre y la viejita. Por un rato hubo un silencio, todos los pasajeros nos mirábamos; a los pocos minutos, la viejita cambió de idea, quedó con la vista hacia nosotros y decidió acompañarnos.

Cómo me acuerdo el arranque del tren primero despacio, una sensación de desapego de mi casa; de la ciudad, invadió mi ser. Luego rápido, la felicidad crecía, hasta que árboles y postes de la luz desfilaban ágiles y veloces: mis hermanos y yo los contábamos hasta perder la cuenta. Todos vimos cómo nos alejábamos más y más de la estación.

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Las vacas de los campos me parecían las mismas cada viaje. La gente sonreía y platicaba de cosas que no entendía, pero me imaginaba que era de los paisajes del camino, mientras veía el humo negro que soltaba la máquina haciendo figuras en el cielo, entonces sentía que tomarían vida y nos haría algo a todos los pasajeros mientras el tren hacia ¡pu puu, pupuuuu! 

Nos esperaba una aventura. Después de mucho tiempo de haber partido, el camino se puso oscuro, nos asustamos mucho. Todos abrazamos a mi madre de puro miedo, ella decía: -No lloren; es un túnel.

Uno de mis hermanos más pequeños preguntó: -¿Que es un túnel? Nadie le explicó.

Al poco rato aparecía de nuevo el paisaje y todos reíamos en voz alta. Mi madre sacó de una bolsa de plástico lonches de pan de blanco con salchichón y tomate, para no comprar nada en la siguiente parada y ahorrarnos dinero.

Así era todo el camino, un túnel, otro y luego otro, a pesar de que se oscurecía, el miedo era menos. Casas, árboles, vacas, volvían a nuestra vista por la ventana y se iluminaban nuestras vidas.

Doña Rosa, así se llamaba la viejita, nos dimos cuenta porque mi madre le preguntó cuál era su nombre, se dirigió hacia nosotros.

¿Saben qué dice el tren? Mis hermanos contestaron en coro. ¡Noooooo!

Después de un rato, mi madre continúo conversando con ella.

¿Hacia dónde se dirige usted?

Contestó: -Voy al rancho de mi sobrino, tal vez me quede un largo tiempo allí, mi hija me trajo hasta la estación y me esperan en la siguiente parada.

Siento que soy como un paquete que se entrega de mano en mano, desde que murió mi esposo y mis hijos se casaron, con frecuencia viajo a este lugar. Mi madre sólo guardó silencio, no dijo nada sobre lo que le comentó Dona Rosa.

3

El largo y grueso silbido PFiiiiiiuu… PFiiiiiuuacompañaba al humo del tren en marcha. Llegó la madrugada y poco a poco aparecieron a nuestra vista algunas casas quedando atrás el campo con sus hierbas altas y verdes. Dejamos de oír el canto de los grillos. De pronto el tren paro des pa ci to, des pa ci to, des pa ci to. Era señal de que había llegado a su destino.

Yo sentí que la viejita no quería ir a ese lugar, pero ni modo, tal vez vivió mucho tiempo sola y ahí estaría acompañada. Durante todo el camino, ella nos contó muchas cosas y aventuras que le sucedieron cuando viajaba en tren, cada vez que iba al rancho.

Este viaje nunca lo olvidé. Cuando ella bajó del tren y se despidió de nosotros; comprendí “qué cosas dicen las ruedas y la gente”. Lo que Doña Rosa quería decir con su pregunta: -¿Saben lo que dice el tren? Cuentocosas, cuentocosas, cuentocosas.

Escuchar y a veces callar para que las voces de otros se oigan, es bonito.

 

 

Semblanza:

Maestra Emma Vázquez Ríos. Lic. en Educación, egresada de la Universidad Pedagógica Nacional en Ciudad Juárez, Chihuahua. Taller Literatura con escritor J.J.Aboytia. Publicación de 2 plaquets. De la Filantropía a la Antropofagia .  Cuento. Los Tracala Colección de Epitafios.  Cuento. Rostros en la casa de Emily.