Cuento «Agentes nocturnos de la caña» por Oveth Hernández Sánchez

A Zacnicté Irazuh Batún Vega,

naturaleza solitaria e incomprendida,

que gusta de la saciedad (Hermann Hesse).

 

 

 

1

El fuego

 

La naturaleza del fuego puede ser concebida de dos formas: como un elemento redentor o como otro purgador. Lo primero se corrobora mediante un ligero repaso histórico de aproximadamente tres milenios atrás. En tal ejercicio, encontramos que ya desde los tiempos monárquicos-hebreos del s. X a. c., y de los poetas míticos homéricos del s. VIII a. c. el fuego era un símbolo poderoso, como se comprueba en los libros sagrados cuando se lee que muchos infantes eran arrojados entre los brazos llameantes y triturantes de los dioses Quemos y Moloc, o como cuando se prendía en llamas a toda una ciudad por venganza, como sucedió con Troya, ciudad del raptor de Helena.

Con los niños sacrificados, los deudos buscaban redimir sus tierras, recuperar la prosperidad de sus campos de espigas; con las ciudades bajo llamas, también se buscaba restituir la dignidad de una nación o, como en el caso del (auto) incendio de Roma en el 64, reivindicar el nombre de su emperador. Pero, también el uso del fuego es purgativo, pues ha intervenido con los propósitos de recolección de frutos, semillas y hortalizas.

La caña de azúcar, por ejemplo. Este agente ha purgado desde antaño, con sus fulminantes brazos, sendos prados de azúcar para desenredar la vara dulce de malezas y ayudar en el proceso de la extracción de su líquido. La quema de este producto es toda ya una construcción de mitos en muchas culturas, sobre todo si las sofocantes llamas son provocadas bajo un cielo nocturno.

La planta proviene del Extremo Oriente, y fue España quien la introduce en América. En aquel hemisferio, el corte se realizaba en crudo. Pero los americanos la pasamos arrogante por la cata del fuego. Cruda o quemada, los cubanos y mexicanos conocemos el exquisito olor de su carne.

Se dice que los persas, cuando se entregaban a tan bucólica actitud de recolección, combinaban un espíritu de solemnidad con otro de saciedad. Para los mexicanos, en especial para los cañeros de la Subregión Chontalpa, de Tabasco, también se superpone un instinto de sobrevivencia y espiritualidad, un instinto en suma contemplativo.

 

2

Las cenizas

 

Así, los chontalpeños se dan prisa en agilizar el proceso de la tumba de la caña no sin antes atestiguar la magia de su caída. El fuego es un agente seguido de otros. Hay un grupo de agentes que lo componen ciertos testigos. Un testigo puede, desde un punto de la zona incendiada, mirar cómo las llamas retan las alturas y muy arriba ver cómo se desintegran en millares de chispas de fuego que se expanden hasta extinguirse en la noche oscura.

Otra estupefacción sucede cuando entre esas nubes de fuego y humo la luna se camuflajea con su luz radiante. El cielo y el horizonte nocturno se vuelven mágicos. La música de la noche, el chispear de las hojas carbonizadas, el silencio que se posesiona en el prado vuelto cenizas y el olor a tierra y caña quemadas son capaces de crear otro mundo en la mente de quien funge como espectador desde la corta distancia.

 

3

El incendiador

 

Un primer agente de este grupo de testigos es, sin duda, el incendiador. Es el individuo a quien le ha sido encomendado el acto de la quema. Tal personaje debe cumplir con ciertas características esenciales. Su primer requerimiento será la Valentía. No todos están acostumbrados a lidiar con el fuego, tal fue la suerte de aquellos verdugos babilonios, quienes al echar al horno de fuego a los tres detractores del rey Nabucodonosor alcanzaron mortalmente ellos mismos sus incinerantes ráfagas.

Por eso, quien atizará las llamas en los infinitos cañales sabrá que morir entre sus flamas se postula como posibilidad. Otra actitud que debe cumplir el tal es un ánimo alborozado. Debe ser un joven atrevido, uno que no le tema a los retos. En cada familia de ejidatarios cañeros hay siempre un mocoso valiente y alborozado. Por eso, cada quién envía a sus locos a ejecutar la incineración.

Así, el incendiador no teme a la muerte, y se yergue a la orilla del infinito pastizal dulce con euforia y adrenalina. Toma la antorcha y corre de una esquina hacia otra dejando mechas de fuego por todo el sendero. Su espíritu se enardece y se ensancha de emociones, exhala alaridos de catarsis y de alucinaciones como de posesión. Por fin, cuando ya ha recorrido medio kilómetro de orilla, al ver la pared de amarillas miradas que carcomen las hojas asidas a las carnes de la vara de caña y le tronetean sus huesos de azúcar, entonces se sienta y después se recuesta en la tierra cerca de la guardaraya, se pierde en la comtemplación de un nocturno cielo ya semi rojo.

 

4

El inspector

 

Justo cuando el vapor de esas infinitas hectáreas de caña comienza a subir en señal de consumación, allí aparece otro agente-testigo con menos temple, el inspector. Él es un emisario de la empresa azucarera a la que los cañeros ejidatarios se encuentran afiliados. Este sujeto llega por lo general alrededor de las ocho de la noche en un volkswagen tipo sedán (“volcho”, “vocho”) o en una camioneta v6 con batea. Lleva traje grueso, generalmente viste con botas de casquillos y gorra. Siempre sostiene en sus manos un tablón de notas.

