Cuento «Cartografía de la imaginación» por Daniela López Martínez

El ave revolotea por los aires sin la certeza de si va a aterrizar o si ha comenzado a dar surcos azarosos en medio del cielo finito. Un extranjero mira su vuelo y sonríe. La ciudad es la invención de un hombre que deseaba enfrentar su soledad. El crepúsculo cae con espesura incinerante. «Debo abandonar este lugar o me va a consumir», pensó el hombre que lleva consigo un mapa, éste le muestra los lugares más excéntricos de la ciudad, paraísos escondidos que han sido abandonados y por esa razón su belleza sigue viva: poseen una flora y fauna especial, sus colores parecen resaltados por un dios oculto entre los árboles. El mapa contiene diversas ilustraciones y debajo de cada una, hay leyendas como esta: 

El pájaro da vueltas en círculo, el sol penetra con sus rayos los verdes pastos; el atardecer se asoma, enceguece a los habitantes de Harum Makabi, la ciudad errante. Más allá de las montañas hay una enorme fuente que contiene el tiempo.

Mujeres y hombres dejaron atrás su creencia inocua de la vida finita. 

El extraño suspira, siente que ese mapa guarda su propio destino. No puede explicarse por qué los lugares de Harum Makabi, tan bellos y coloridos, lo embargan de intensas emociones. Él continúa su camino, ha llegado a ese lugar en búsqueda de su padre quien lo abandonó por perseguir el sueño de construir una ciudad errante que tiene la peculiaridad de desplazarse a sitios inexplorados. «Harum Makabi es la ciudad de mi padre», pensó el extraño para sí, «esta ciudad errante soy yo». No sabía si encontraría a su padre, sin embargo, aquella vacilación lo mantenía en pie, quería conocer los pilares que sostenían aquel lugar que vaga por territorios desconocidos. Esa sensación de incertidumbre le recordó cuando, de niño, su madre lo reprendió por tener la costumbre de comerse las flores más hermosas del jardín, pues creía que la felicidad provenía de su belleza y no entendía por qué razón debería dejar ese hábito. 

Siguió su camino, tomó la vereda que conducía hacia los edificios centrales que controlaban gran parte de los servicios que alimentaban a la ciudad, pensaba que en ese sitio encontraría a su padre. Siempre había soñado con construir casas y edificios cuyas formas pudieran desafiar a la gravedad. Desde su juventud poseía un espíritu nómada, cuando dormía en las calles oscuras y sucias cubierto con su chaqueta de viajero, imaginaba que erigía una ciudad que sería el reflejo de su carácter errante y así, mostraría su insistente desconcierto ante lo real. No obstante, Harum Makabi le producía un estado de plenitud que no podía dimensionar. Mientras caminaba, una serie de inquietudes cruzaban por sus pensamientos. ¿Acaso alguien podría reconocerlo? Revisó el mapa, deseaba ver cómo se describía el centro de la ciudad: 

El majestuoso corazón de la ciudad errante contiene la energía que alimenta a

Harum Makabi: la planta félicea que consumen sus habitantes para alcanzar la

felicidad. 

Lo que sorprendió al extraño fue la advertencia que halló al dar vuelta a la página, pues no había pensado que en Harum Makabi existiera aquella planta con la que había soñado en su infancia y que representara un peligro para sus habitantes: 

ADVERTENCIA: NO CONSUMA LA PLANTA FÉLICEA EN GRANDES CANTIDADES. NO ENTRE AL CORAZÓN DE HARUM MAKABI A MENOS QUE DESEE PERDERSE EN LO REAL. 

Al fin llegó a las oficinas centrales que suministraban energía vital a la ciudad entera. El gigantesco edificio tenía forma de huevo y flotaba sobre su base elíptica, pues estaba compuesto de un material ligero, una mezcla de arcilla y nano gel. El hombre permaneció, por unos instantes, maravillado por aquella hermosa estructura flotante y entró al lugar. Miró cómo los trabajadores seguían un ritmo automático para realizar sus labores, todos ellos llevaban puesto un brazalete luminoso en la muñeca izquierda. No quiso interrumpirlos y caminó directamente a la recepción. Ahí preguntó a la recepcionista en dónde podría encontrar a su padre. 

          —¿Quién es su padre? —respondió ella sin separar la vista de algo que escribía en su cuaderno.

      —Mi padre construyó esta ciudad, mi padre es el creador de Harum Makabi —dijo el extraño. 

La mujer levantó su mirada con un gesto de sorpresa, tomó el brazalete que tenía en la muñeca izquierda, pronunció algunas palabras indescifrables. Sonaron las alarmas del edificio, hombres y mujeres que habían permanecido hasta entonces bajo el velo autómata del hiper-trabajo, corrieron hacia las escaleras que conducían al sótano. El extranjero entró en pánico, quiso salir del edificio pero un grupo de hombres altos y corpulentos tomaron sus brazos y lo llevaron al elevador. Mientras el ascensor subía, el extraño sintió un miedo terrible, no sabía a dónde lo llevarían aquellos hombres que parecían actuar alejados de su propia voluntad. A pesar de sus intentos, parecía que los habitantes de la ciudad lo habían reconocido. 

Llegaron al quincuagésimo piso, salieron del elevador y allí el extraño fue recibido por un grupo de personas. Ellos le pidieron con reverencias que tomara asiento. Frente a él había una enorme pantalla hecha de un cristal que semejaba el oleaje del mar y estaba rodeada de pequeñas esferas que contenían diminutos paisajes como los coloridos campos escondidos y dibujados en el mapa. Le hicieron ver que, para Harum Makabi, la ciudad errante, él no era un extraño. El hombre comenzó a sudar ante el interrogatorio: 

        —¿Está seguro de que busca a su padre? —le preguntó una mujer con voz musical. 

        —¿Recuerda la vida que tenía antes de llegar aquí? —dijo alguien más desde el fondo. 

El hombre apenas recordaba eventos aislados de su vida. Las imágenes de su memoria eran vagas y difusas. No sabía qué debería responder. Aquel edificio, sin embargo, le parecía conocido: su arquitectura era semejante a la que había soñado años atrás, le gustaba que la ligera estructura flotante resguardara un aire fresco en sus interiores. Había algo de él en ese lugar, pero le resultaba imposible aferrarse a la sola idea de pensarse-en-el-lugar como si su existencia dependiera de la configuración de la ciudad errante, en ese preciso momento, donde todo parecía aclararse lentamente, la mujer con voz musical se acercó a él y, con delicadeza, le puso un brazalete brillante en su muñeca izquierda, instantes después escuchó aquella hermosa voz en su cabeza que le decía: 

Has olvidado que tú eres el padre de Harum Makabi, la ciudad errante, este 

lugar te pertenece, este lugar eres tú… Te hemos esperado durante muchos 

años para irnos… 

Entonces el hombre se vió a sí mismo a través de la pantalla dibujando las ilustraciones del mapa que llevaba consigo, miró con atención cómo sus manos danzaban sobre las hojas amarillentas; pudo ver cómo disfrutaba el sabor ácido de las hermosas flores de su jardín y observaba los verdes campos que rodeaban luminosos lagos. El pájaro dibujaba círculos en medio del horizonte. Harum Makabi, la ciudad errante, era su realidad y comprendió que él mismo había creado aquel espejismo que lo acompañaba en su terrible soledad.