—Fue alterado el pudor familiar —señaló el sacerdote Julio luego de decir la oración de gracias por los sagrados alimentos que comerían ese día en la casa de su hermana Maricela.
Sentada a la mesa, Sara bajó la cabeza mientras Rigo sudaba frío y temblaba temeroso ante la mirada condenatoria de los comensales.
—Sara fue educada en Querétaro, donde la gente aún tiene valores, pero nos tuvimos que venir a la Ciudad de México y miren lo que pasó —dijo Maricela viendo con desaprobación el vientre abultado de su hija de 23 años.
—Me haré cargo del niño —masculló Rigo tímidamente frotándose las piernas con las palmas de las manos y Saúl, el padre de Sara, le devolvió un gesto despreciativo.
A simple vista, nadie podía acusar al muchacho de haber seducido a la chica, por lo contrario, el aspecto apocado y retraído de él, en contraste con la actitud resuelta y extrovertida de Sara llevarían a pensar que ella se había propuesto conquistarlo. Estoicamente, Rigo permaneció callado y con postura subyugada en la reunión, y se mantuvo así durante el nacimiento de su hijo Rubencito, en su bautizo costeado por Saúl y en los posteriores encuentros con la familia de ella. Cuidaba y convivía con su vástago con mucho amor ante la actitud severa de los Guzmán.
No se casaron porque en tanto Sara era profesional y trabajaba, él, no obstante ser mayor que ella, seguía estudiando y dependiendo económicamente de sus padres. El dinero que Rigo no aportaba para su hijo lo compensaba conviviendo amorosamente con él cuando los Guzmán se los permitían. En cada tertulia familiar era común ver a Rigo jugando con su pequeño, con la inspección ocular de los presentes, por supuesto.
—No lo vaya a maleducar este licencioso —dilucidaba Maricela.
Pero todo tiene un límite y llegó el día en que Rigo no se apareció más en las reuniones de los Guzmán: los amigos y conocidos de dicha familia ignoraban la razón de la ausencia del padre de Rubencito.
Meses más tarde, el vientre abultado de Sara volvió a atraer la atención de varios de los asistentes a la fiesta de cumpleaños de Saúl. La mujer embarazada llegó de la mano de otro hombre de aspecto apocado y retraído. Se sentaron a la mesa ante la mirada tolerante de los comensales. Luego de dar gracias por los sagrados alimentos que comerían ese día, Julio, suspirando y con tono resignado señaló de nuevo: “Fue alterado el pudor familiar”.