I
La noche que maté a mis padres fue realmente hermosa: era la única manera de pagar la divinidad. No me arrepiento de todo, ser maya es trascender.
Mi padre murió de un machetazo en la garganta, fue el más fuerte que pude hacer, pienso que su manzana no permitió que lo atraviese como el machete a un coco.
–¡Un tapir se está comiendo la milpa! ¡Un tapir se está comiendo la milpa! ¡Un tapir se está comiendo la milpa!
Entré gritando esa madrugada, el viejo se arrojó de su hamaca, pantalón café delgado y sin camisa, fuimos hasta el ombligo de la siembra, me coloqué detrás de él, su espalda espejo arrugado de la luna, piel roja, agrietada y seca como la tierra.
La muerte de mi madre fue caliente y amarga. Pozol espeso de la mañana, en su estómago la sangre y los gritos se digerían. A mamá le colgaba todo, las chichis, los parpados, la piel de la garganta como una pava, su vida era un suspiro que ayudé a terminar.
Poco a poco, después de varios cantares de gallos, comprendí el poder en mis manos antes vacías: detener el movimiento de la hamaca, despertar los sueños, hacer llorar a los bebés, alimentar la tierra, volver niños a los adultos: todo lo puedo con mis monstruos al caer la noche.
II
Tarde, tarde de viernes. Frente a la colonia de hormigas pedí la oportunidad de ser las vidas que quiero y ofrecí a cambio mi alma. Nunca conocí el alma: mi padre y abuelo decían: es un alma feroz y distraída, alma azul pájara, alma olor a maíz fresco, alma sabor a lodo. Los dos veían lo no material que soy. Nunca me sentí cuerpo de esa alma.
Un día, lloraba bajo la hamaca, no le hice caso, salí a jugar. Tarde, tarde de viernes: fui quien soy. El búho miraba, hormigas rojas salían de la tierra hacia mi cuerpo: hormigas mordiendo mis pies, cada uno de mis dedos: hormigas mordiendo mis ojos: hormigas entrando en mi nariz y boca, pasan por mi garganta y muerden mi pulmón, mis corazones. Hormigas cortan mi oreja en pequeños trozos y la llevan en sus espaldas. Sentía sus pequeños pasos dentro de mis venas. Caí como costal de elotes, desgranando mi cuerpo sobre la tierra.
III
El día despertó antes que el cantar de los gallos. En mí el poder de ser todos los míos. Todas las mañanas, me sentaba en un tronco frente a la casa, esperando la delgada sangre naranja del cielo, que se oxida y oscurece. El momento cuando le brillan los ojos a los gatos y los perros ladran a los muertos. En la noche soy mi sueño: pesadilla de otro. Pelos, plumas, escamas, pico y dientes: todo era yo: siendo nada.
Wuay, Wuay, Wuay –gritaba la gente que olía.
Wuay, Wuay, Wuay –gritaba la gente al verme.
IV
Pozol con hongo en la garganta, tortilla dura para café. Ayer era verde serpiente reclamando vida. Iba a ocurrir, después de la última lluvia, sabemos que algún día volverá.
–¡Andrés, Andrés!, no venía a comer a tus hijos, venía por tu esposa.
Andrés fue siempre bueno con el rifle. Este patio lodoso –no pude correr más rápido- La bala descansa en mi pecho, aún es metal caliente, me roba el aire y cierra mis ojos. La veo, se acerca, la muerte viene en forma de cochino, me comerá y me hará mierda.
Semblanza:
Alfredo Francisco Yanez Montalvo nació en la ciudad de Chetumal, Quintana Roo (Junio, 1986). Actualmente es estudiante de doctorado en ciencias en el colegio de la frontera sur Ecosur, unidad Chetumal. Ha participado en dos ocasiones en el encuentro de escritores en Bacalar los años 2016 y 2017. Posee publicaciones de cuento y poesía en revistas electrónicas como: ECOFronteras y delaTRipa, Ciudadela de los escritores. Actualmente, prepara un libro de cuentos “color del viento” y el poemario “Lagarto y Ceiba”.
Página Facebook: Alfredo Inlaakech