Cuento » Karla» por Manuel Vicente Henríquez B.

These are days you´ll remeber

10,000 Maniacs

 

I.

Cuando la vio entrar al salón de clase sintió que se le doblaban las piernas. Afortunadamente estaba sentado en su pupitre, si no, seguramente se hubiera ido al suelo. La vio toda, de pies a cabeza, como nunca había visto a mujer alguna en sus trece años. Es más, no dejó de sentirse contrariado al saberse nervioso. La cara le comenzó a arder; disimuladamente volteó a un lado y al otro para ver si alguien le observaba. Cuando se aseguró que nadie lo veía, siguió con sus ojos a la niña. Qué bella era, qué mejor recibimiento para un nuevo, que una niña tan linda tocara en su clase. Porque toda la inseguridad que suponía estar en un colegio nuevo, quedó olvidada gracias a esa aparición.

¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? Sin pensarlo se dirigió a su compañero de al lado: «¿Cómo se llama la que acaba de entrar?». «Ah, ¿la del pelo rizado?». «Sí, ésa». «Se llama Karla, es una de las cheras más buena onda que he conocido». «¿De verdad?», preguntó interesado. «Sí, además es una excelente alumna, siempre se saca las mejores calificaciones». «Ya…». «Bueno, es mi amiga, si querés te la presento». Sus piernas comenzaron de nuevo a temblar al oír la proposición, pero se contuvo, no quería parecer obvio. «No, gracias, sólo me había dado curiosidad saber cómo se llamaba, nada más». «Como querás», dijo el compañero.

Disimuladamente la siguió viendo, estaba en la fila de al lado, dos pupitres delante de él. Podía verla todo lo que deseara sin ser visto. El día siguió su curso, los profesores llegaron y se fueron, pasaron los recreos y él no dejaba de mirarla. Se entristeció cuando tuvo que irse a su casa.

Esa noche, tumbado en su cama, miraba el techo de su habitación y se imaginaba el rostro de Karla. Su cara era alargada, con unos ojos cafés claros protegidos por unas pestañas rizadas y unas cejas delgadas. Su boca era pequeña, con unos labios finos que la hacían ver fabulosa. Los minutos pasaron hasta que el sueño lo venció.

 

II.

Los días en la escuela pasaron y él, poco a poco, se fue haciendo de un grupo de amigos; sin embargo, Karla no estaba dentro de ese grupo. Eso lo desesperaba, no podía hablarle porque la vergüenza se lo impedía y todavía pensaba que si le pedía a alguien que se la presentara, quedaría en evidencia. Para él, Karla era única en muchos sentidos: Ella había sido la única chica que le despertó sensaciones que jamás pensó que existieran. Como aquella mañana en que tenían clase de natación. Él, por su gripe, no pudo nadar, así que se quedó sentado a la orilla mientras veía cómo los demás practicaban. De pronto, de la nada, se le acercó Karla y dijo: «No te imaginás cómo me arde la espalda, por quemarme en las vacaciones me arde todo el cuerpo». Y dicho esto se volteó y se bajó parte de la calzoneta, un poco más abajo de su cadera. «Mirá…», dijo. Él se sintió desfallecer, nunca nadie le había enseñado parte de su cuerpo. Como pudo contestó: «Sí, de verdad que te has bronceado». Ella le sonrió y se fue a la piscina. Él la siguió con la vista y segundos después sintió cómo entre sus piernas crecía algo de manera dolorosa. Apenado, tomó su bolso y se lo puso sobre las piernas y volteó para ver a otro lado.

Con Karla supo que la vida era algo más que hacer las tareas y jugar fútbol con sus amigos. ¡También existían las mujeres! Y ella era la mejor de todas. En la cafetería la veía atontado pasar con sus otras amigas. A estas alturas sus compañeros ya sabían que él moría por esa joven. «¿Qué te pasa, hombre? ¿Por qué no le hablás?». «¿Cómo vas a creer? Si ni me conoce». «¿Cómo que no te conoce? ¿Y la vez que te habló en la piscina». «Bueno, ésa fue la única vez. Luego no me ha vuelto a hablar más». «Porque vos no querés, pero ya te dije, cuando me digás yo te la presento».

