Cuento «Las almas reptantes» por Marisol Gutiérrez

Ansias el despertar del sueño. Los murmullos, breves, sonoros, se prolongan, en una acústica infinita, en rumor cíclico, permanecen dentro de ti para hacerte dudar. En contraste  el tierno azul gobierna más que el propio sol, esa nebulosa lamparilla escondida tras retazos de nube. Mirarás como un poseso, borracho de tanto cielo.

Cuestionarás mi nombre, para rememorar un tiempo inexistente. Soy consciente de la confusión  pero el deber es siempre prolongar el instante. Tardas, te demoras, la pregunta te escose la garganta, como serpiente de fuego quema tu lengua, titubeas, casi puedo oler el miedo, exhalas un rumor salino y pegajoso. En verdad podría mentir, la distancia, la relativa distancia me aprisiona y sólo puedo afirmar aquello lógico e incuestionable.

Cuántos antes que tú, han desfilado ante mis ojos, todos en estado deplorable, pero temo que no hay misterio, ¿deseas luz? , tal fulgor esta vedado, te mienten hijo, al enviarte a escuchar a este miserable viejo, tal secreto es una falacia. Doblégate si deseas, llora ríos, mares, océanos, como tus antecesores, vivirás en un reino conformado solamente por cenizas, fragmentos. Tu refugio es un túnel sin salida, todo es pérdida, no hay consuelo. Todo el viaje es pérdida perpetua. ¡No existe tal eternidad!

Cruzarás un bosque en tinieblas donde formas y sensaciones son mudas, amortiguadas, nada podrás distinguir, temerás encontrarte al borde  y el sentido más preciado te será arrebatado. El sendero se prolongará. A la mitad del ciclo se encuentra un desierto formado sólo de rocas, rocas redondeadas, pulidas hasta la perfección, tersas como el durazno más fresco. Nada que sacie la sed le será concedido a los cobardes y un segundo sendero se abrirá paso en la ruta, irregular, terroso. Al final, te encontrarás con el otro y cuestionarás su nombre. El error tiene un costo alto: la única posibilidad de existir.

Así rezaba el pliego, y a pesar de muchas advertencias y llantos de mi familia, decidido a encontrar la fortuna, emprendí el viaje, ambicionando, siempre ambicionando. Es tradición en Crisálida, que el peregrino triunfador de tal empresa, puede ser tan eterno como las estrellas en el  cielo.

El sendero era recto, una línea perfecta. El cuadro inalterable: un azul clarísimo cubría  el firmamento, un sol débil al centro y el bosque cada vez se hacía más denso, los troncos más anchos, las ramas más torcidas, las hojas más ocres. A medida que avanzaba, la luz pasaba de un tono ámbar a un purpúreo intenso. Existió un punto en que hasta mis pensamientos eran mudos, una afonía desesperante invadió el espacio, se hizo una oscuridad redonda, de tiempo, de contorno y  sonidos, la ocultación total.

Seguí sin detenerme, tropecé en múltiples ocasiones, pero jamás se rindieron mis fuerzas, en ese momento actuaba como títere, nada cuestionaba, nada podía decir, era como encontrarse dentro de un sueño profundo.

De repente sentí llegar al borde de un precipicio, los sentidos antes aletargados, comenzaron a despertar. El aire formaba ráfagas que azotaban furiosas. Un temor, una sensación  de escape, me obligó a dar media vuelta y correr, no había dirección fija, ni refugio, seguía la fría oscuridad, poblándolo todo, ni el más tenue rayo de luz podía colarse.

Una lluvia de finísimas púas atravesaron rápidamente la carne, todo intento de cubrir los ojos, fue inútil.

Era extraño percibir en todo momento, una superficie homogénea, suave y al mismo tiempo firme. Un rumor de olas lo invadió todo, temí estar cerca de un inmenso océano. Indefenso, sin imágenes que advirtieran peligro, sonaba, sin duda, como un mar embravecido, falto, paradójicamente de agua. Ni la más mínima briza era perceptible.

La piedra pulida, comenzó a perder  la consistencia firme, sentí el bosque, en lo terroso y húmedo del ambiente, el viento mecía tranquilamente las ramas de los árboles, el sol abrazador dio paso a una  cálida sensación, como una típica tarde de primavera, la música de fondo la componían el cantar de aves.

Toqué entonces un muro, cubierto de enredaderas y flores –el perfume delataba que eran capullos frescos-. Palpé con cuidado, debía sin duda existir una vía de acceso al interior,  tomé entre las manos una argolla que despedía una aroma a herrumbre.

Me sentí transportado, estaba ya del otro lado, había sorteado tantos y tantos desastres, vencí tantos temores. El espacio que ocupaba, en ese momento, debía ser amplio pues el aire se renovaba con rapidez, caminé intuitivamente al frente y una voz ajada por los años emitió un discurso tajante, me felicitaba sin duda por intentar llegar a la Eternidad, pero jamás me sería concedida.

Desear es un impulso que no puede ser controlado con facilidad. Emplee las fuerzas restantes, en golpear el cuerpo al anciano del discurso, el crujir de  los huesos avivaba el apetito de violencia, nada podía detenerme, ni el acto atroz que estaba cometiendo, quería escuchar fluir la sangre, quería grabar sus alaridos en mi mente, pero tras el breve discurso, su voz enmudeció. Ningún golpe logró arrancar el más mínimo clamor. Ni la satisfacción de sentir la carne viva y sangrante, el cuerpo se evaporó mientras asestaba golpes al aire.

Un letargo me invadió, repentino.

Tras un lapso infinito, me encontraba sentado en una especie de trono fabricado con troncos, había frente a mí una muralla tupida de enredaderas y flores, era un espacio amplio pues el aire se renovaba continuamente. Una puerta imperceptible se abrió ante mis ojos, entró un joven harapiento, con los parpados lacerados que delataban su ceguera. Mis labios se entreabrieron y pronuncié mi último discurso,  que se repetiría  en un ciclo interminable, frente al hombre que fui:

Ansias el despertar del sueño .Los murmullos, breves, sonoros, se prolongan, en una acústica infinita, en  rumor cíclico, permanecen dentro de ti para hacerte dudar…

 

 

Semblanza:

Marisol Gutiérrez estudia noveno semestre de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara.  Es tallerista en el programa Luvina Joven. Para ella la literatura y sobre todo la escritura creativa es parte vital de su vida, es el corazón que bombea y mantiene el equilibrio en un mundo  caótico.