Cuento «Arpías se escribe con A» por Consuelo Saénz

La noticia trajo el recuerdo de aquel forastero texano: “Valeriano Valemadres murió a causa de un disparo en la cabeza por un desconocido en estado de ebriedad.  Se le recordará por subir cada navidad, cuarenta años ininterrumpidos, al puente de la muerte para recaudar juguetes a beneficio de niños de bajos recursos” -notificaron.  

Recuerdo al forastero en algún episodio de mi infancia, también me acuerdo que llevaba siempre las mismas botas con la punta doblada, terrosas y desgastadas. Vivía por el Arroyo Colorado, zona cerril de subidas y empinadas dramáticas; aridez marrón, ocotillos, chamizos y rodadoras entre nubes de polvo y gente en penurias. Pedía de casa en casa sobras para los marranos. Cada tercer día bajaba a la ciudad con dos cubetas sostenidas por un garrote, que después de llenar con desperdicios de comida, cargaba sobre los hombros. Mi abuela lo hacía esperar en la puerta mientras iba a la cocina y seleccionaba piezas de pan duro, tortilla y demás alimentos pasados. Los llevaba en una bolsa de estraza y los arrojaba. Yo me abría paso entre sus enaguas, me acomodaba a un lado de su pierna apoyando la mejilla izquierda contra el marco de la puerta -a la vez que percibía el tufillo que emanaba de su delantal; olor a monedas y manteca rancia-, mientras mi ojo derecho luchaba por ver dentro de los baldes la consistencia de aquella comida revuelta de distintos colores, acida y pestilente. La mayoría de las veces no había nada echado a perder, así, don Valeriano, como llegaba a la puerta se marchaba.

—Don Valeriano murió asesinado ¡qué triste! Pero tampoco mientan. Valeriano fue un capo que movía droga, andaba en malos negocios. El mentado rancho, criadero de puercos, en realidad era un prostíbulo, y cuando subía a la mentada torre para recaudar juguetes, no pasaba hambre ni inclemencias. Siempre estuvo una grúa por donde le subían la comida mientras llevaba su buena chamarrota de pluma de ganso. ¡Cuánto lucro en nombre de los pobres! Se llevó montones de billetes. Me lo dijo doña Saturnina, y ella nunca mentía. Fue una mujer intachable.

Así decía, así recuerdo a la tía Azucena: Justiciera, categórica y tajante en sus definiciones, aguda y obsesiva después de sufrir las secuelas de una embolia que la dejara inválida por cinco años hasta la llegada de su muerte. Para ella, la humanidad se dividía en honestos y deshonestos, y los hombres, siempre caían en lo segundo. Lloraba a la mínima provocación, al mínimo recuerdo; se asemejaba a un sentimiento sin dueño, a un cachorro desprotegido, al más triste de los presagios.

La noticia del difunto remueve preguntas acerca del significado de la identidad, qué tan justo o injusto se puede ser en las apreciaciones, los errores y los fracasos.

La calle y su gente. Los personajes que definen la historia cotidiana de todos, en cada ciudad, de cada lugar, esperan en el andén de la memoria. A los que nombramos por su nombre de pila, por sus apodos o por sus señas particulares; a los que nunca conocí, a los que de oídas pasan de una generación a la otra, y otros, que, como una vaga imagen parecida a la de una postal borrosa, logro definir. La ciudad fronteriza de mi infancia, con sus limitaciones y espíritu de provincia, parecía más grande, no lo era, menos ahora que dicen que “el muro de Trump” nos limitará la vista. Sólo veremos más hormigón y más arena. Habitantes enajenados desplazándose ensimismados, no se ven, no se saludan; se esquivan como bultos que se encuentran al paso. Tercos de sus usos y costumbres. Se refieren a calles desaparecidas nombrándolas por el nombre que tenían; van a misa, aceptan el redondeo, donan al Teletón pero desconfían del diezmo. Comen carne asada los fines de semana, acampan cada año para el Blackfriday  y muestran las palmas de sus manos con manchitas de sangre cuando logran aplastar un moyote en el aire.  Los más jóvenes, con un deseo permanente de fuga y de entretención superflua, encuentran nuevas formas de evadirse: redes sociales, citas online, chat, videojuegos y vida nocturna transborder. La aldea global y el amor líquido, amos de su Era. Palabras como patriotismo, arraigo y amor por la ciudad se convierten en definiciones ambiguas.  Para los más viejos, la ciudad de sus recuerdos se convierte en tiempo diluido, en cascajo de eternidad y espera de muerte. Los que se fueron dejan una estela de neblina recordándonos que alguna vez también fueron parte del paisaje, duermevela de sombras. Ríspida vía de asfalto, polvo sobre polvo se cumple en el desierto: fosas clandestinas, cementerios profanados por la modernidad, cuerpos en descomposición oreados al sol. Las ausencias secuestran los espacios y todo se vuelve anécdota, mito o leyenda. Es el destino común de quienes viven toda su vida en el mismo sitio. La vida cotidiana les queda suspendida, caldo de cultivo para los prejuicios: “Recuerda: los malos siempre vienen de afuera”, “Cuídate de los hombres, sólo quieren sexo”, “Todos los hombres son iguales”.

