Cuento «La Orden de los Puntos Finales» por Mª Angeles Peyró Jiménez

Hubo un tiempo en que la vida era sobre todo a media tarde, o de noche, y transcurría en una parada de autobús o en el autobús mismo, y a ella se le daban bien los principios.

Empezar es coger una frase al azar, aliñarla con misterio o desconcierto, y construir una historia detrás. También puede mirarse alrededor y utilizar cualquier cosa. Por ejemplo: La parada no tiene marquesina, ni siquiera un poste que la señale, y ella sueña muchas veces que recorre frenética la urbanización y no la encuentra nunca.

Qué fáciles son los principios porque siempre se cogen con hambre.

Ella imagina un arco de corredores, agachados sobre el suelo rojo, los ojos mirando al horizonte, visualizado el momento de traspasar la línea de meta. Tienen una rodilla delante y la otra pierna estirada hacia atrás, un brazo que parece que cuelga y el otro adelantado a la rodilla, apoyando la mano, sintiendo la vibración desconcertada del universo en las yemas de los dedos. Pero nada cuelga ahí, ni siquiera ese brazo que sí lo parece. Todo se suspende, eso sí, vacila en la tensión del segundo, como los principios que se disparan en la siguiente letra, la que va después del primer punto, la que si lees estás perdido, disparado y muerto, la pistola humeante y tú proyectado hacia el futuro a toda velocidad, imparable, visualizando quizá la línea de meta a medida que lees.

Por eso ella solo escribe hasta el primer punto. No quiere disparar. Nunca completa las historias en el papel. Solo a veces las imaginaba en su cabeza, cuando su vida parecía sobre todo girar en torno a las paradas del autobús de la urbanización; dos, la de salida y la de llegada. Las dos que, según el momento, eran sirenas que cantaban con un canto agudo y liberador. Las paradas de autobús eran el principio del mundo.

También es fácil confundir un principio cuando se desea tanto. Sobre todo si él la quiere y ella puede verlo claramente al final de sus ojos, que son ventanas de noche, tupidos y acuosos, con el sol brillando después, en la mañana. Ella sabe que en esos ojos se puede ver la mañana del día siguiente, el mediodía frío y radiante donde los paseos son fotografías para el álbum de la vida. Desea querer esos paseos y esas fotos y sobre todo a los ojos que la aman, porque siente que ya toca, que ya va tarde a todo eso. Por eso se deja querer y espera amarle de vuelta. Vamos con el principio, hasta el primer punto. El amor es el principio. Aunque ella lo sienta más como un río que arrastra: las palabras de él deben ser contestadas con las respuestas correctas, los besos devueltos, y debe gustarle ese cuerpo joven y casi perfecto, pero en el que ya se adivina, como el aleteo de un mosquito molesto, la blandura. Y ha disparado. Ha pasado el principio. Ha sido ella. Pero cuando cierra los ojos no piensa en él sino en paradas de autobús perdidas, y en lo importante que es localizarlas siempre, que estén ahí con esa promesa de libertad y cosas que ni imagina, y esas fauces hambrientas, y entonces es cuando los ojos de él y esa devoción son insoportables.

Los finales son mucho más difíciles. Suceden continuamente pero es difícil reconocerlos. ¿Quién dice que es ahí donde está el punto y final? Solo los que escriben tienen el poder, ponen un punto y acaban con todo, aunque no estemos de acuerdo y ese punto nos parezca la uña de un oso que nos desgarra, y queramos discutírselo y lanzarle a la cara argumentos y porqués, y seamos rebeldes infatigables y sin causa, como un crío y su pataleta.

Ella no escribe historias. Solo principios que guarda en el cajón y finales que archiva en su cabeza. Pero esa tarde inventó para ellos un final que solo ella quería. Y a pesar de los llantos de él y de que cuando se quiere para qué coño sirve la dignidad. Eso le dijo. Palabras que son un final realmente pésimo. Ella nunca escribiría nada así, sobre todo porque ella no es quien para escribir historias completas. Debería inventar principios y dejarse fluir hasta los finales. Que otro dispare. Nunca. Poner. Los. Puntos. Pero es tarde, y sueña con paradas de autobús y autobuses en los que todos van sentados, y la gente se distribuye dócilmente y siempre ocupa el lugar que es el que al final quieren —los mayores delante, los jóvenes detrás—, y por eso corre hacia la parada, la de llegada, la que la llevará de nuevo a su casa.

Llega pronto y es de noche. La noche en las ciudades es luminosa, y el brillo del neón en la marquesina rebota contra sus pensamientos sombríos y estalla en minúsculos rayos cósmicos, una lluvia de luz dolorosa (era verdad que existían los rayos cósmicos). No sabe cómo montarse en ese autobús sin saber si es que va o viene, si acabó o ahora empieza algo, qué mágico poder le da a ella la capacidad de poner un punto, quién o qué la incluyó en la Orden de los Puntos Finales. Hasta que descubre a ese hombre apoyado en el quiosco que está cerrado a esas horas. Vestido de oscuro y con un paraguas amarillo.

No llueve.

No ha llovido.

Nunca ha visto ese paraguas.

Es familiar.

Es un paraguas que consuela como la mano de una madre en la mejilla. Que tiene la razón y el poder de escribir un final, como un lápiz mágico. Y ella solo tiene que dejarse llevar, desde el principio equivocado, aliñado con un amor desconcertante y devoto, que no debió crecer, hasta el final correcto que otro completará. Por eso se acerca a ese hombre y le mira a los ojos. No tiene ojos de noche con brillante sol al día siguiente. Son ojos que han visto las cosas que ella no imagina. En ellos solo brilla la luz de la oportunidad.

Le dice:

—¿Podría hacerte una pregunta?

*

En el periódico del día siguiente escribe un periodista. Las crónicas de sucesos tienen principio y fin. Empiezan por el final: una joven muerta. Y acaban por el principio: un encuentro fortuito y un por qué.

 

 

Semblanza:

Nací en Ávila en 1971, aunque siempre he residido en Madrid. Soy Licenciada en Jurídico-Empresarial y he dedicado toda mi vida profesional a la gestión inmobiliaria. Escribo desde siempre para mí y para los demás desde hace muy poco. Gané la última edición del concurso de microrrelatos de Getafe Negro. Gran lectora, soy una apasionada de ese género y en la actualidad trabajo en un libro de Relatos en colaboración con varios colegas escritores. Me han publicado en Solo Novela Negra, Revista el Narratorio y  Escuela de Escritores y apareceré en la próxima  antología de El Libro Feroz.