Cuento «Carolina» por Itzel González

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Experimenté una emoción intensa pero jamás tuve remordimiento.

Ella era una chica hermosa, sin embargo nunca sacó partido de su belleza. La ropa que usaba ocultaba su cuerpo, camisas sin escote y pantalones holgados dejaban a la imaginación el grosor de sus piernas. Se llamaba Carolina y a pesar de todo me gustaba.

Me atrajo su forma de ser. Introvertida y con pocas amigas, aunque la mayoría del tiempo se aislaba del mundo, de sí misma. Durante los recesos permanecía en su banca escuchando música con sus audífonos. A veces parecía que hablaba con alguien. Toda ella era un enigma que me aventuré a descubrir. 

Fue difícil pero poco a poco me gané su confianza y nos hicimos buenos amigos —creí que éramos los mejores—. Algunas tardes después de clase íbamos a mi casa para hacer tareas o simplemente para pasarla juntos. A su casa no podíamos ir, ni de chiste, su padre no permitía las visitas. —Sé que le gustaba estar conmigo porque postergaba su ida y yo encantado—. Pensé que en cualquier momento podía dar el siguiente paso con ella, pero todo cambio a partir del día en que de su pantalón saco una navaja y la deslizo sobre su piel a la altura del pubis.

La cubrí con una de mis camisas para evitar se desangrara, el corte no había sido profundo y como pude le coloqué unos curitas en aquella línea, guardé la navaja y la acompañé hasta su casa. Su padre abrió la puerta un poco antes de que ella introdujera la llave en la cerradura, era como si hubiera olfateado su llegada. Él era un hombre de piel morena, daba la impresión de ser huraño, era alto y quizá pesaba unos setenta kilos como yo.

Pasó una semana para que yo supiera de ella. Al regresar a la escuela no me dio explicación alguna yo tenía un poco de miedo hasta ese momento. Lo que hizo aquel día era lo más extraño que hubiera visto. Cuando hubo oportunidad de hablar intenté decirle que no era normal lo que había hecho, me aseguró no volvería a ocurrir. Le sugerí buscar ayuda. Carolina comentó que estaba tomando terapia en casa en uno de esos canales de internet y lo acepté porque estuvo bien durante un tiempo, su cicatriz sanó y parecía que ambos habíamos olvidado el episodio de la cortada.

Fue en la biblioteca de la escuela donde realmente comenzó todo. Carolina jugaba con un bolígrafo que tenía en la mano, mientras yo buscaba datos acerca del calentamiento global. De repente metió el bolígrafo en su pantalón holgado hasta llegar a su entrepierna, sacó únicamente su mano, al preguntarle qué ocurría con aquel objeto sonrió y apuntó hacia el área de su vagina. Tardé en asimilar lo sucedido, en cuanto reaccione la llevé hacia la enfermería.

Nuevamente faltó durante una semana y aunque la busqué en su casa su padre nunca me permitió verla, si no era él nadie más podría hacerlo ya que había quedado huérfana de madre tras una misteriosa muerte. Su madre fue encontrada en la sala de su casa sangrando de las muñecas con varias marcas en el cuerpo. Su padre decía que sufría depresión.

Cuando regresó quise saber que estaba pasando con ella. En el salón todos comenzaron a insinuar que se había convertido en una chica desequilibrada, yo la imaginaba entre paredes blancas con una camisa de fuerza. Su padre aseguró a la directora que Carolina se pondría bien, que estaba tomando terapia, que era cuestión de tiempo.

No fue así. Días después Ana, una de nuestras compañeras, la encontró en el baño con las piernas abiertas, encajándose el filo de unas agujas de tejer. Yo corrí a verla para tratar de ayudarla. La sangre emanaba de su cueva en grandes cantidades. Se volvió hacia mí:

—No quiero que él meta su pedacito de carne dentro de mí, él me obliga —exclamó.

 —¿De quién se trata? —pregunté.

—No quieren saberlo, sólo ella y yo lo sabemos —contestó.

—¿Quién es ella?

-¿Acaso no la escuchan? —dijo Carolina.

—No.

—¿Qué te dice?

—Que me lastimé ahí, como lo hacía ella, para alejarlo.

Comprendí a quien se refería. Salí corriendo del baño con la mochila al hombro y si pensarlo me dirigí a su casa. Fue entonces cuando experimenté una emoción intensa de la que como dije al inicio nunca tuve remordimiento. De mi mochila extraje las únicas dos herramientas que me podían ayudar en aquel momento. Mientras caminaba hacia mi destino tomé con fuerza las tijeras, las clavé en el cuello de su padre en cuanto abrió la puerta. Aquel hombre de rostro cruel intentó defenderse pero supe que todo estaba bajo control cuando lo vi desvanecerse. Era mi forma de proteger a Carolina. Arrastré el cuerpo inerte hacia adentro de la casa, bajé sus pantalones y corté con la navaja que Carolina había utilizado tiempo atrás. Me deshice de aquello que tanto daño le había causado.

Carolina no volvió a la escuela. Yo sólo espero que algún día estemos juntos.