Cuento «El último viaje de Óscar Chance» por Percy Taira Matayoshi

Cuando Óscar Chance despertó estaba sentado dentro de un bus. «Esto es extraño», pensó. Vio por la ventana y no le pareció reconocer las calles que recorría. Luego bajó la mirada y vio entre sus manos un folleto turístico que decía en letras cursivas, verdes, blancas y rojas: «¡Benvenuto a Firenze!».

—Creí que no ibas a despertar jamás.

Escuchó esa voz y la reconoció de inmediato. Era la voz de su exesposa, o por lo menos, eso era lo que recordaba, pues aquella mujer lo miraba con la cotidianidad de un matrimonio acostumbrado a verse. Él no hizo gesto alguno, miró su mano derecha y vio el anillo dorado ajustando aún su dedo anular.  ¿Dónde estaba? ¿Qué era lo último que recordaba?

Chance cerró los ojos y trató de buscar en aquella negrura algún indicio que le recordara cómo había llegado hasta ese bus turístico.

Primero fue una imagen borrosa del cielo. Caía la tarde y las nubes volaban bajas y grises, como si estuviera a punto de llover. Luego recordó: estaba en la azotea de su edificio, era invierno y sentía frío. Hizo un esfuerzo para recordar aún más y sintió que sus ojos le ardían, como si estuvieran rojos de tanto llorar. Fue allí cuando la imagen, al principio difusa, comenzó a aclararse. Lo recordaba todo: hacía dos años que había firmado los papeles del divorcio al enterarse que su esposa, lo había engañado con un muchacho del trabajo; desde entonces se mudó a un pequeño departamento en las afueras de la ciudad y se había entregado por completo al alcohol, hábito que lo llevaría a perder su trabajo por sus constantes faltas y su comportamiento violento en contra de sus compañeros. Por último, cinco días antes de subir a la azotea, le habían diagnosticado un cáncer terminal en los pulmones. Era demasiado peso para un hombre al que la vida se había encargado de maltratarle tanto el cuerpo como el alma. Estaba agotado. Cansado. Quería morir.

Pero ¿lo hizo?  Chance hizo un esfuerzo más. Y recordó que vio primero el cielo y al ver que iba a llover pensó, con resignación, que por lo menos la lluvia lavaría la sangre que dejaría en el patio del edificio. Después vio hacia abajo y contó en la mente los veinte pisos que lo separaban del suelo. Calculó también cuánto tiempo tardaría en caer: un segundo o quizá dos. Entonces cerró los ojos, dijo una breve plegaria, tomó aire, contó hasta diez, dio un paso hacia adelante y se dejó caer.

—…la città è attraversata dal medio corso dell’Arno… —comentó la guía dentro del bus.

¿Cayó? No lo recordaba. A partir de ese punto, en su mente se extendía un velo de oscuridad que sólo podía vestir la muerte. Sí, cayó, estaba seguro de eso. Cayó y se estrelló contra el suelo y su cuerpo debió quedar allí, aplastado por el golpe, desparramado, y llorado sólo por la lluvia que caería minutos después sobre la ciudad.

Volteó a ver a su esposa. Ella miraba atenta a la guía y revisaba el folleto haciendo anotaciones que suponía le servirían después. Tenía la actitud de una chiquilla que va a su primer paseo escolar. Aquella visión le provocó cierta ternura y excitación. Hacía mucho tiempo que su esposa no le brindaba ese tipo de emociones. La vio más hermosa que nunca. Dejó a un lado el folleto que tenía y acercó su mano para tocar de manera atrevida la pierna de su mujer. De pronto, los ojos acostumbrados de ella se sorprendieron y le regaló a Chance una mirada nerviosa y adolescente.

 — ¿Qué haces? —le preguntó dándole una leve palmada.

Chance se sintió vivo por primera vez en muchos años. Sonreía. Era feliz. Visitar Florencia había sido el sueño de su juventud. Todo lo que evocaba esta ciudad: su historia, sus grandes artistas, sus monumentos, edificios, obras de arte, todo le resultaba maravilloso, mágico y bello. Es por esa ciudad y lo que le rememoraba por lo que decidió estudiar Historia del Arte, carrera que no pudo terminar por asuntos económicos y de la que se distanció con el tiempo, de la misma forma en que las personas se distancian de las cosas bellas que saben que jamás podrán tener.

¿Es por eso que estaba allí? Entonces una sombra oscura se expandió sobre su rostro. Si la muerte es un misterio lo es porque ignoramos lo que hay después de ella. Si había saltado, habría muerto, y aquello que estaba viviendo no era más que un espejismo. Una vida fuera de la vida misma. Una obscena ilusión. Vio a su alrededor. De pronto su esposa había perdido todo su atractivo, no era más «Ella» si no un mero artificio. Vio a todas las personas dentro del bus ¿quiénes eran? ¿Muertos también? ¿Almas en pena? Una corriente fría comenzó a recorrer su espalda hasta provocarle una punzada en la nuca que lo hizo saltar de su asiento. «¡Paren el bus! ¡Paren el bus!», vociferó. La guía desconcertada dejó de hablar. Su esposa intentó detenerlo pero Chance ya estaba tratando de pasar sobre ella. «Calmati, signore», le dijo un turista pero Chance continuaba gritando fuera de sí. Quería acabar con esa pantomima. Dejar de participar de esa mascarada infernal. Cuando de pronto, una ráfaga de balas impactó contra el vehículo. Todos los pasajeros gritaron espantados. El estallido de las ventanas obligó a Chance a tirarse en el pasillo del bus. A los pocos segundos el conductor perdió el control del vehículo estrellándose contra otros autos y luego, con el frontis de un restaurante. El cuerpo de Chance salió despedido del bus cayendo contra el pavimento con un golpe seco y violento que lo mató al instante. Su esposa, había muerto momentos antes por una de las balas disparadas por esos fanáticos religiosos, de igual manera sucedió con la guía, el conductor y tres turistas más.


Semblanza:

Percy Taira Matayoshi (Lima, Perú, 1982). Es escritor, poeta y periodista. En poesía, ha publicado los poemarios Bitácora (2002); Puerta Azul (2008); y de manera virtual La piedra y el ornitorrinco (2014) y Ventanas negras (2018). En narrativa, ha publicado la novela de fantasía Relatos del Imperio de Qudor: La dama roja (2019). Ha colaborado en revistas literarias virtuales e impresas de Perú y México.