Cuento «Billetes verdes» por Filemón Zacarías García

Caminan con los cabellos enmarañados  y sus naguas incoloras y amorfas… indicativo de que no hay a quien gustar. Levantan el polvo del camino con desgano, como viven sus  noches sin amor.  Van a la iglesia, uno de los lugares que conserva el color de antaño y  donde queda uno de los siete varones del pueblo: el padre Márquez. En la iglesia y en la clínica o en la escuela, la vida parece tener una esperanza, el resto del pueblo es solo polvo y cactos.

-Comadre, ¿ya supo que “la Lupe” está panzona? –dice una de las más viejas.

– ¿Cómo? –¿Cuál Lupe?–contestan a coro las otras tres. El chisme es uno de los desafueros en un pueblo de polvo, ancianos y niños.

– Lupe, la de doña Victoria. Ya se le ve la panza, dizque tiene cuatro meses.

-¡Bendito sea dios! –dijo una persignándose.

-¡Oye, no!– ¿pues como le hizo? si los hombres tiene casi el año que se fueron de nuevo.

– Pos, será del espíritu santo –  dijo la más vivaracha

– ¡jajajajajajajajaj! – pudieron escuchar los que esperaban la misa de ese domingo igual.

Y es que en San Nicolás, solo el viento los visita, el viento que se arremolina entre las calles abandonadas y se mete en los deseos de las mujeres “dejadas” por los maridos que se van al “otro lado” temporalmente, o a veces, de plano para siempre.

El padre Márquez, un hombre maduro y gordo, entra a la iglesia colocándose la casulla. Mira a todos sus feligreses con aire de desaliento: treinta mujeres, seis ancianos y decenas de niños. Uno de ellos, Emilio, de doce años aproximadamente lo mira con ojos de furia desde la esquina del sagrario. Si alguien se percatara de su mirada, podría atrapar el odio entre sus dedos. Al terminar la misa, Emilio alcanza a doña Victoria, su gesto y ademanes denotan que le está diciendo algo muy importante. Lupe, a un lado de ellos llora por lo bajo. La escena no pasa desapercibida, no en un pueblo donde hasta el mínimo  detalle es magnificado  para sobrellevar el olvido. Las beatas cuchichean  e imaginan cosas. A media mañana, el pueblo entero ya sabe que Emilio, es el culpable del embarazo de Lupe.

-Pero Emilito es su primo -¿Cómo pasa usted a creer?

-Pos sí, pero ya sabe usted comadre, ahora las chamacas están muy alebrestadas y luego luego quieren conocer las delicias del tapanco.

-No, pos eso sí -¿Y qué dice doña Victoria?

-Pos que quiere usted que diga, la pobre no hace más que chillar.

La gente, sumida en su marasmo, da por hecho que Emilio es quien embarazó a “La Lupe”. Sin embargo, unos días después, aparece un hombre muerto a la orilla del camino de San Martín, es el padre Márquez que iba a oficiar una misa al pueblo vecino, pero el destino lo alcanzó entre cactos y biznagas. Un solo un orificio pequeño entre el cuello y la sien. Pero con una rara mancha carmesí en su entrepierna asomando bajo su grueso pantalón. El escándalo se cierne sobre el pueblo.

Después de unos meses, un niño nace en ese lugar donde todos se apuran a crecer para irse tras los billetes verdes. Es “El niño de la Lupe” quien es bautizado en una borrachera memorable, cuando ya algunos de los que están del otro lado están de nuevo en el pueblo.

-Y, ¿cómo le pusieron siempre al niño comadrita? -Pregunta la chismosa del pueblo.

-Pos quién sabe, unos dicen que lo nombraron Emilio y lo apellidaron Márquez -pa no quedar mal con nadie…

 

 

Semblanza:

Filemón Zacarías García. Escribe poesía y narrativa. Ha colaborado en diarios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional, así como en revistas digitales e impresas. Ha sido antologado en diversas obras  colectivas nacionales e internacionales. Ganó  concursos especializados en narrativa en páginas internacionales de España y Chile. Prologuista de Obras Poéticas. Es autor de la Novela Internos libertos con Editorial Al Gamar. Ha sido ponente en Ferias del libro como Tehuacán, Minería, Orizaba y Guadalajara. Fue uno de los ganadores del concurso Nacional “ZAZAMILLI” de cuento en 2015.