Cuento “Las sombras de Fabián” por Adán Echeverría

para niños de hasta 8 años

Premio de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011).

Los padres de Fabián lo habían mandado a su cuarto como castigo por tanta mala nota que le dejaban los maestros:

“Su hijo cerró las puertas del baño”.

 “Su hijo no terminó a tiempo la tarea de matemáticas”.

“Este niño no puede permanecer sentado en su mesabanco”.

“Se la pasa siempre fuera de su lugar, buscando plática con los demás niños”.

—¿Y cómo le va en las materias?, se atrevió a preguntar el cabizbajo padre.

—Bien, en las materias va muy bien, sólo que es muy travieso.

Por eso, al llegar a casa, luego de almorzar, y una vez terminada la tarea bajo los enojados ojos de papá, Fabián se fue solo para su cuarto:

sin X-Box, 

                ni juguetes, 

                                ni rompecabezas.

Tenía que meditar su comportamiento.

La tarde afuera era preciosa.

Un cálido sol de mayo daba lengüetazos sobre el pavimento y se paseaba, poderoso, entre gritos y algarabía de todos los otros niños que se divertían a sus anchas jugando en la calle.

Fabián en su ventana se aburría y meditaba, buscando en qué forma entretener sus alientos de niño de apenas 9 años.

El sol atravesó la ventana de su cuarto y proyectó su sombra sobre la pared.

Al darse cuenta del efecto que hacía su cuerpo interponiéndose en el camino de la luz, Fabián formó, entrelazando sus dedos, la imagen de un perrito:

—Cómo me gustaría tener una mascota como tú… —y al desdoblar las manos, la sombra del cachorro corrió por las paredes.

Fabián hizo la sombra de una mariposa, y al desdoblar las manos, el lepidóptero voló perseguido por el can, alcanzando incluso el techo y dando vueltas por la habitación.

Entonces Fabián hizo la sombra de un conejo, y el conejo corrió a jugar  

                                         por las paredes 

                                         con las otras sombras.

Esa tarde Fabián no dejó de divertirse, por lo que ya no quería salir del cuarto ni aunque lo llamarán a cenar.

Cuando la noche fue cayendo, las sombras le pidieron que dejara un poco de luz porque la noche se come las sombras y ellas necesitaban esos pocos de luz para seguir jugando con él al día siguiente.

Fue la luz del despertador electrónico la que mantuvo vivas a las sombras de Fabián

Los padres se dieron cuenta del cambio que atravesaba su hijo.

Pues apenas llegaba del colegio,

                        corría y se encerraba en su cuarto.

Y las quejas sobre su conducta habían por fin cesado.

—¿Por qué te pasas el día encerrado? Le preguntó su padre

—Leo, leo y leo mucho papá, ¿te molesta?

—Claro que no, solo que a veces te escuchamos conversar, ¿con quién conversas?

—Es que me gusta leer algunos diálogos en voz alta, y hacer voces chistosas, ¿te molesta?

—Claro que no, pero no tienes que quedarte encerrado todo el día, sal a jugar con tus amiguitos de vez en cuando.

—Sí, papá.

Al escuchar aquello las tres sombras se pusieron tristes porque Fabián ya no iba a jugar con ellas. Pero Fabián les aseguró todo lo contrario. Ahora pasaría más y más tiempo con ellas. 

Fabián pegó su rostro y cuerpo a la pared, y las sombras se acercaron para poder tocarlo y abrazarlo.

—¿Por qué no vives con nosotras en las paredes de la casa? —dijeron las sombras—. Verás cómo nos divertiríamos.

—Podrías correr con nosotras por el techo, seguirnos por las paredes y el suelo   hacia otras casas otros edificios.

—No creo que pueda hacer eso —les respondió Fabián.

—Claro que sí. Cuando tu sombra crezca sobre las paredes, nosotras la jalamos, tú solo tienes que desearlo,

Y así lo hizo. Fabián lo deseó con todo su corazón.

Esa tarde la madre de Fabián gritó aterrada al ver el cuerpo de su hijo en la cama como si estuviera muerto en vida, con los ojos abiertos. Los padres intentaron reanimarlo, metieron el cuerpo al agua, pero nada cambió. Llamaron al médico y este dijo: Fabián está en coma.

El tiempo como sombra es diferente al tiempo como persona.

Uno nunca deja de jugar sin darse cuenta del paso de las horas hasta que se hace de noche y hay que buscar refugio en los vestigios de luz para el siguiente día jugar de nuevo.

El tiempo había girado sin que Fabián lo notara.

Sólo pudo darse cuenta cuando empezó a extrañar a sus padres y decidió regresar a su casa para verlos.

Regresó por las paredes hasta su cuarto y al mirar su cama, acostado tapadito, vio el cuerpo sin luz de un niño que ahora tendría 12 años, una envejecida mujer le iba limpiando el sudor y no cesaba de leerle historias y cuentos para intentar, al menos, mantenerlo entretenido.

—Quiero volver con mi familia —dijo Fabián.

—No puedes, le contestó una de las tres sombras. Tú sigues siendo niño y aquel, es el cuerpo de un niño mayor.

—¿Para qué quieres volver si te gusta divertirte acá con nosotras?

Fabián se percató de que las sombras ya no eran sus amigas sino sus carceleras. Fabián logró de nuevo medir el paso del tiempo y no pudo contener su creciente tristeza dejó de divertirse con las sombras. Y sus deseos de volver al mundo real crecieron sin control.

Así fue como se dedicó a vigilar, el paso de las horas buscaba percatarse del momento en que la luz del día se apaga para ceder paso a la oscuridad. Como siempre, con las otras sombras, corría hacia los callejones a los postes de alumbrado público, a despertadores electrónicos, lámparas encendidas, hacia cualquier chispa de energía lumínica que les conservara la existencia por las noches.

“La noche se come a las sombras” le decían todo el tiempo. 

Y una noche Fabián decidió regresar. Valía la pena intentarlo, o perder la vida devorado por la oscuridad nocturna que seguir sufriendo de tristeza al mirar l rostro deshecho de su madre.

—¿Ya no te gusta jugar con nosotras? —Era la pregunta que siempre repetían las sombras, pero Fabián hizo oídos sordos y no se conmovió ante la fingida tristeza de aquellas sombras que lo habían retenido jugando, siempre jugando.

Al caer la noche, la oscuridad comenzó a arrastrarse por la casa de Fabián, y él en vez de correr hacia el resguardo de la luz, se enfrentó a ella.

Cerrando los ojos, aterrado, corrió por las paredes hasta llegar a la cama de su habitación y entonces brincó sobre su cuerpo. 

Sintió como la noche iba atrapándolo y… el niño de 12 años despertó:

—¡Madre! —llamó, con una tenue voz aflautada, en un susurro falto de fuerzas.

Su madre se había quedado dormida mientras le leía algún cuento; al escuchar la voz de su niño se despabiló de prisa acercándose a él sin contener su alegría.

A gritos llamó a su esposo quien no tardó en aparecer cayendo de rodillas junto a la cama. 

Todo el cuerpo de Fabián vibró al sentir la dulce mirada con que sus padres lo cubrían:

—¡Has despertado, amor, has despertado! —gritaban alegres mientras lo abrazaban y besaban.

Su padre encendió la luz de la habitación para poder mirar mejor el rostro de su pequeño. 

Fabián pudo ver como las tres sombras le hacían muecas de enfado, pero esta vez ya no les tuvo miedo, estaba en casa y ahora todo marcharía bien.