Cuento «Ave María» por Salvador Barrera

Hace poco cumplió doce. Siempre que salgo de misa la veo correr hacia su casa, con su rehilete. La otra vez mi hija me dijo que juntó todos los centavos que guardaba desde los diez para comprárselo. Pobrecita. Cómo hay criaturas que pagan pecados ajenos. Pero el señor es misericordioso. Si rezas lo perdona todo. Hay que rezar por las mañanas y por las tardes; en ayuno y en las noches; en la casa, en el trabajo, en la merienda, en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo y de lejos la veo. Juega sola. Se le atora el vestido entre las piernas; se cae, se levanta. Nadie le dice nada. No hay nadie en casa ¿Por qué? Sólo Dios sabe, Dios te salve María. María, ven, ven pequeña, espera. No escucha. Me acerco. No se asusta. Mi hija y ella se conocen desde pequeñas. Me saluda con una sonrisa que no me cabe en los ojos; con harta felicidad, con cara de alegría; sin pena, llena eres de gracia y de rezar no termino, cuando le pregunto que si puedo pasar. Y es que es peligroso para una niña de su edad quedarse sola. Hace poco cumplió doce, pero de todos modos; no le hace. No dice nada, sólo abre la puerta. Aún trae su rehilete en las manos. Calma. Me repito. Calma. El señor está contigo. La quiero muchísimo. Así que no es difícil quitarle el vestido. Aunque tiembla y se sacude como un ave que busca escapar de entre mis manos, no es difícil. Se le cae el rehilete. Lo piso; se rompe. Fue sin querer, cómo va a ser adrede si yo la quiero muchísimo; como a nadie más. Sólo a ella, así, chiquita; bendita eres entre todas las mujeres, entre las sábanas y tanta sacudida que se da, aún se ve bonita. Aunque llore se ve bonita; aunque se queje. Nomás escucho cómo se le atora el aire en el pecho. Sé que le duele pero no me deja que la toque; que sienta cómo le tiembla el corazón en la garganta, entre las manos. Otro poco, un poquito nada más, sólo tantito y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, ¡para!, me dice y lo vuele a repetir, ¡para! Aunque grita nadie la escucha. De rato se calla, llora. Las lágrimas le enjuagan el rostro. Se escucha más calmadita, y para que ya no llore le doy a ver qué, y le prometo que para la próxima le compro un rehilete. Uno más bonito, más grande. Amén.

 

Semblanza:

Salvador Barrera (Acámbaro, 1990). Estudió la Licenciatura en Psicología Clínica en la Universidad de Guanajuato. Profesor de tiempo completo. Ha participado en actividades de fomento a la lectura y diversos talleres de escritura en la ciudad de Celaya. Participó en el Seminario para las Letras Guanajuatenses Efrén Hernández (Cuento) 2015 con el libro La letra itálica, que actualmente se encuentra en impresión por la Editorial San Roque.