Su propósito es cerciorarse si la orden de quema ha sido ejecutada en tiempo y en forma. Su presencia es fugáz. Normalmente, después de las formalidades, el “inspe”, ante la vista flácida del socio cañero a quien ha escrutado, se sube a su vehículo acompañado del delegado municipal y el comisariado ejidal para ir por “dos como la gente”.

 

5

El velador

 

Después viene la imprescindible imagen de otro agente-testigo icónico, el velador. Y es que la imagen del velador guarda semejanza a la del bufón. Vaya acompañado de su contratador o de su acompañante, el velador desde que se desplaza a la zona de trabajo le sirve a su interlocutor de contador de historias, generador de risas y de caos. Este agente normalmente acostumbra llevar consigo un chalán vigía. En el camino rumbo al cañal van contándose chistes mal relatados, juegan a las carreritas y hacen recuento de las leyendas de la llorona. Entran al callejón, llegan al terreno, y trepan la máquina que necesita de la seguridad.

A veces, al llegar al cañal, las llamas no han cesado aún. Ambos se ponen de frente a la pared de fuego, y sus pupilas se colorean, dejan entrar en calor sus cuerpos. Extienden sus manos para absorber el poco sereno que escapa del vapor, luego se disponen a trepar con mayor rapidez y arrebatar el mejor lugar arriba del autotractor que deben cuidar durante la noche, para cuyo objetivo fueron contratados.

A diferencia del incendiador y del inspector, el velador es un ser sufrido, uno que vende la comodidad de la noche, alguien que sólo o acompañado establece en la vigía una tensión cargada de resuellos, de nostalgias, de un no sé qué. Siente culpa y adviene la confesión, se asincera consigo o con su peón, es alguien que llega para quedarse, para aguantar la friega de la oscuridad; dormir es su cura. Duerme encaramado en el tractor.

 

6

El ingenio azucarero

 

Pero, hay otros agentes determinantes en la industria de la zafra. Uno de ellos, el ingenio azucarero. Su aparato recolector es gigante y cuantioso. Este agente dispone hasta de treinta máquinas de fuerza, de recolección, de carga y de traslado para el producto parcelario de un trazo de seis hectáreas, que es de lo que cultiva un productor campesino en promedio.

Así, cuando le llega al agricultor el turno de la recolección de su cosecha, éste se entrega a la observación resignada de un movimiento de máquinas que, después de arribar desde la noche anterior, comienzan a trabajar desde las cinco de la mañana cuando los cortacañas ya han dejado largas filas de gavillas detrás de ellos. De hecho, a la media noche, cuando los veladores aún no concilian el sueño, se les ve venir a las máquinas desde la lejanía de esos infinitos trazos de plantíos de cañas, enfilados como un ciempiés que avanza hacia donde está uno, como si cada uno de sus pies iluminara su propio camino.

Por su parte, a veces los veladores se encuentran en sus momentos de ensueños y éxtasis cuando desde lejos miran en el paisaje nocturno desde tres o cinco kilómetros esa luz parpadeante que se ve cada vez más cerca. Se mira desde lejos ese aparato cosechero y emergen al momento las supersticiones al confundirla con luces de “encantamientos”. En un sobre salto ante tal confusión, el velador más listo halla ocasión para explicarle al más novato el recuento de los “encantamientos”:

 …El encantamiento comienza siendo una luz insignificante; cuando alguien la ve, entonces, ésta se va haciendo mayor hasta que ilumina con fuerza, lo que permite dar con ella, cavar y obtener el tesoro que guarda; de hecho, uno de esos raudales podría ser el mismo tesoro de Moctezuma…

 

7

El productor cañero  

 

Finalmente, hay un agente más de la caña, uno que mira caer sus cañas como lienzos perpendiculares, y que luego son atrapadas por las garras de esos tractores alzacañas, uno que cuenta treinta, cuarenta, cincuenta camiones salir repletos de cañas en dirección al ingenio azucarero.

Él es un agente nocturno más de la caña. Él reúne todas las cualidades de los demás agentes en su propia persona. No sólo está presente cada que determinado agente ejecuta su misión, sino que también mira la magia del fuego, la trituración y la maquinización de su producto. El productor cañero lleva consigo una hoja de cálculo donde hora tras hora suma centenas de toneladas de caña de acuerdo al número de camiones que suben a la báscula para luego partir al molino.

…Pero, aún obteniéndolo hay un problema, y es que nada es gratis, el costo que tienes que pagar para poseer tal riqueza es a veces hasta mayor de lo que terminas ganando…

Después, en las siguientes horas, cuando su cañal ya ha sido rapado, desraizado y ya no quedan señales de maquinización, ni de algarabías ni personas ni nada; cuando la noche ya se ha ido y el sol calienta sobre el tronquerío de cañas cortadas, y hace despedir de ellos un olor amielado y nostálgico; entonces, bajo algún árbol cercano, como todo un productor cañero, simula la tabla final de activos y pasivos.

…Dicen que el que se mete en esas cosas termina devastado y poseído por el gran diablo. No vale la pena. Por esa razón a mucha gente esas seducciones no le interesan. Así, como dicen, es mejor ganar el pan diario con el sudor de la frente.

 

 

Semblanza:

Oveth Hernández Sánchez (Villahermosa, Tabasco, 1978). Tengo grados de licenciatura en teología bartiana y en literatura latinoamericana. Otros cuentos míos han aparecido en distintas revistas electrónicas de literatura, como en la recién descontinuada revista Sinfín, Delatripa. Narrativa y algo más, Letralia y revista ICOR. Imparto talleres y participo en círculos de lectura.