Llaman a los norteños bravos, pelados, sinceros, no sé por qué –dice Julio en tono contrariado-. Son acomodaticios a la hora de tantear el terreno, cobardes, afectos al qué dirán y a guardar las apariencias. Son los pioneros en desarreglar el idioma.

—No lo dirás por mí –replica mi tía Carmen-, no critiques a la gente que te brinda las ventajas que en tu lugar de origen no tuviste. ¡Que me queje yo de la ciudad en donde siempre he vivido, es distinto! Contrario a quienes sólo la utilizan como lugar de paso.

—Desde hace treinta años llegue a esta ciudad a trabajar, y es lo que hago, hacer negocios con los gringos sin abandonar mi país -le responde.

Carmen, nunca se sintió identificada con la gente de su ciudad. El chauvinismo ramplón y localista del que emigra, y hace orgullo de defensa desde el exilio y la nostalgia. Desde su nacimiento mostró una salud delicada: alergias crónicas, afectaciones cardiorrespiratorias, erupciones cutáneas y tabique nasal desviado. Susceptible a las temperaturas extremas que le provocan entumecimiento de manos y pies en los inviernos brutales, amén del calor infernal. Podría decirse que sus recuerdos de infancia fueron identificándose más con las visitas al médico, los resfríos, los antibióticos, los ungüentos y el encierro en casa para no exponerse, entre otras inclemencias, a las clásicas polvaredas que sólo empeoran su salud. Todo lo que a su espíritu contemplativo llama, lo encontró en un pueblito andino durante sus prácticas profesionales. Cautivada por su gente y su cultura, lejos de lo que ella define como “la enajenada civilización”. Siempre creyó que el haber regresado a acompañar a su madre durante el proceso de enfermedad de su padre, la condujo a los brazos de Julio, quien ha sido su marido durante veinticinco años. Por él fue que encontró la forma de hacer frente a la muerte de su padre. Él ha sido su bastión y apoyo, sin embargo, es un hombre con un fuerte arraigo y convicciones, ha mamado –como él dice- un fuerte patriotismo desde sus orígenes; se queja, como todos, es un duro crítico del sistema político, económico y el desuso de las disciplinas humanísticas y culturales por parte de los gobernantes, pero, ¿irse a morir a otro país? jamás. Cuestión de discrepancia eterna con Carmen.

—Encontré el lugar afín a mis maneras, pero la vida definió el rumbo: cuando eres más feliz alguien te necesita, alguien se muere o algo sale distinto a como lo planeaste. Se quedan como sueños inalcanzables ¿ves? Me fui quedando, me dejé estar. Quizá, en el fondo, es miedo a tomar esa libertad, esa libertad que es reinventarse, improvisar.  Dar un salto al abismo –sosiega sus ímpetus y asegura-.  Vamos, no existe la reinvención. Somos seres condicionados por atavismos, de eso se encarga la familia –señala con la mirada hacia la foto familiar mientras exhala el humo del cigarrillo y da un mordisco a la palanqueta-El atavismo de la pertenencia, la nacionalidad, la raza, nuestros orígenes como validación de nuestra existencia, de lo que fuimos, de lo que somos. No existe tabla rasa. Los comienzos obligan siempre a terminar con algo. Será por eso que nunca me iré, -explica resignada.

—Prime, ¿por qué no planeas unes vacaciones y llevas a tu maride a conocer Putre? Quizá lo convenzas de quedarse –sugiere Arcelia

—Anda, ya no es tiempo para eso. Sabes que está por llegar el Junior con su prometida, viene a presentarla a la familia, y con todo lo que se acumule para la ocasión, vamos a andar muy atareados. ¿Cómo vas con lo del viaje a Yale? ¿De qué tratará tu ponencia?

—La temática de la mesa abordará los feminicidios. Hablaré de la poeta asesinada, ¿recuerdas? Aquella historia terrible que tanto nos impactó.

—La que también era periodista, que asesinaron junto a otros en la colonia Narvarte.

—No, no es ella.

—Bueno, es que, no se da una abasto con tanta noticia de muertos y violencia   -esboza una sonrisa y acerca el cenicero-.

—Arcelia, Carmen, nos preparamos para comer. Cambien de conversación –interviene Julio-, no tengo que recordarles que cuenta tanto el ánimo con el que se preparan los alimentos como la manera de digerirlos.

—Tienes razón –asentó Carmen- como en la película de Como agua para chocolate ¡qué historia! Laura Esquivel ¿se acuerdan de Laura Esquivel? Se animó a escribirla por consejo de una astrologa que interpretó su carta astral. Ésta le dijo que su suerte estaba en la literatura. Ella tenía muchas dudas. Y mira ¡que se convierte en un exitazo! Por esa novela fue que el cine mexicano emergió de sus cenizas. Hacen falta esas historias.

