Cuento «La ucronía del carbón» por Víctor Andrés Parra Avellaneda

I

El mundo dominado por máquinas, son todas hijas de Herón de Alejandría. Su entusiasmo en Grecia permitió a los reyes conquistar al mundo en muy pocos años y extinguir a todas las formas de vida en este su hambre de progreso. Así olvidaría el ser humano a los árboles y a los animales: olvidaría de dónde vino y a dónde iba.

En dos mil años la Tierra se convirtió en una esfera de carbón industrial que todo devoraba. La tecnología ha de llegar cuando el ser humano esté preparado para ella, no antes. Nunca den un arma a un niño inmaduro, que puede dispararse y matarse en lo que cree que es un simple juego.

Mediante quimeras nace el aire y el alimento, las máquinas escupen mientras las personas ingieren aquel vómito mecánico que los nutre y los mantiene funcionales cada día; el arte es un compendio de engranajes dispuestos de manera simétrica, la música es un ruido de martillos, la literatura es un instructivo y las convicciones religiosas son puro reciclaje.

II

Miro al cielo nocturno, esa negrura es el agua, y ese brillo lejano que llaman Venus es el reflejo de la Tierra por donde me estoy viendo desde una gran altura, así, puedo verme desde donde estoy, puedo ver cómo me observo a través de miles de kilómetros, casi imperceptible y microscópico, pero ahí estoy. Me dejo caer hacia esa Tierra reflejada en el pozo de agua cósmica, me dejo hundir lentamente para así zambullirme y nadar entre la luz de la imagen. Pronto el reflejo de esa Tierra me rodea y soy parte de aquel océano desconocido. Lejos queda el mundo que pisaba y respiraba, lejos queda toda referencia familiar, por primera vez me siento pequeño e insignificante.

Veo al astro acercarse hacia mí, ¿o será que en realidad soy yo quien se acerca a este? De verlo flotando en el espacio ahora me encuentro en su atmósfera. Veo un océano totalmente azul, veo inmensas montañas, veo por primera vez la luz del sol iluminando toda la Tierra. Me consterna no ver al carbón ni a los tentáculos de metal aprisionándolo todo, solo puedo ver un mundo lleno de extraño verdor: unos suelos sin edificios, unos cielos sin maquinarias volantes, y lo que más me asombra y aterra es la presencia de extrañas entidades. Desde el cielo las veo como si fueran corpúsculos, moviéndose de un lado a otro, como motas de polvo. Se desplazan a gran velocidad, se congregan e incluso se reciclan a sí mismos: los que catalizan la verde sustancia son desactivados por otros que los descomponen a subunidades propicias para su aprovechamiento energético. Ese proceso se parece mucho al de alimentarse. Esas cosas se están alimentando. Las máquinas no se alimentan, solo los humanos, ¿quiere decir que el ser humano no es una excepción en este universo?, ¿hay más entidades además de nosotros?

Fallo al intentar descifrar el mecanismo de acción de estos ensamblajes móviles. No hay cálculos para determinar a dónde irán y qué harán: en mi mundo natal siempre fue fácil predecir cualquier tipo de futuro, el destino estaba definido por engranajes, por las fórmulas, por algoritmos; pero aquí, no logro atisbar ningún destino; cualquier intento de predicción es inútil. Lo mecánico no es compatible con este caos orgánico.

Si no tienen destino ¿a dónde van esos seres?, ¿cuál es su propósito?, ¿qué sentido tiene existir sin un rumbo? ¿Qué función tiene transitar en un camino aún no construido?

Nunca había visto algo semejante. Me aterro, toda mi ciencia es inútil, es frágil, no se adapta a este nuevo mundo, a este nuevo universo que parece ser tan cercano del que provengo. Lo cuadrado, lo cerrado, lo perfecto, lo exacto; todo ello falla y se queda a la deriva de esta nueva que contemplo y que admiro temeroso. ¿Qué progreso puede haber en este mundo sin máquinas, sin el negro humo impregnando este cielo azul hasta oscurecerlo? ¿Cómo saben los seres sobre qué hacer si no tienen un instructivo?

El aire es demasiado puro, excesivamente traslúcido. No lo puedo soportar, no lo puedo respirar, me es tóxico.  No podría vivir aquí, ¿o será que ya estoy muerto? Seguramente los seres que pueblan este mundo espejo no podrían vivir en mi mundo, en dado caso ¿estarán muertos también? ¿Quién está vivo y quien está muerto?

Creo que comprendo lo que veo: al parecer aquellas entidades que se mueven de aquí para allá no son máquinas, sino que son entidades químicas.

Como si fuera el soplo de una voz distante y perdida en una gran profundidad escucho la palabra animales. Comprendo que estas cosas, los animales, pueden cambiar, pueden realizar un proceso llamado evolución, y que en dicha evolución interviene el azar.  De repente escucho una voz:

Esto se llama vida, y aunque la hayas olvidado, existía antes que tú. Tú eres vida.

III

Me despierto del sueño, sigo aterrado, aterrado por el viaje hacia el otro planeta, sin embargo, el otro planeta no era un mundo lejano, era mi mundo.

¿Qué pasará cuando encontremos lo que se llama vida? ¿Podremos entenderla, o simplemente estaremos atascados durante miles de años hasta que nos consuma la locura? Pero, si en dado caso la vida que vi en mi sueño ha desaparecido ya, ¿Qué nos queda?

—Nosotros —suena una voz en mi mente. La respuesta es clara.

En estas circunstancias el ser humano solo se tiene a sí. No es cuestión de encontrar vida en otros mundos distantes, ubicados en otras galaxias, sino de encontrar la vida que ha dejado morir lentamente en su interior. Quizás esta civilización experimente el mismo terror que yo sentí en mi sueño, cuando se purifiquen los oscuros cielos de carbón que nublan el alma de cada ser humano que puebla este mundo.

Cuando se descubra que en la Tierra existe vida, será el fin de la ciencia mecánica y otra ciencia tendrá que nacer para comprenderla.

Cuando se descubra que hay vida fuera de este mundo, será el fin de la humanidad y otra humanidad tendrá que nacer para asimilarla.