Cuento «El superintendente» por Roger Park Avila Vera


“No intento describir el futuro, trato de prevenirlo”
Ray Bradbury

En un mundo paralelo, y en un tiempo para nada parecido al nuestro, existió un superintendente, un superintendente pollero. Él nació entre pollos, se educó sobre los pollos, y finalmente se convirtió en el más importante responsable de su país a lo que pollos se refería. Entre las principales funciones de este superintendente estaban regular y fiscalizar tanto la crianza como el futuro de los pollos, es decir, su alimentación y su comercialización para fines comensales.

El pensamiento de nuestro amigo, hoy superintendente, era algo idealizado e inocente pues su formación pollera se encerraba en un mundo de plumas. Consideraba que todo pollo debía cumplir su destino de la mejor manera, es decir con la mejor alimentación y vivienda. Sin embargo, el tiempo y sus funciones le hicieron olvidar que desde siempre no todos los que nacían, lo hacían en las mejores condiciones. Muchos pollos, de los que solo había escuchado nuestro amigo en cursos de realidad nacional pollera, habían crecido en granjas en las cuales se les inyectaban hormonas para crecer, hormonas que perjudicarían a largo plazo a la comunidad comensal.

En pleno uso de sus facultades, el amigo superintendente decide evaluar a todas las granjas del país, y grande fue su sorpresa al darse cuenta de que casi todas las granjas a nivel nacional “inflaban” a los pollos. El fin de las granjas era simplemente venderlas. No importaba si las granjas estaban mal cuidadas, no importaba si el maíz era insuficiente para una buena alimentación de los pollos. Lo que importaba es que todos los pollos puedan salir de las granjas y tengan el mínimo valor comercial. 

Por esto, nuestro amigo pollero formula la ley pollera: “toda granja que no cumpla con ofrecer condiciones básicas para que el pollo pueda subsistir por sí mismo será clausurada”. Muy pronto a su exhortación la comunidad de carniceros y pescaderos aplaudieron el anuncio. Sin embargo, la comunidad de polleros fue a reclamar a su ex-integrante. Entre los principales pedidos estaba repensar que las condiciones de la realidad nacional pollera no propician cambios inmediatos y radicales, que para poder abastecer a toda la comunidad comensal faltante, ya que carniceros y pescaderos solo se enfocaban en aquellos comensales solventes, tuvieron que masificar su producción y perder ciertas prácticas de calidad para así bajar los precios, pero que estaban dispuestos a corregirlas en bienestar de la comunidad de comensales de escasos recursos.

En negativa a tal pedido, y bajo la influencia de pescaderos y carniceros, quienes incentivaron a nuestro amigo pollero en ciertas reuniones muy secretas, este decide comenzar a cerrar las granjas más pequeñas, para seguir con las medianas, y poder ver si llega a algún tipo de “acuerdo” con las más grandes. Ya no importaba si las granjas pequeñas y medianas, en afán de cumplir con lo establecido, dejaban de inyectar hormonas, mejoraban la vivienda y alimentación de los pollitos.

La comunidad de polleros una y otra vez salieron a protestar a las calles pidiendo que se reconsiderara para que no se afectara de forma grave, por lo menos, a las aves que nacieron antes de la ley, pero el superintendente hizo caso omiso bajo la bandera del ideal del bienestar perfecto, aunque también bajo la mesa de carniceros y pescaderos. Con el tiempo, y solo ante la inminente situación de clausura de la mayoría de granjas a nivel nacional, la comunidad comensal salió, no a defender a la comunidad de polleros, sino a reclamar por qué el pollo comenzaba a subir de precio, y poco después a preguntarse por qué el pollo comenzaba a escasear. 

Pronto se darían cuenta de que para servir un trozo de carne o pescado en la mesa debían dejar de comer un día, porque el pollo costaba el doble de sacrificio, y por lo tanto, era solo un sueño del que se satisfacían los más acaudalados.

Semblanza:

Roger Park Avila Vera. Estudiante de Filosofía de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y estudiante de Psicología de la Universidad Privada Telesup.



[1] Cuento que ocupó el segundo lugar en el concurso de cuentos, categoría integrantes ICH, del Festival de Arte y Creación en el marco de los 58 años de las academias ADUNI y César Vallejo. Premiación celebrada el 24 de octubre del 2019 en el auditorio del pabellón “C” de la Universidad de Ciencias y Humanidades (UCH).