Cuento «El último baile» por Héctor Magaña

A Nina Burbail

—No lo entiendo —dije yo—. ¿Qué tiene que ver la salud no la danza?

—Es por la enfermedad, no la salud. El Ministerio de Salud se lo pidió a nuestra Compañía y nosotros accedimos.

—¿Y de qué va todo?, ¿tienes que bailar como si tuvieras epilepsia o cómo?

Ella me miró frunciendo el ceño. Como detesto esa mirada. Significa que me pasé de la raya.

—Perdón.

—Tú sabes que esto significa mucho para mí. La Compañía está en crisis y por poco casi se disuelve. Si quieren que hagamos un evento de lo que sea no me importa.

—Lo sé pero solo quería saber…

—Tenemos que hacer una representación de síndromes alimenticios, ya sabes: anorexia, bulimia, ortorexia…

La última no la conocía. La verdad mi imaginación era tan pobre que no pude ver la relación entre la danza contemporánea con las enfermedades de esos desquiciados de la comida, pero bueno.

—¿Tú harás de esa orto-no-sé-que?

—Se llama ortorexia y no, no haré sobre eso. Me toca la anorexia.

—Entiendo, entiendo (La verdad no entendía nada).

—Sí, de eso va. Así que no te podré ver en la semana. Tengo que ensayar. ¡Oh, casi lo olvido! —Sacó de su bolso un libro que le presté—. Ten. Gracias.

—¿Qué te pareció?

—No lo sé. Esa tal Andresen me parece un poco rimbombante.

Me guardé el libro en la mochila.

—Entiendo.

—¿Pagamos la cuenta?

—Bueno.

Dos taza de café negro y unos sándwiches de porquería. Ciento cuarenta y ocho pesos. Un robo.

—Adiós.

—Adiós.

La verdad es que no volví a verla en la semana. Fui a la escuela y traté de dar un curso de poesía. Escogí a Sophia de Mello Breyner Andresen, creo que fue una elección decente. El periodo de exámenes pasó y nada. La llamé dos veces. Nada.

El viernes, después de tres semanas, entregué calificaciones. Muchos suspensos (malditos mocosos mediocres de mierda.) Traté de buscarla en Twitter y Facebook, pero ella había cerrado sus cuentas. Así que la contacte a la manera de la vieja escuela. Fui a su casa y como no estaba le deje un recado.

LLAMAME A ESTE NUMERO: 00 XX YYY.

ESTOY PREOCUPADO.

AVÍSAME LO DE LA FUNCIÓN

LO ESPERO CON ANSIAS.

Ella me llamó ese mismo día. Era de noche, cerca de la madrugada. Yo preparaba los exámenes de extraordinario. Me avisó que las prácticas habían ido bien. Todas se estaban tomando el trabajo en serio. La presentación era el domingo.

Llego el domingo y fui a la dichosa presentación.

El teatro Alfonso Reyes era un cuartucho mugriento que estaba en el sótano de una vieja casa colonial en la calle A. Era un sitio donde el calor era de los mil infiernos. Como llegué temprano me puse a leer.

Y de pronto la vi a ella. Estaba más delgada. Cuando la saludé de beso, sentí como si tocará el vello de un durazno. Se le veían los pómulos y sus ojos estaban sumidos en sus cuencas. Sin mencionar las ojeras enormes que se le formaban como pozos debajo de los ojos. Tenía razones para estar preocupado por la presentación.

El vestuario de las chicas era holgado y pálido, como el de las viejas gitanas de Europa. Hasta pensé que la música sería gypsy.

Timbales, jaranas y marimba retumbaron en las viejas paredes mientras ellas se movían con rapidez y detenimiento. La decadencia de la enfermedad se veía en cada paso. En el acto final las bailarinas se lanzaron a un trozo de tarta de queso chédar. Cuando mordieron la tarta ellas colapsaron. Las tarimas de madera hicieron más sonora la caída. Unos aplaudieron y otros callaron. Una de las personas de la primera fila se acercó y gritó después de mirarlas. Salimos del cuartucho Alfonso Reyes.

A pesar del llanto y el griterío podía oír las sirenas a lo lejos.

Tomé mi libro y me fui a la parada del autobús. No tenía caso esperar, pues sabía que ese iba a ser el último baile.