Cuento «El eco de una voz híbrida» por Lily Ruíz

Soy & no este temblor que vacía en sí mismo su basura

1 interjección de lava arrojada de improviso

Mario Santiago Papasquiaro

Norma, eres desagradable y no lo sabes.

Hoy, una de las expresiones de tu repulsiva apariencia fue mirarte al espejo: tus pómulos cubiertos de maquillaje rosa, sombra verde en tus párpados, tinta carmín en tu boca que, al abrirse, mostró tus brackets. ¿Valía la pena someterte a este procedimiento a tus casi cuarenta años? Lo peor de tu burda máscara facial fue tu risita mientras respondías por teléfono: «Sí, manita, oye manita».

Piensas que los compañeros, con los que últimamente has ido a almorzar, te aprecian. Míralos. La postura del “inge”, sentado con las piernas hacia la puerta, o Wendy, con sus muecas de hastío al escuchar tu conversación. Es evidente la incomodidad que sienten a tu lado.

Hoy fueron al comedor sin tomarse la molestia de avisarte. Wendy te dedicó una sonrisa que interpretaste como disculpa. Por orgullo fuiste hasta que ellos regresaron y te sentaste en una de las mesas apartadas, donde nadie viera tu lastimera soledad.

Siempre ha sido así. Cuando piensas que encontraste a tu mejor amiga, ésta se aleja. Rebuscas los errores y no comprendes por qué no puedes entablar una amistad duradera.

¿Quiénes figuran en tu lista? Lety, Bianca, Ivana, Wendy. Cada una llegó a la oficina con la distintiva emoción de empezar un nuevo empleo. Y ahí estabas tú, sonriendo y esforzándote en dar una memorable primera impresión.

Creíste que Lety era la indicada. Ella que reaccionaba con carcajadas a tus divertidas historias. Sin embargo, pasó de ti cuando contaste que su esposo la abandonó porque tenía las nalgas flácidas. No te reclamó; quizá por consejo de Ivana, de la que, por cierto, opinaste que a pesar de su buen cuerpo se vestía como teibolera.

Dijeron que te darían un reconocimiento por el récord de amistades fallidas en la oficina. Reíste para denotar que su comentario no te importó. Y en defensa, usaste el argumento de que ellas tienen envidia de tu feliz vida.

¿Lo eres? ¿O solo maquillas tu infelicidad ante los demás?

Es viernes y tienes grandes planes. Distribuyes más rubor en tus mejillas y rocías tu cuello con perfume; sí, ese de la marca “llibenchi”. Acuérdate de repetir la marca para que los demás te vean como una refinada mujer. “Yibenshi, llibenchi, yibenshi”.

Tu teléfono suena. Es un mensaje de tu novio. Te avisa que irá a comer con su esposa y no saldrá contigo. Esa «esposa» de la que se divorciará pronto. Le reclamas, ¿quién se cree para tratarte de ese modo? Una retahíla de insultos queda en visto. Lo bloqueas, pero a los cinco minutos lo vuelves a desbloquear.

Tu teléfono vuelve a sonar. Es tu madre, la ignoras y sales de la oficina. Te agrada que el guardia te diga: “hasta mañana, conta”. Sabes que el título es tuyo a pesar de que no estudiaste la universidad. Eres «la conta», lo respalda tu dedicación al trabajo, sin contar las horas laborales que pasas en “feisbuc”.

En casa, tu madre te grita. Te dice que no debes perder el tiempo en la calle, tienes dos hijos y además ese pantalón te queda muy mal, cada día estás más gorda y es tu culpa por seguir tragando. Te encierras en tu cuarto y la notificación de un mensaje provoca un vuelco en tu pecho. Anhelas que sea tu novio. No, es tu marido que va para la casa. Tuerces los labios, no quieres participar en su aburrido sexo de los viernes.

Es tu obligación como esposa, dice tu madre. Hace diez años te dijo que te casaras con alguien que te quisiera más de lo que tú te quieres, y pronto, porque a los veintiocho ya olías a solterona.

Hubieras preferido casarte con Fernando, ese jefe al que se la chupabas en el baño. Suspiras al recordar que tenía una verga enorme. No como la de tu marido. Aún así lo quieres, porque nunca te reclama por llegar tarde cuando sales con tu novio.

Aprovechas la demora de tu marido para embarrarte la cara con el tratamiento de “Merykey”. Te agrada que te digan que no aparentas tu edad y a tu marido le desagrada el olor de la mascarilla. Sabes que al verte se le quitarán las ganas de acostarse contigo.

Tu día ha terminado. Antes de dormir recuerdas que el lunes llegará una nueva empleada a la oficina. Te emocionas de imaginar que ella será la amiga que buscas, esa que reafirmará la gran persona que eres.

Eres y no eres, Norma.

Eres desagradable, pero no eres capaz de darte cuenta. No pasa nada. Tú sigue pensando que son los demás los que tienen un problema contigo.