Cuento «El ojo» por Yadira Oceguera

Llegaste corriendo a casa, te cambiaste de ropa, ya no te dio tiempo de una ducha. Cerraste los ojos y te visualizaste. Últimamente confiabas más en tu imagen mental que en la física. Ya no hacías el chequeo minucioso frente al espejo que solías hacer, aprobando y admirando tus formas, aún bellas, pero ese día todo sería distinto. Venciendo todos los miedos, te plantaste frente al espejo y sonreíste. No lograste la sonrisa deseada, pero aguantaste la visión lo más posible. Tu pelo seguía siendo hermoso, largo, castaño. Tu piel aún brillaba, piel blanca, elegante herencia de tu madre. Te deleitaste en las finas facciones que habían sido tu orgullo junto con la exuberante e inquietante belleza de la mirada que ya no lo era más. La mirada que ahora causaba espanto. La mirada que un solo ojo hermoso no podía, no debía, ni sería jamás aceptado como bello al lado del otro, del horrendo ojo blanco, que al observarlo, una vez más te provocó miedo, te pareció ajeno, un ojo cruel, maligno, que no podía formar parte de tu ser. Saliste de casa. Apenas alcanzarías a llegar a tu primera sesión de terapia grupal.

Terminada la sesión de terapia, bajaste las escaleras del edificio con inquietud. No escuchaste las historias de los compañeros. No pusiste suficiente atención. No estabas segura de que expresar tu sentir respecto al ojo con glaucoma y las consecuencias de tu nueva condición hubiera sido lo correcto. Eras una persona muy púdica con tus emociones. Preferías afrontar sola las tormentas. Sentiste que no habías sido comprendida. Los conflictos en el trabajo, tu rompimiento amoroso, tan difícil de superar, tu aislamiento… tu miedo: “El ojo me causa temor”. “Qué declaración más estúpida”, pensaste “todos me vieron como si estuviera loca… ¿Lo expresé mal, o realmente tengo miedo del ojo?”.

Sales a la calle. Ya ha oscurecido. Caminas hasta el sitio donde estacionaste el carro. Te han advertido que manejar es peligroso. Pero no has sentido gran diferencia entre antes y ahora. En general eres muy cuidadosa al manejar. Sin embargo, te encuentras molesta, obnubilada, avergonzada de ti misma. Caminas rápido, temiendo que alguien del grupo quiera alcanzarte. Te quedas sin aliento, sientes cómo el aire se lleva tus lágrimas. Buscas las llaves en el bolso, nerviosa. Sientes escalofríos. De pronto vuelves a sentir el miedo. La calle está demasiado silenciosa. Te sientes insegura y tonta. Secas tu rostro con rapidez y subes a tu auto. Volteas al espejo retrovisor para acomodarlo. La visión del ojo blanco te sobresalta como si fuera la primera vez que lo observaras. “Estos malditos espejos”, te dices. El ojo derecho ya no es tu ojo, se ha convertido únicamente en el ojo y te sigue sorprendiendo de cuando en cuando. A pesar de haber perdido la visión de este ojo, decidiste no dejar ninguna de tus actividades cotidianas. Manejar es una de ellas. Sólo debes girar un poco más la cabeza, reaccionar un poco más rápido y ser aún más cuidadosa en general.

Encenderás el auto. Habrá otro carro detrás del tuyo, pero con distancia suficiente para realizar la maniobra adecuadamente. Retrocederás con cuidado, auxiliándote del espejo lateral. Te sobresaltarás al sentir que un objeto pasa con rapidez al lado tuyo. Algo, o alguien. “No es nada”, te dirás. No entenderás el porqué de tu miedo. Nadie te habrá seguido. Pero este miedo será real, no lograrás controlarlo. Pensarás que algo quiere dañarte, lo sentirás, lo sabrás. Enderezarás el auto y acelerarás sin problema por algunas cuadras. Te detendrá en una esquina un semáforo en rojo. Podrás escuchar los latidos de tu corazón. Sentirás la sequedad de la boca. Te preguntarás por qué no se va el miedo y creerás que hay algo dentro del carro. Haciendo un doble esfuerzo, tanto por vencer tu miedo, como por lo que implica tu reducido campo visual, girarás la cabeza lentamente para revisar el asiento trasero. Temerás a lo que puedas encontrar. Cuando con tu ojo izquierdo termines de abarcar la totalidad del auto y compruebes que no hay nada, respirarás más tranquila y volverás a mirar al frente… ¡El Ojo!

Te recibió el ojo blanco, observando, observándote. No pudiste reprimir el grito: “¡Maldita sea!”. De alguna manera el espejo retrovisor se desacomodó nuevamente. ¡Te disgustaba tanto el ojo! Ya no contuviste el llanto. Sollozaste fuertemente y los espasmos se sucedieron uno tras otro. Un claxon te hizo reaccionar. Seguiste adelante, limpiándote las lágrimas. El hecho de sólo contar con tu ojo izquierdo, y de que éste estuviera anegado en llanto, te dificultó visualizar el camino, pero tenías que darte prisa. Lo que fuera que te asustaba, real o imaginario, seguramente no te atacaría si había gente alrededor. Te dirigiste al periférico, donde siempre había suficiente tránsito. Al mirar el espejo lateral para ingresar, te sorprendiste totalmente: un ojo blanco venía hacia ti. Gritaste… era una solitaria motocicleta que te rebasó en un instante. Aceleraste en el ingreso. De prisa, había que moverse de prisa. El corazón queriendo salir de tu pecho. ¡Ahora el ojo venía hacia ti! Esta vez de frente. Lloraste mientras pensabas qué debías hacer para no perder el control, pero fue demasiado. Diste un brusco giro al volante invadiendo el sentido contrario. ¡Decenas de ojos blancos venían de frente!… no… de pronto, se sólo viste uno… No había duda: ¡Era El Ojo! Aceleraste totalmente: “¡Desaparece ojo horrendo, me has deshecho la vida, te odio!”. Te esforzaste por permanecer firme en el impacto final.

En tu cerebro, los pensamientos se irán sucediendo y después apagando, uno a uno. Sin embargo, la última imagen en tu mente será la del ojo. Te habrás estrellado contra un tráiler. Un tubo metálico atravesará tu ojo izquierdo, el hermoso. El otro, el ojo blanco, el derecho, el ciego, que tantos temores te infundió, permanecerá intacto: triunfante, altivo… Los paramédicos comentarán que mientras hacían las labores para rescatar tu cuerpo, parecía que el ojo blanco los observara.

 

 

 

Semblanza: Yadira Edith Oceguera Guareño nació en Guadalajara, Jalisco en 1973. Escribe cuento y poesía. Creció en la Ciudad de México donde formó parte de diversos talleres y actividades literarias y de promoción de la lectura. De vuelta en Guadalajara fue miembro del Taller Literario La Zanjita, dirigido por Carlos Vicente Castro y actualmente participa en el “Curso-Taller Escritura de Cuentos” dirigido por Godofredo Olivares. En 2010 participó en el primer Slam de Poesía organizado el grupo Slam Poetry Guadalajara. En 2016 participó en el Verano Literario de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco en su emisión de narrativa.