Cuento «Heraldo» por Geral Stivens Galan Garcia

Aquel hombre extraño se vio emergiendo de una sombra alada envuelta en llamas. Mientras avanzo, una línea escarlata se pintó a su alrededor mientras los vientos soplaban. Una vez más se encontró desorientado. Habló para sí mismo.

 —El artefacto dentro de mí.

Recordó cómo las estrellas iluminaban su frágil piel. En ella se reflejó el vacío interminable. Nunca había visto semejante perfección estética. Lo comprendió, era la madre de todo. Quien todo lo crea y descompone, le mostró todo el daño que le habían hecho. Su dolor era suyo ahora. 

Él se tocó el pecho mientras la secuencia de imágenes corría por su mente. Su sangre hirvió en su último aliento con la impotencia de haber fracasado. Aquella extraña lo abrigó con su cálido manto de finos hilos rojos; le dio calma por un instante. Hizo entender sin palabras que solo necesitaba a alguien que estuviera dispuesto a hacer lo necesario. No exigía obediencia, exigía sangre. Lo había envuelto en su voluntad oscura y despiadada haciéndolo viajar por lo eterno hasta atravesar una herida en el tejido de la realidad. Descendió hasta este mundo sucio y agonizante.

En ese momento, herido, volteó a mirar, vio la caída de un sol gélido. La grieta resplandeciente en el cielo que incineró el aire para abrir su paso, ya se había cerrado. Se encontró en una ciudad desolada, algo había ocurrido allí, era necesario encontrar respuestas.

—¿Por qué estoy aquí?

A lo lejos escuchó el sonido de algo de gran tamaño que se acercaba por los aires, él se ocultó entre las paredes agrietadas de un edificio, sigiloso observó cómo una bestia voladora expelía de sus ojos un haz de luz azul e intermitente, observaba el objeto casi intangible del que él emergió, los restos de una sombra ensangrentada.

Un trozo de concreto cayó desde un edificio aledaño. Los sentidos de la criatura la hicieron girar en el aire rápidamente. Escupió ráfagas de fuego al cemento seco, que se desmoronó convirtiéndose en una lluvia de polvo ardiente. La criatura descendió lentamente, y levantó con sus garras aquellos alerones. 

Adolorido, supo que no podía derribar algo tan grande. La bestia se fue con aquel encierro estelar a un lugar desconocido. 

Entre los estantes de un almacén en aquella ciudad fantasmal, él encontró algunos medicamentos para calmar el dolor. Se inyectó el cuello, entonces escuchó el rugido de otras bestias acercándose al lugar. Su cuerpo se llenó de adrenalina. Pronto se dio cuenta de que eran terrestres, de pisadas veloces. Una de ellas se detuvo mientras la otra siguió recorriendo los alrededores. Sabía que olfateaban sus heridas. Él corrió detrás y a lo largo de un muro que se situaba justo en frente de la criatura de ojos luminosos y cuernos tan prominentes como sus aletas. Esta escupió incontables ráfagas incandescentes. Perforaron las paredes y rompieron los pocos vidrios que quedaban. Cuando el fuego se detuvo, instintivamente él se apoyó sobre el marco de la ventana en aquel muro, levantando sus piernas con fuerza, con su palma derecha lanzó una esfera carmesí de una energía desconocida, haciendo pedazos a aquel infernal ser. No supo cómo lo había logrado. Pero en el lugar de la explosión encontró un cañón. No entendió por qué esa arma estaba allí. Aun así, la tomó rápidamente, y la accionó en dirección a la criatura que aún se encontraba a lo lejos acercándose rápidamente, rugiendo con su incandescente mandíbula. Explotó uno de los ojos del animal, perdió el equilibrio. Se levantó por los aires dando varios giros hasta caer en pedazos.

Esto era solo el principio, pensó, debía salir de ahí. Ir tras su única pertenencia.

De algún modo pudo encontrar un transporte abandonado. Supo su falla exacta. Se permitiría utilizar su motor, sus ruedas, pero el sonido del viento indicó que se aproximaban más bestias. En un instintivo acto trepó el edificio más cercano. Con la aguja que inexplicablemente había salido de cada brazo, perforó los muros soportando el peso en su espalda, de aquel cañón.

Consiguió la posición con la que pudo hacer uso de su inesperada visión. Apoyó el arma sobre el borde de la azotea, respiró profundamente. Cuando vio en la lejanía aproximarse algunas bestias terrestres y un gran monstruo volador, disparó la ráfaga que perforó diagonalmente la carne de una de las bestias. Rápidamente apuntó a otro de estos animales, accionó el arma en el momento justo en que estaba adentrando a la calle aledaña. Cayó deslizándose unos cuantos metros hasta un viejo árbol seco. Uno más atravesó velozmente aquella calle mientras el gran ser volador le escupía varios aguijones de fuego. El sujeto saltó y descendió hasta caer fuertemente sobre un callejón sin luz. Mientras la bestia de grandes alas iluminaba todo el lugar con sus ojos. Él, lastimado corrió con dificultad, de manera silenciosa a lo largo de aquel sucio pasillo de concreto. Delante de él encontró la última criatura terrestre acercándose sigilosamente, en ese momento él hombre corrió hacia esta. Apoyó sus manos sobre su cabeza, logrando un gran salto que permitió clavar sobre el lomo de gruesas escamas las agujas de sus brazos. La bestia comenzó a correr a lo largo del callejón escupiendo fuego por todo el lugar, haciendo que la criatura voladora los persiguiera.

La carrera sobre la bestia levantó una gran cortina de humo, metal, arena y concreto, hasta que quedó inmóvil, oportunamente cerca al transporte de dos ruedas. El último animal que volaba en su búsqueda, de pronto ya estaba en frente de él. Acopló su cañón al manubrio, prendió la máquina, corrió sobre un arrume de escombros que le permitió elevarse. Aquella inclinación en el aire, a lo lejos se hizo notar por las múltiples líneas finas e incandescentes que volaban en dirección contraria a las que el animal escupía. Las  dos furias se encontraron en un punto de explosión. El único ser que sobrevivió al encuentro descendió bajo el llameante cielo nocturno reflejando sobre las calles la forma de un hombre sobre una máquina humeante.

—¿Quién soy? —dice para él mismo

Consternado creyó por un momento que lo que había visto era producto de su mente. Pero no. Miró su reflejo en los cristales rotos que destellaban por el movimiento de las llamas. Sobre él notó una corona cromada, córtate le cubría el rostro. Las agujas de sus brazos hacían parte de una armadura, con la que sentía poder cortar la realidad misma. El odio lo envolvió. Mientras su sangre se dibujó como un manto desgarrado que desde sus heridas ondeaba a sus espaldas. Extrañado. Comprendió que ya no era más un simple hombre. Sino aquella criatura sedienta de venganza y destrucción sin límites que había renacido para llegar a aquel lugar en el cosmos. 

Herido y cansado notó que el sol de aquel mundo había sido reemplazado por una luna llena. Destellantes ralladuras de batalla color plata se hicieron notar sobre él. Activo el motor. La velocidad tensó una viscosa capa escarlata en un desplazamiento sobre un concreto agrietado que anunciaba un mundo peor que el que había conocido.