Cuento «Apología de un vampiro chilango» por Salvador Rodríguez C.

-¡Ah, la ciudad de México!, dejas de verla un par de semanas y parece que avanza mucho, aunque en esencia es inamovible. Los viajes en avión me cansan, es un cliché eso de que los vampiros viajan volando o en un ataúd con su propia tierra. Stoker escribía muy bien, unos amigos dicen que era un hombre taciturno y a la vez de encantador. Mientras estuve de paseo en Europa, me regalaron un libro de cuentos de E.T.A Hoffman. Su relato breve de vampirismo me gustó, pero el final fue irregular. Igual que la mayoría de las novelas de Stephen King.

Tantas horas de vuelo  hacen que vaya a otro tema en cuestión de segundos. Podría ahondar sobre la visita de cada año a Transilvania, la sangre de prostitutas de París o cómo ayudamos a la economía de Grecia al matar en una sola noche a casi cien herederos de Platón sin que las autoridades tengan una idea de cómo tanta gente desapareció. Tomando en cuenta a donde arrojamos las sobras de la comida, en unos años formarán reservas de petróleo.

Me divertí, no lo niego, pero cuando vives más de un siglo las cosas se hacen monótonas. Tenía más expectativa tras enterarme de los acontecimientos de México por redes sociales: el insulto de una don nadie al norte del país a los peleles de Televisa o las fotos de la “Gaviota” dando la vuelta por Italia. Si doy la exclusiva de que el presidente usa ampolletas con sangre diluida de vampiro para lidiar con su cáncer se reirá de mí hasta el reportero más amarilllista de México.

Para no cargar tanto, sobre todo las botellas de sangre con apariencia de vinos finos, decidí que mis compras llegaran poco a poco vía marítima. Un rechoncho taxista me ayudó con mis maletas. Sonará a broma pero vivo en Coyoacán. Sí, como esa mala película de luchadores. Aunque es el único género cinematográfico propio de México, tiene una cualidad muy rara.

Son celebrados trabajos pésimos con la justificación de que son kitsch. Tonterías, las únicas que se rescatan son La última lucha y La leyenda de una máscara. Quizá debería convertir a Héctor Bonilla, a como se ve, no tarda en acompañar a famosos difuntos como Bowie o Juan Gabriel.

Recién me subí al taxi, me vino a la nariz un magnífico aroma. Idéntico al de una hermosa dama lista para una noche de pasión continua. Cuando vi los datos del taxista en una de las ventanillas obtuve mi respuesta: tenía tipo de sangre O negativo. Igual que la comida, el sabor de la sangre varía según el continente. En Europa suele ser dulce, África tiene un sabor amargo y en Asia es agridulce, similar a esos platillos que invaden hasta el poblado más alejado de México. Para quitarme el jet lag decidí probar mi primer bocado luego de dos meses fuera de casa.

Antes de matarlo, debo pensar bien el plan. Ya nos regañó el jefe del consejo por ser descuidados, con lo de la nueva policía investigadora los detalles no pueden quedar atrás. Intentan ser una versión mexicana de los forenses gringos. Leí que Miguel Alemán pidió, cuando era presidente, un “FBI con huarache”. Algo así aprobaron para combatir al narco. Cuando lleguemos a casa actuaré rápido.

Observo la calle y, al ser madrugada, el entorno se encuentra vacío. Le rompo el cuello con una sola mano. Resulta escalofriante el sonido de las vértebras al romperse antes de exhalar. Fue algo rápido en indoloro; algo así como un humano koscher. Con eso de que los judíos buscan recuperar el terreno perdido. Mi vecino tiene cámaras, así que yo mismo saco las maletas procurando dejar una ventana del auto abierta. Meto mis cosas y, en un movimiento digno del mejor ladrón, regreso al automóvil. Por más avanzada que esté la tecnología,  mi acción pasará como una inusual bruma en pantalla. Conduzco tranquilo, como si buscara pasaje en una noche floja.

Ya en un paraje, bebo la sangre con calma y saboreando el paladar. Uso una bat que traía el difunto como seguridad para golpearlo; que parezca una muerte por golpiza. Para rematar, uso un encendedor Zippo con la imagen de los Rollings Stones alojado en mi bolsillo para incendiar la evidencia. Las hipótesis apuntarán a un ajuste de cuentas. Faltan horas para que amanezca, así que puedo caminar con calma a mi hogar. Ese olor tan característico de la ciudad hace que me sienta como el sujeto que fuma tras tener sexo. Me siento realizado, tranquilo y dichoso de ser un verdadero vampiro. No la imagen andrógina y de mal gusto que se ha popularizado en el nuevo siglo.

 

 

Semblanza del autor

Salvador Rodríguez. Originario de Orizaba, Veracruz. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Universidad del Valle de Orizaba) y Derecho (Universidad Veracruzana). Ha trabajado como reportero para los diarios  El Mundo de Orizaba y El Universal. Actualmente es articulista en la página Solowrestling.com.