Cuento «El dolor que devuelve la marea» por Edgar F. Carbajal

Con ambos pies avanzando temblorosos sobre la arena de esa playa desierta, Mariana se detuvo en seco, presa de un reparo súbito.

─¿Y qué tal que sigue sin hacer nada? ─se escuchó a sí misma en un murmullo confundiéndose con la brisa marina y el oleaje rompiendo delante de ella.

─No tienes por qué dudar de nuevo ─repuso de inmediato relajando el semblante─.  Aquí ahora sí tienes la oportunidad perfecta, donde debió haber sido desde un principio, sin nadie alrededor. Por haberte precipitado en querer intentarlo en otra parte, se nos arruinaron los planes de último momento.

Mariana se reprochaba cada que podía manteniéndolo fresco en la memoria: Justo cuando ella iba a lanzarse sobre las vías delante de ese túnel oscuro del que en cualquier momento emergería una luz que la liberaría de todo y de todos, la mirada de Mariana se cruzó con la de un anciano que temblaba al sostenerse en su bastón entre las pocas personas que esperaban en el andén. Fue cuestión de un parpadeo para que ella se diera cuenta de que aquel semblante adusto había estado todo el tiempo al tanto de las intenciones de Mariana. El viso condenatorio de ese rostro arrugado bastó para que Mariana permaneciera inmóvil en tanto que una ráfaga acompañada de un siseo la rozaron de costado.

─¡Vamos, qué esperas? ─su propia voz impaciente irrumpió en sus pensamientos─.  ¡Hazlo ya, que no hemos venido hasta acá por nada!

A Mariana le tomó unos instantes lograr que sus piernas retomaran su camino hacia el mar sin detenerse. Mientras miraba cómo sus pies avanzaron a marchas forzadas, le sobrevino la escena en ese mismo lugar, a través de sus ojos de niña en aquel entonces, sujetada con firmeza por la mano de su tío.

─Anda, Mariana; vamos a jugar al mar como otras veces: dejamos que el agua nos cubra y en lo que yo te sujeto, tú me rodeas la cintura con tus piernas. No tengas miedo: voy a tener cuidado de que el pez plátano no te lastime. Es más: esta vez, vas a ver que te va a gustar que nade dentro de ti.

─Pero no quiero. No quiero. Ya no quiero…

─¡Ya basta, deja de lloriquear! Si tus padres vivieran, ellos te dirían que debes obedecerme en todo. Deberías estar agradecida de que yo me haya hecho cargo de ti cuando nadie más quería hacerlo. Siente cómo el mar ahora no está tan frío como otras veces. Anda, déjame cargarte de una vez. Tienes un cuerpo muy bien formado para tu edad, y tu cabello… ¡Cómo me gusta tu cabello! Eso es, rodéame el cuello y bésame. ¡Que me beses, te digo! En la boca… ¡No te hagas la que no sabe en dónde tiene que besarme cuando te estoy cargando a solas! Mariana, niña malcriada: tus padres se la pasan viéndote todo el tiempo; te van a castigar muy fuerte y muy feo por andar de berrinchuda…

Mariana no se sorprendió cuando se escuchó a sí misma musitando cada una de esas palabras que el paso del tiempo nunca pudo borrar, y que el oleaje del mar entrecortó al atragantársele en la garganta y empezar a llenarle de agua punzante los pulmones. Agitó los brazos y las piernas con la desesperación de alguien que jamás consiguió aprender a nadar. Aunque Mariana sabía que todo aquello era más bien un acto reflejo de su cuerpo por fuera. Porque hacia sus adentros, se sentía en plena calma; percibiendo tan sólo sus latidos perdiéndose en un eco interminable y sombras que pronto le nublaron la vista por completo. Una última burbuja de aire escapó de su boca, debido a una sacudida repentina, y Mariana comprendió que no había nada más que dejarse ir.

El sol quemaba en lo alto del cielo, con el cuerpo de Mariana tendido de bruces sobre la orilla del mar. Por momentos, las olas llegaban a menearlo; como queriendo empujarlo, arrepentidas, más del lado de la playa que pretender llevárselo de vuelta. De pronto, Mariana tosió repetidamente hasta que se despertó vomitando el agua que aún le quedaba en los pulmones, restregándole el paladar y las fosas nasales. Y lloró. Gimió.  Vociferó. En silencio, al igual que todas esas veces de niña en las que el mar nunca le hizo caso por más que le rogó que se la llevara con él.

 

 

Semblanza:

Edgar F. Carbajal. Toluca, Estado de México, 1970. Escritor con predilección al cuento y a la novela. Premio Nacional de Ensayo y de Dramaturgia «Sor Juana Inés de la Cruz», Premio Estatal de Dramaturgia, Becario del Centro Toluqueño de Escritores en dos ocasiones.  Obras publicadas: «Sor Juana Inés de la Cruz: Signo del amor y otros demonios en nuestra cultura» (ensayo); «Una Juana sin Cruz» (dramaturgia); «Una historia familiar» (dramaturgia); «Cuentos algunos y recuentos varios» (narrativa). Actualmente, desarrollando un proyecto de novela regional.