Cuento «El Ahorcado» por Norwin Galeano

Cuando él entró, intempestivamente, la dueña de la pulpería se preparaba a cerrar para ir a almorzar. Le tomó un momento reconocer de quién se trataba. Ese rostro juvenil y de rasgos afilados había pasado oculto tras una barba espesa y dispareja varios años. Ahora, se le presentaba afeitado e impecablemente vestido. Llevaba una camisa blanca, de manga larga, un pantalón de tela negra y un par de zapatillas recién lustradas. Parecía dirigirse a alguna clase de celebración. Nunca había sido guapo, pero tenía buen aspecto.

Le dijo que necesitaba una cuerda para atar algo. Ella le mostró una soga corta y gruesa.

–¿Cuánto cuesta?  –preguntó.

–Doce córdobas –respondió la pulpera.

–Sólo ando diez –le dijo el chavalo, con ojos llenos de aflicción.

–Entonces, no te la puedo vender –sentenció la mujer, quien ya estaba algo impaciente por el hambre y la hora.

El joven dio media vuelta y procedía a retirarse, medio cabizbajo, cuando la voz de la pulpera lo detuvo. Ella era de carácter fuerte e inflexible, pero no podía evitar sentirse un poco conmovida al ver tan cambiado al pobre diablo que, una semana atrás, amaneciera desorientado y semidesnudo en la acera de enfrente.

–Mirá, chavalo –le dijo–. Si es para colgar ropa, te puede servir esta sondaleza. Es más delgada, pero vale ocho pesos.

–S, sí –tartamudeo él chavalo– justamente necesito colgar una mudada.

Canceló el costo de la sondaleza y salió de la pulpería con paso decidido. La pulpera lo contempló doblar en la esquina de arriba. Reflexionó en el hecho de que quien lo viera ese día no creería que ese individuo llevaba años hundido en el oscuro mundo de las drogas –por lo visto, el vecino decidió enmendar el camino que había tomado su vida–. Se sintió contenta de, en cierto modo, ayudarle a dar un primer paso.

No había terminado de almorzar cuando le llegaron a avisar que el chavalo a quien había atendido momentos antes había sido encontrado muerto en su cuarto.

–Se ahorcó con una sondaleza –le contó una vecina.

–¡Virgen Santísima! –exclamó la pulpera, llevándose una mano al pecho: le ayudé a matarse.

 

 

 

 

Semblanza:

Norwin Galeano (Juigalpa, Nicaragua. 1985), también conocido con el seudónimo de “Saladim Farishta”. Es, según sus propias palabras, una persona sempiternamente conflictuada. Desde pequeño se sintió atraído por la literatura. Sin embrago, tras terminar sus estudios secundarios, se inclinó por las ciencias de la Computación. Mientras estudiaba en la UNAN Chontales, se unió a la naciente “Nueva Generación Literaria” con quienes colaboró brevemente, llegando a publicar un par de sus poemas en folletines recopilatorios. En sus inicios gustaba del verso. Actualmente, su obra se ha decantado más hacia el microrrelato y el cuento breve.