Cuento «Jackboots on Whitehall» por Adrián Feijoo Sánchez

Pocas luces quedaban todavía encendidas en el Halifax: una bombilla agonizante en el techo, y las velas en las mesas, que le otorgaban al viejo pub un aspecto decadente y triste. La barra polvorienta, y la estantería con las bebidas con alguna que otra telaraña, no hacían sino acrecentar esa sensación. En las paredes del local había toda clase de antiguallas decorativas, desde una fotografía enmarcada del equipo local, a una cabeza de jabalí disecada.

La mayoría de clientes se habían marchado ya, tras la habitual tertulia del partido y las discusiones posteriores, regadas con cerveza y gritos de si el Leicester había jugado mejor, o si el Manchester United creó más ocasiones de peligro. Los restos de la batalla, desde vasos sucios y restos de cacahuetes, a pequeños charcos en el suelo de madera, permanecían como testigos mudos de aquel tórrido encuentro futbolero.

Permanecían allí los de siempre, la pequeña cuadrilla que ni la (todavía) reciente guerra del 40 había conseguido separar. Todos estaban sucios, cansados, y portaban los uniformes color barro de la Brigada de Voluntarios. El gigantón rubio, Percy, bebía a sorbos una pinta de cerveza negra; a su derecha, un pelirrojo desaliñado y bajito que respondía al nombre de Matt leía con atención el periódico de aquel día; Bourbon, un sujeto alto, musculoso y con un parche en el lugar donde debía de estar su ojo derecho, se distraía liándose un cigarrillo. El viejo Moses, que poseía el dudoso honor de haber sido barman en aquel lugar durante los últimos once años de su vida, intercalaba entre limpiar la barra con un trapo mugriento, rascarse su coronilla pelada, o comprobar el sempiterno bote de las propinas.

-¿Os habéis enterado de esto? Edimburgo lleva dos semanas resistiendo los ataques. Y parece que también la invasión de Man ha sido un fracaso.

-Debería dejar de leer esos panfletos de la Resistencia, Matt. Acabarán cayendo, ya verás. Para 1950 toda Gran Bretaña se inclinará ante Mosley y el Traidor.

Percy señaló a una de las paredes, donde estaban colgados sendos retratos de los aludidos. Una fotografía del guapo y carismático líder de la Unión de Fascistas Británicos, Oswald Mosley, junto con otra del rey de las Islas, Eduardo VIII, hermano del anterior Jorge VI, y al que el pueblo ha apodado cariñosamente “El Traidor”. Una cinta blanca, con la leyenda “1941, Año Triunfal”, abrazaba a ambas celebridades.

-¿Cuándo quitarás esa mierda, Moses? Me da repelús.

-Sabes tan bien como yo que es obligatorio. Además, los quiero guardar para cuando echemos a las ratas nazis de aquí. Como diana para dardos –Sonrió.

-Si es que las echamos –apuntó Percy.

-Hoy estás muy negativo, amigo. ¿Quién te dice que entre los escoceses, los irlandeses y los yanquis…?

-Los escoceses están muy jodidos. A lo mejor resisten un tiempo, pero los boches tienen aviones, barcos, de todo. Si es necesario, reducirán Aberdeen o Glasgow a cascotes. Y eso lo saben también los irlandeses: se pasan el día rezando para que Mosley no pida al Papá Adolf la isla esmeralda como regalo de Navidad.

-¿Y qué me dices de los yanquis? –Inquirió Matt.

-¿Los yanquis? Cuando estaba Roosevelt, quizá. Pero ahora hay un nuevo presidente, un antisemita llamado Ford, que toma el té con Goebbels por la mañana, y por la tarde juega a las cartas con Mussolini. Olvídate de los americanos, que ya hay rumores de que van a atacar México, o Japón, o sabe Dios qué. Un amigo de los nazis no nos va a ayudar.

-Qué rápido te acostumbraste a esto, Percy –apuntó maliciosamente el barman–. Con gente como tú, habríamos perdido la guerra en un mes, en vez de un año.