Y él, sin decir nada, la volvía a ver. Veía su cuerpo, que era diferente al de las demás: era frágil, delgado. Le encantaba cómo se ponía una camisita bajo su blusa, que le tapaba sus incipientes senos. El dolor en medio de sus piernas volvía a aparecer y mejor cambiaba la conversación.

 

III.

Supo que estaba perdidamente enamorado de Karla cuando vio a Gabriel platicar con ella, para él de forma sospechosa; esas miradas y sonrisitas entre los dos lo hacían desconfiar. Una nueva sensación apareció en su vida: Los celos.

Sin darse cuenta, comenzó a seguirla donde quiera que estuviera. En los recreos, sutilmente, no se le despegaba, observaba todo lo que hacía, con quién hablaba y con quién no. Y cuando estaba con Gabriel sentía un dolor en el pecho que no lo dejaba en paz. Entonces tomó la decisión de hablarle, de decirle que siempre la había querido. Pero, ¿dónde? ¿Cómo?

Supo que para la clase de educación física ella estaría en el grupo de boxeopatada. Se inscribió en el mismo para estar cerca de ella y hasta le podría hablar. Esa tarde, cuando iniciaron las practicas, todos estaban sentados en el suelo. Ella se sentó a su lado. «Hola», le dijo. «Hola», contestó sorprendido.

La clase continuó y él no le dijo ni una sola palabra, ni siquiera se atrevía a verla. Llegó el turno de otros alumnos y Karla fue la chica escogida por el profesor. «Ahora necesito un valiente que se mida con Karlita», anunció. Nadie levantó la mano; entonces, al ver que nadie se atrevía, él se animó. «Yo, profesor», dijo. Se pusieron los guantes y comenzó el combate. Él tomó una postura defensiva, cubriéndose las costillas con su antebrazo. Ella lanzó una patada que pudo atajar con facilidad. Los demás aplaudían. «¡Dale, Karla!». Siguió con una andanada de patadas que él detuvo no sin pasar ciertos problemas. Lo peor era no demostrar que una niña lo estaba poniendo en aprietos. Karla seguía con los golpes que él esquivaba. Le tiró tres patadas con la pierna izquierda que él alcanzó a bloquear. Para la cuarta patada, amagó con la pierna izquierda, pero en un movimiento rápido cambió de pierna y le dio en la rodilla izquierda. Se hincó adolorido y todos los compañeros gritaban como aficionados. El profesor se le acercó y le preguntó: «¿Estás bien? ¿Querés continuar?». Él contestó que sí, sorprendido. Lo que nadie le había dicho era que Karla pertenecía al equipo de boxeo-patada de la escuela.

La pelea continuó y ella le lanzó otra ronda de golpes, pero cuando hizo como que iba a tirar otra patada, le dio un puñetazo en la cara. El impacto le dio de lleno, pues por estar esperando las patadas su defensa estaba totalmente baja. Una décima de segundo tardó en recuperarse, pero cuando buscó a Karla con la mirada, un talón se estrelló contra su oreja y lo lanzó al suelo.

Los alumnos aullaban, gritaban hurras para su compañera y él, en el suelo, seguía sin levantarse. No podía hacer nada, no podía hacerle nada aunque quisiera, porque él la amaba. Lo único que quería era decirle que desde aquel día en que la vio entrar al salón de clases quedó embrujado. Hubiera querido levantarse y abrazarla pero no pudo.

El maestro dio por terminada la pelea. Lo ayudó a incorporarse y se lo llevó a los desvestideros. Él pasó de largo, pero las carcajadas de sus compañeros lo seguirían por el resto del año.

 

 

 

Semblanza:

Manuel Vicente Henríquez B. (San Salvador, 1972) es comunicador de profesión. Escribe narrativa, crónica y ensayo. Es articulista en diversos medios impresos y electrónicos nacionales y latinoamericanos. Mención honorífica en el Segundo Certamen Nacional de Ensayo “Agustín Espinoza, S.J” (2000), convocado por la Universidad Iberoamericana (UIA) Laguna de Coahuila, México, con el ensayo Posmodernidad y Nuevas Tecnologías. Obtuvo mención honorífica en el Primer Concurso Nacional de Reseñas Literarias (2002), organizado por el periódico mexicano La Jornada y editorial Alfaguara, con una reseña sobre la novela La Virgen de los Sicarios. Ha sido catedrático de literatura y redacción en colegios y universidades. Actualmente se desempeña como comunicador institucional en una entidad estatal.