Cuento «La cena» por Marcela Royo Lira

Desde la cocina, el aroma a lúcuma se extiende por toda la casa. Dejo el libro de Historia de Chile sobre el escritorio y me levanto a cerrar la puerta de mi cuarto. Diviso a Mimí en el pasillo, relamiéndose los bigotes. Es un gato astuto y misterioso, deambula por los cuartos sin hacer el menor ruido, sorprendiéndonos en ocupaciones que nos gustaría que nadie vigilara. Antes de sentarme a reanudar la lectura, pienso en Nelly, mi hermana mayor, y el anuncio de anoche. Dijo que sorprendería a Roberto, su novio, con una torta de merengue lúcuma para demostrarle lo buena cocinera que es. Me llamó la atención sus pretensiones y la miré incrédula, pero al ver el entusiasmo con que le celebraba tía Jacinta, opté por callarme.

Mientras memorizo fechas, batallas y nombres de soldados (que estoy segura lo único que querían era estar en casa con su mujer en otro tipo de batalla) sonrío pensando en mi hermana con sus cabellos oscuros y los grandes negros que le envidio. Muchos enamorados ha traído a casa, esta vez la noto enamorada, ella que le disgusta cocinar y lavar platos, pretende estar toda la tarde al calor del horno y arrancar entre suspiros la cáscara a las lúcumas.

A la hora de almuerzo el olor aún perdura. Nelly, con las mejillas encendidas y secándose el sudor de la frente, nos prohíbe entrar en la cocina y olfatear en qué está el asunto, a pesar que le ofrezco hermanablemente mi ayuda. Nos tenemos que conformar con los restos del pollo cocido del día anterior, apretujados en el repostero. Después del café, mis padres se retiran a dormir la siesta y yo voy al dormitorio a simular que preparo el examen de historia para el lunes.

Creo que me dormí sobre el libro. Gritos desgarradores me empujan al primer piso. Mamá, medio dormida y con la boca abierta, mira a Nelly sin entender lo que dice. Papá, afirmándose los lentes y en actitud de querer dejar en claro que es el hombre de la casa, alcanza una escoba y sale al patio. Nelly, sollozante, se retuerce las manos.

¿Qué sucedió?

¡Mimí, el gato regalón!, se comió la torta que mi hermana había dejado sobre la mesa. Bastaron unos minutos de su ausencia para que la desgracia cayera sobre nuestras cabezas. Malhumorada, negándose a limpiar los destrozos, se encierra con llave en el dormitorio y pide a gritos que cuando llegue Roberto le digamos que está muerta, no sabe si resucitará.

Tía Jacinta es una mujer de carácter fuerte y decisiones rápidas (con razón ha enterrado cuatro maridos y tiene un quinto como pretendiente) se había asomado a la zalagarda desde el cuarto de costura, movió la cabeza como si quisiera espantar moscas y fue en busca de mi hermana.

─Mire, hijita ─dice enfática cuando logra que Nelly le abra─. Cosas peores han ocurrido en esta casa y estoy segura que quedan muchas por pasar. Seque las lágrimas y acompáñeme.

Curiosa en mis doce años las sigo, pero cuando quiero cooperar en el quehacer de la cocina, mi tía me mira severa y argumenta: “¿No tiene que estudiar, usted?”. Me duele que me limiten al repostero. Mantienen la puerta con llave y a pesar de que golpeo incesantemente ninguna se asoma a darme una excusa. Imposible entrar, la puerta queda trancada toda la noche. Al día siguiente, al almuerzo, nos sirven un rápido refrigerio, sin dar explicaciones sobre el exquisito aroma de especias que sale de la cocina.

Al caer la tarde llega Roberto, viene de Osorno donde hace un postgrado de Agronomía. Agazapada detrás de la cortina, espío el beso de bienvenida, siento ansias de crecer rápido para que un hombre como Roberto me bese. Hora después, estamos sentados en el comedor de muebles antiguos que mamá abre sólo en grandes ocasiones. Durante el aperitivo, tía Jacinta anuncia que Nelly ha preparado un plato especial en honor de Roberto. Hacendosas y en silencio, como acostumbran las mujeres que trabajan para la armonía familiar, traen los platos servidos en la cocina, bellamente decorados.

¡Conejo escabechado! Con papas duquesa y arroz frío, acompañado de ensalada a la chilena y un buen vino tinto (de los que papá guarda con llave en la bodega). Hay muchos brindis y sana alegría, en especial cuando Roberto se levanta y arrodillándose frente Nelly le pide matrimonio. Luego, nos enseña un hermoso anillo de oro con un perla que brilla a la luz de las lámparas. Lloro de emoción.

No sé por qué pienso en Mimí, salgo al patio a contarle que en la casa habrá una gran fiesta y que el pedazo de torta más grande lo reservaré para él.

─Ay, niña, qué sé yo. Andará en los tejados vecinos, persiguiendo a la gata de doña Rosa ─exclama mi tía cuando le digo que Mimí no está.

Pero el gato nunca volvió.

 

 

Semblanza:

Marcela Royo Lira, Santiago de Chile, 1945. Estudió en el liceo Manuel de salas y en la Escuela de Taquígrafos del Senado. Se desempeñó como secretaria de gerencia en Watt’s y Compañía, allí con un grupo de compañeros crea la revista El Duende Indiscreto. Publicaciones: Cuentos por Diversión, Tardes de Embrujo y La Maldición del Ofidio. Antologada en publicaciones nacionales y del extranjero, en la revista de literatura y pensamiento Provinciana, Universidad de Valparaíso.  Reconocimientos: Segundo lugar concurso Cuento Breve de la revista internacional Imágenes y Océanos (1997). Mención honrosa concurso Nora de Prá, Buenos Aires (1999). Beca de Creación Literaria, Fondo Nacional del Libro y la Lectura, convocatoria 2011 del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Socia de la Sociedad de Escritores de Chile, miembro de SECH MUJER.