—Cuando dices que hacen falta “esas historias” –esboza Arcelia las comillas en el aire- no sé bien a bien a qué clase de historias te refieres. El séptimo arte, como la literatura, se alimentan de la vida misma. Las historias que no hablan de nosotres, seres humanes, no me motivan, no me provoca ir a verlas, son culebrones olvidables. En cambio, las historias de mujeres, sus luchas, sus búsquedas, la emancipación del sexo débil -que de débil no tiene nada-  es lo que debe promoverse. Tita sólo reaviva el lacerante reflejo de la marginalidad y el machismo que tanto trabajo nos ha costado quitarnos de encima.

—Oye, culebrones son las telenovelas melodramáticas que pasan por televisión, no el séptimo arte.

—También es una sucesión de hechos que parecen no tener fin, además de referirse a una mujer de mala reputación…

—Bueno, mujeres como Tita siguen existiendo. Son muchos los factores que las mantienen al interior de la familia, y quizá, también es por elección. Los estudios longitudinales así lo demuestran, sus circunstancias y decisiones. No todo es impuesto. Aún sueñan con el anillo, el vestido de boda y los chamacos… las hay, las hay.

Por ejemplo, ¿para quién escribes tú?

—Yo promuevo la escritura como un proceso creativo que libere a las mujeres, sobre todo. Escribo para personas valientes, atrevides, que no temen a las palabras. El pensamiento y las prácticas necesitan ser depurados por un conocimiento que nos permita reconocer posibilidades nuevas de construcción, que no se limite a describir solamente el discurso dominante. El periodismo necesita solidarizarse. Las etnias, las minorías, el indigenismo, las comunidades LGGBDTTTIQQAPP necesitan fortificarse para hacer posible el renacimiento. La palabra otorga una cierta cuota de poder ¡qué mejor que usarla positivamente!

—Pues yo lo que creo es que la gente tiene ideas y sabe cómo quiere vivir su vida. Los académicos, intelectuales, activistas, políticos y demás, cuidado,   esos taumaturgos, gurús y populistas. Apoyarlos sería como bajarse a enjuiciar burros, tienen un alto grado de fanatismo.

Los minutos transcurrían bajo un sutil clima de agresión contenida. Ambas mujeres proclamando una visión distinta de la vida y de las cosas. Carmen eligió suspender su vida profesional por criar una familia y Arcelia defendió su derecho a no ser madre y enfocarse en “liberar a las mujeres oprimidas por la barbarie masculina”. Se constriñen, eligen ser lo más distintas posibles la una de la otra: se desmienten, contradicen, se combaten para alcanzar la representación más fiel de sí mismas. Paradigma y antítesis. Carmen expulsó el silencio sepulcral con una exclamación

—Esta semana ha sido muy productiva ¡por fin descubrí que la maicena espesa las cremas! Jajajaja Lo tenía como un conocimiento no tan consciente ¿ves? Esas cajitas que siempre estuvieron en la alacena de mi abuela ¡y hasta ahora probé sus bondades en una receta que me quedó sabrosísima!

—¡Ay, prime, esos son micromachismos heteropatriarcales perpetuados por algunes mujeres! Creer que sólo “ellas” dominan el reino de las ollas.

Las miradas fulminantes sobrevuelan a los extremos de la mesa. La vajilla y cristalería, elegida especialmente para la ocasión, el postre y las copas a medio terminar, el mantel ajustado a los tabiques de la mesa amenaza con alzarse por los aires en clara manifestación de furia sobrenatural:

Viento del sur, escucha mi llamada. Deseo que con tu fuerza, crees una      corriente de aire ¡que me envuelva en mi propio poder! Mi magia se teje ¡Ahora!

Los ojos de Julio, atónitos, angustiados, observan aquellas pupilas frenéticas desafiándose, cómo se oscurecen e iluminan al compás de la oscilación del candelabro de araña pendido sobre el comedor. La sororidad diluida en cuentas no saldadas. La identidad es aquello en lo que nos reconocemos aliados, dándonos vida, seguridad; ahuyentando la discordia. Sentimiento contrario en ambas, aquí alguien morirá

ringggggggg (sonido de alarma)

La hora de salida de Arcelia para regresar a los Estados Unidos lo salvó de arbitrar esa lucha campal entre primas que le es harto conocida. La educación impone un protocolo hipócrita suscrito a la tolerancia y a las buenas maneras.

—Ha sido un gusto compartir con ustedes… siempre será estimulante. Debo ponerme en marcha ya si quiero dormir en mi case, les puentes internacionales deben estar full, todes festejando  thanksgiven. Espero no encontrar en mi camine algúne idiote alcoholizade. Antes de navidad vendré a donar algunes  juguetes para los chiques.

¡Oh, casi lo olvido! Este año no habrá recaudación… les hombres mueren de forma violente porque son más violentes. No falla.

Prime: sigue tan belle como siempre… por ti no pasan les añes.