Cuento «Gris» por Francisco Zetina

Día pesado, de calor. El trabajo espantoso en cuanto existente. Años, hace años que no pensaba en ello, la imagen de sí dejando de ser. En la idea. Hasta ahora los narcóticos han funcionado, cada etiqueta ha cumplido su palabra escrita en tinta negra. Pero hoy, hoy confusamente desesperada y harta de estar, de toda esta gente, en este vagón, en este día. Para no soportarlo en realidad, para no soportar la realidad.

El hedor de la existencia compartida en cubículos grises de oficinas lisas, planas, compañeros y jefes del mismo color e idéntica forma. Solamente piensa en dejar de oirverolertocar. Impedir, de alguna manera, que suba por la garganta el sabor gris a existencia desmembrada en cuadrículas de oficina o vagones llenos de miradas grises y estornudos verde enfermo.

Y la idea del suicidio, una y otra vez superada gracias a las pastillitas en horarios y orden adecuados, hipócritas en su imposición familia-doctor, todos que eran y ahora vuelven a ser la gran masa, pero que en la cuenta parcial engulló linda y obedientemente para apreciar, querer y ser querida a colores varios y alegres, que la depresión continua no se pinta de lo mismo que se ve en todo este lugar grismalditogrismalditogrismalditogrismaldito. Se grita por dentro que basta de autocomplacencia en grageas de 500 miligramos, en verdad afortunada de olvidar la cajita en un hotel que aún vio a colores en su hora de comida convertida en rato de mediocre placer.

De repente, lo que en verdad se denomina de golpe, tras un par de horas más de aparente y sospechoso colorido trabajo e intercambio de frases que no sonaban absurdas, de olores que no la vaciaban, la oficina cambia, se transforma, muta en una cosa-gris, amasijo que pierde forma y por lo tanto sentido. Lo peor, lo inmediato, los rostros antes amables, confortantes, se vuelven ofensivas plastas escurridas que dejan atrás lo que parecía ser una forma humana…………..yyyyyyyyyyyyyyy………………… la salida, una especie de escape hacia lo no doloroso, un autoengaño muy poco disimulado, tomar rumbo a casa en el Metro, con toda esa maldita y conocida de años reminiscencia de lo que retorna, lamiéndole las pestañas, el ahora recordado pero presentísimo no-color revolviéndose en personas y cosas que dejan de ser distintas, un todo espantosamente abrumador que recuerda la necesidadsensaciónidea de acabar y ya no sentir más esa ausencia.

Pero, pero… las pastillas. Lo informe que no existe con las pastillas… y tragar, tragar cosas diminutas para ya no vomitar una y otra vez en y el gris. La cajita, el hotel, buscar la receta controlada… correr por ellas, apurarse a sentir su amargo gusto en la lengua, su dulce sabor en la cabeza, que resbalen llevándose, curando todo, volviéndola a la normalidad, permitiéndole, engañándola para…

No. Así no. No es como quiere dejar de saber el ya-casi-todo-gris, no ahora que junto a la vivencia ha recordado que todo eso existe cubierto por un manto. Las pastillas-mentira ya no pueden, no deben ser solución para mí, piensa al cerrar los ojos, acurrucándose sobre lo que queda de ella para dejar lo que se le viene encima, tragando saliva seca para evitar el vómito

no

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Las píldoras coloreantes no, pues será el siempre, será la condena y el despertar mañana con rebaba entre los dedos, con metal inexplicable en los ojos. Mañana, día que no tiene porqué existir, todo lo contrario a las mentiras en compuestos teatrales comprimidos. Mañana no tiene que ser.

La idea, suicidio-salvación del suicidio-agrisado que es dejarse ir sin ir, para ya no ser tras estas bambalinas reiteradas. El espanto, no de nuevo, el horror, todo aquello, las visitas, los doctores, las miradas y el engaño de los que dicen quererla, que no saben, que no entienden, que no pudieron soportar el propio dolor de dejarla ir, condenándola en su egoísmo a ver lo que en realidad no ve, que

………..

……..

..…

… De repente, colorido entre lo incierto, vivo entre lo plásticamente irreconocible, dejándola tan  sorprendida que se olvida de la masa que antes era una oficina y un vagón y personas hipócritas que no pueden verse sino como creen que deben ser vistas, en medio de lo gris ahora ve a un hombre, a un hombre que sólo lo parece, pues el asombro, en principio, son colores reales sin pastillas. Se trata de un ángel, un ángel de catecismo, un hombre con alas nacidas de la espalda, un tipo con alas de colores que va dejando una estela de realidad-iluminada-no-gris a su paso.

Justo el día más necesitado dios, Dios del que le contaron, en quien le pidieron confiara la cura y sus amargos miedos. Dios que le demuestra que existe justo en medio, con todo, sobre todo lo existente-gris, la esperanza revelada en la frustración, la antítesis de la idea de acabar con…                                                                                                   ¿Por qué? Por qué y qué pasa, piensa para tomarse un momento y comprender que la colorida estela, ahora que se ha acercado con los brazos abiertos y el alma en proceso de paz, no es lo que pensócreyóengañó que era, pues se trata de miles de colores bailando en el aire, salidos de las alas del ángel que pierde plumas, un ángel que ahora ve de frente, al rostro pálido, tan gris como lo demás que vuelve a borbotones.

Un ángel que se arranca plumas de las alas, que le dice mirándola a los ojos y sin abrir la boca que se pierde con el todo, que al carajo con los sueños y pedidos de humanos jodidos en su mísera trampa de existir, que él también lo ve todo así, desengañado. Y le relata con bolitas grises, como de plastilina, cayéndo de lo que fueron sus ojos, cómo se ha percatado que Dios, dios mismísimo, el de la luz y salvación y todo aquello, es gris también en medio de sus legiones y su gracia y de su reino todo que sí, son grises.

Entonces el ángel, dejándola para continuar mientras se arranca las alas, se va, volviéndose ya masa con la masa, dejando tras de sí únicamente lo que decidió perder, las plumas que ella, en medio de la esperanza de catecismo rota, va recogiendo como si quisiera-creyera que son, las plumas y el ángel, sustitutos etéreos de comprimidos mentirosos, pero que ahora, en la masa plomiza que ha vuelto a ser-con-ella, son igual de falsas en su pérdida de sentido, fuera de la normalidad persuadida de sermones-familia-médicos y amores de hora de comida y todo aquello que le dieron desde que vomitaba la papilla hasta ahora que de nuevo y todavía vomita al mundo; ella que sólo puede pensar en dejar de hacer-sentir, con las manos llenas de lo que fue la gracia y el vuelo de un ángel que ha decidido suicidarse mirándola desconsolado, dándose cuenta ambos del mismo velo para la conservación de la cordura angelical y humana, de la pantomima que el mundo necesita para sobrevivir a sí mismo en su medianía de existir. Y si… piensa ya decidida mientras guarda lo reunido, si hasta los mismos ángeles descubren que eso que a ella se le ocurrió desde niña es la solución gris al gris estado, por qué no, por qué no alcanzar al ángel, por qué no, carajo, arrancarse las plumas ya.