La afirmación cayó como un cubo de agua fría sobre la creciente tensión de la situación. Percy se levantó, furioso. Comenzó a gritar:

-¿Acostumbrarme? ¿Lo dices en serio? ¡He luchado por este país, joder, recibí un balazo en Dover peleando contra los fascistas! ¡Vi cómo bombardeaban barcazas de refugiados en Plymouth! ¡Estuve en las ejecuciones de Tottenham!

-Igual que nosotros –añadió Matt–. Todos vimos cosas horribles.Tranquilízate.

-¡Pero es que no me puedo creer que Moses se atreva a insinuar que estoy a gusto con esos cabrones! No me jod… –Antes de que siguiese chillando y algún buen ciudadano les escuchase, Bourbon le arreó un rápido puñetazo en la mandíbula.

-Perdón. Estabas haciendo mucho ruido.

-No te preocupes, lo siento yo también –Percy se incorporó de nuevo, acariciándose su boca dolorida–. Estos temas me ponen de muy mal humor.

-Lo sé –y enfocando su único ojo al suelo, musitó–. Han detenido a mi hermano.

Silencio sepulcral. Hasta Moses interrumpió su ritual de limpieza.

-¿Dónde?

-En Leeds. Se iban a encontrar con unos supuestos agentes americanos, pero resultó ser una emboscada de la policía secreta. Consiguieron matarlos, pero le dieron a Burt. No hubo entierro, lo incineraron en uno de sus refugios.

-Me cago en la puta. ¿Quién te lo ha dicho?

-Un amigo suyo, un teniente de la Resistencia al que llaman Vigo. Me ha asegurado que siempre usan documentos falsos, así que posible que no me relacionen con él.

Un perro ladraba en la noche. Un transistor lejano emitía música patriótica.

-Cabrones. Hijos de puta.

-Percy, no como nos estén grabando…

-Me da igual, Matt. Si hubiésemos tenido más aviones, si Churchill siguiese con vida, esto sería otra cosa.

-O tal vez no. ¿Qué más hubiese dado Churchill, Hoare, o Chamberlain?

-Al menos Winston tenía cojones, joder. Le habría dicho a Hitler que se hubiese quedado quieto en Polonia y Bélgica. Habría ayudado a Francia. Y seguiríamos siendo una nación, sin putos fascistas, y el hermano de Bourbon, el hijo de Moses, y todos los que hemos perdido, seguirían vivos –una lágrima atravesó su rostro–. Tendríamos algo de dignidad, joder. Estaríamos trabajando por nuestro país, no en sus fábricas, y lucharíamos por nuestro país, no para disparar a los pobres escoceses.

-Eso tú no lo sabes –musitó Bourbon.

Los cuatro se quedaron pensativos, sin ganar de seguir hablando. Quizá estuviesen cavilando sobre lo que pudo haber pasado y no pasó, lo que pudo haber sido y no fue. Puede que reflexionasen sobre si ellos pudieron haber hecho algo, aunque fuese mínimo, por cambiar aquello. Pero la Union Jack seguía hondeando junto con la esvástica en Londres, y así seguiría durante bastante tiempo.

-Mañana trabajamos. Deberíamos irnos.

-Sí.

Demoraron su salida, pero al final abandonaron el establecimiento, despidiéndose y concertando otra cita para beber y charlar. Una fría ráfaga de aire cruzaba las calles ¿desiertas?, mientras que la luna, ajena a los asuntos humanos, intentaba iluminar la noche sin éxito.

 

Semblanza de Adrián Feijoo Sánchez:

Soy un tipo del sur de Europa, donde abundan los castros, los caballos, la piedra y la lluvia. He ganado algún concurso literario, pero perdí otros muchos. Colaboro en la revista digital Noitábrega, de la que también he sido cofundador. No se me da bien escribir semblanzas. Me gusta Philip K. Dick.