Cuento «Espiral de metal» por Sicarú BriSal

Ríes. Callo. Esa idiota sonrisa de los que se llaman gentiles consume mi polvo de paciencia. De gana malosa, repito mi nombre:

Kalel.

Disculpe, joven, ya lo tengo; no había escuchado ese nombre. El profesor Marco llegará en unos veinte minutos. Puede tomar asiento.

 

Maldito Extraordinario de Literatura. Patear con la vista a los compañeros de clase fue una hazaña que ni ellos imaginan, pero ahora tener que soportar la curiosidad de los sujetos de la oficina será un asco de tiempo.

Mejor cerrar los ojos sentado. Intimidar a la gente con mis cadenas, piercings y prendas negras siempre me ha importado un gusano. Pero esta mañana gris va mucho conmigo… Ojalá baje la niebla y carcoma la alegría de todos. De los trotamundos empedernidos. De los estúpidos del pasado. Lugares y memorias indeseables…

 

–Mike, es que eres tan raro, pero quiero amarte… Si tan sólo sonrieras, sería más fácil.

–Lyn, no me llames Mike, lo aborrezco. Sólo tengo un nombre.

–¿Ves? Sólo trato de hacer más agradable nuestro trato, pero ni eso puedo. Tú puedes decirme Miriam y no pasa nada, es para divertirnos.

–…

–Kal, está bien. Olvida “Mike”. ¿Qué hago para que nuestro trato funcione?

 

Un semáforo en rojo. Pero un idiota al volante. Ebrio cuando apenas atardecía, hizo un zigzagueo escandaloso de llantas escupiendo humo antes de arrollar a Lyn y destrozar la rodilla de Kalel.

Lyn nunca supo cómo obtener el corazón de él. Y él, aunque prefería no ser obtenido por nadie jamás, hubiera preferido partir del mundo antes que ella. Si ya emanaba odio, después de eso lo hizo con ira.

            Un semestre de recuperación en cama tuvo sus ventajas. No escuela. No visitas –pues nunca hubo amigos–. Salvo el viejo renqueante que iba y venía con la medicina para la rodilla. Kalel no conoció madre. Sólo a su padre borracho y frío que, hasta haber envejecido, trataba en vano de ganarse a su hijo.

 

¿Y después de la prepa qué? Carajo… Ni abriré los ojos. Ríen. Todos. Oficinistas sin verdadero placer. No reír y sólo callar para observar. Mentalizar la gracia de observar la ridícula felicidad…

 

–Kalel Baez, veo que no te interesa la Literatura, por eso irás a Extraordinario. Pero te digo, muchacho: estudia lo más que puedas lo que nunca viniste a escuchar, porque tu examen no es simple.

–Mierda su amenaza –injurió Kalel, arrojando saliva al jardín, al salir del plantel escolar. Estupideces tan predecibles puedo responder.

 

Buenas tengan.

¡Ah, profesor! Qué bueno que llega, el alumno Baez lo está esperando.

Así es, y no tengo otro pendiente más, Brenda; gracias.

 

El profesor miró de reojo a su alumno; con una sonrisa se despidió de la secretaria y salió sin decir palabra extra. Cual león conteniendo su fiereza, Kalel siguió al profesor hasta un aula, tomando asiento sin mirar al profesor. Éste le tendió una hoja y un lápiz con punta recién afilada…

 

–Ojos grandes, aunque apagados y decaídos, grises como el cemento. Cabello castaño oscuro y lacio, piel blanca sin rastros de haber estado bajo el sol. Mirada… turbia. Perdón, maestra, es todo lo que puedo describir; no puedo ver más allá con este compañero –dijo la chica de la clase de Psicología, en la que, por parejas, tenían que describirse físicamente para luego intuir la personalidad del analizado.

–Descuida, Diana; no es sencillo mirar a través de una persona que no lo permite. Pasa conmigo para la dinámica. Kalel, por favor, si no cooperas en esta clase, sal de ella por ahora y vuelve con una investigación completa del estudio de personalidad como la tuya, si es que sabes describirte.

Entre risas discretas, Kalel salió a paso firme tras dar un portazo. Por supuesto que se conocía suficiente como para no investigar nada. Lyn había muerto hace dos semanas. ¿O ya eran tres? “Sólo un mes más y terminemos con esta jaula de Prepa. Quizá después de ella no haga más. Maldita sea mi vida…”.

 

“Escribe el cuento más escabroso que, como narrador, puedas concebir…”. Kalel, el león prepotente, quedó desarmado. Leyó de nuevo: “…el cuento más escabroso… no importa su longitud. En clase se vieron las bases literarias del horror. A usarlas, se ha dicho”.

El joven Baez contuvo la respiración sin saber qué hacer o pensar; alzó la vista. El profesor ya estaba hundido en su lectura de libro viejo: Agatha Christie, Diez negritos. Algo había dicho el profesor en clase sobre esa novela negra. Aunque, obviamente, Kalel no escuchó nada de ello, sólo esperaba terminar el día, como diariamente, pues la noche siempre lo acogía con brazos abiertos: tirarse en la cama, ignorando los ruidos o silencios que emitiera su roñoso padre.

Molesto, miró la hoja en blanco. Sólo una. ¿No importaba la longitud? Bien. ¿Sólo un par de palabras de horror? Observó el libro de los negritos. Había uno descabezado… Pan comido. Esa noche no sería como las demás, y lo acababa de decidir con ese infortunado examen.

Antes de empuñar el lápiz, le pareció ver de reojo a Lyn, sentada en una butaca a su lado. Sentía que lo veía con una sonrisa, esa que nunca pudo soportar mirar más de un segundo por vez. Nunca la quiso. Pero su martirio bajo aquel estúpido auto fue…

 

“Esta noche me daré un tiro…

…un tiro de alma en mi propia cama

por días eternos sin moverme hasta enloquecer,

con tal de morir más que vivir, pues en esta humanidad

los que se deben podrir por felicidad transpirar,

han de aplastar a los que no les somos iguales.

Y no hay más que yo.

Más mi difunta conciencia que exhala

heces de ingratitudes negras.

Negras”.

 

Y Lyn se desvaneció.

 

 

 

Semblanza:

Jennifer Sicarú Briseño Salcedo, Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara; cuentista de la Perla Tapatía, nacida en 1988. Autodidacta y amante de la Teología y Filosofía. Profesionista en redacción creativa, marketing digital, corrección textual, con especialización en Diseño Editorial; fue parte del equipo de Redacción del periódico Semanario de la Arquidiócesis de Guadalajara y editora de revistas de la Universidad del Valle de Atemajac. Hoy día labora en el área editorial de Montenegro Editores, y se dedica, desde años atrás, a la creación literaria enfocada en las pesadillas y sus peripecias.