Cuento «Absolución de los pecados» por José Ricardo González Sánchez

La vida de Andrea Romero no fue fácil, sobre todo porque tuvo que soportar la muerte de su padre mientras ella apenas rozaba la mayoría de edad. De su madre sólo puede decir algo, que murió durante el parto en el que nació. Nada más. No tuvo hermanos, al menos que supiera, y la única familia era de la llamada lejana, de ese tipo que no se reúnen en navidad o año nuevo y apenas y se saludan en la calle. En pocas palabras, es el resumen familiar de Andrea.

Por fortuna, su padre le dejó los medios necesarios para sobrevivir, educación, inteligencia y buenos amigos. También le dejó algunas casas, carros y cuentas bancarias lo suficientemente generosas para soportar las cargas pecuniarias de vivir. Todo lo necesario para llevar bien la muerte de un padre y la ausencia de progenitores. Se podría decir que también le dejó un esposo, pues su mejor amigo —de su papá, claro— Ramiro Vega, se hizo tutor cuando quedó huérfana. Conforme pasaron los años, Ramiro y Andrea se convirtieron en amigos; meses después, en novios hasta que, finalmente, pasaron a ser marido y mujeres.  Después también pasaron a ser divorciados, aunque este estado civil no sea reconocido —ni el de amigo y novio—. Y en realidad nunca se hubieran separado del todo, pues siguieron viviendo todos juntos como familia.

Andrea y Ramiro tuvieron dos hijos, Romina y Adán, que son felices a la fecha, excepto hoy. Hoy no es un buen día. Andrea cayó en cama, abatida por la fiebre, cuyo origen es desconocido por médicos y otros especialistas, homeópatas y astrólogos incluidos. Tocan la puerta, es el padre que ha venido a dar salud espiritual, aplicando la unción de los aceites sacros y absolviéndola de todos sus pecados.

—Hija, escúchame que yo te escucharé —dijo el padre en el oído de la moribunda.

—Sí padre…—se escuchó delicadamente.

El padre tomó aceite consagrado y lo vertió en sus manos, de tal forma que quedaran cubiertas completamente. Colocó la izquierda sobre el pecho de Andrea y con la diestra hizo la seña para persignar, y la persignó con el signo de la santa cruz.

—A través de esta santa unción que el señor en su misericordioso amor, nos ayude con gracia del espíritu santo y te libre del pecado, te salve y resucite en el día del juicio —el padre volvió a hacer la señal de la cruz y agregó: —Confiesa ante mí y ante Dios todopoderoso, todos tus pecados en vida.

—Padre…—intentó agregar, pero un nudo en la garganta se lo impidió.

—Tómate tu tiempo hija mía.

—Fui fiel padre, fui fiel para con mi esposo, nunca lo engañé —todos los presentes se miraron entre sí, absortos, con una pena que los embargaba a todos. La hermana de Ramiro salió echando lágrimas hasta no más poder. El padre bajó la mirada.

—Dios te ha perdonado, hija mía.

—Algo más —tenuemente expresó la moribunda — nunca dejé de ir a misa. Y todas las noches lloré por la muerte de mis padres y seres queridos.

—Dios te ha perdonado hija mía. Tus hermanas aquí presentes harán oración para tu salvación —dijo el padre al momento que miró a los que se encontraban ahí, que comenzaron a orar algunos padres nuestros y aves marías. Andrea se esforzó para girar la mirada y observarlos.

—Les he fallado —dijo entre lágrimas. —Los amo, nunca pude decírselos, pero no hay amor más grande que el que siento por ustedes — exclamó con todas sus fuerzas.

—Nosotros te perdonamos —respondió Ramiro con cierta lástima. Al momento que sus hijos se marchaban del lugar.

—Bien, hija, es bueno confesarse de nuestros pecados.

—Sí, padre, me siento mejor.

—Todos tus pecados han sido perdonados, hija mía. —Mientras hacía la señal de la santa cruz, el primero punto en la frente, el segundo, cerca del ombligo, el tercero a un costado del mismo y finalmente, en el sentido contrario y a la misma altura. —El señor misericordioso aguardará tu alma en el infierno —y con la seguridad de verse consagrada, Andrea dejó que el padre colocara sobre su boca el santo óleo, aquél que al probarlo se pierde la vida. Pocos minutos de ingerirlo, Andrea dejó escapar su último suspiro, aquél, que según dicen, es el fragmento del alma, y que va directo al infierno si se ha obrado bien en vida. A ese lugar sagrado donde nos aguardan los diablos con sus brazos no cerrados, porque allí envía Satanás bendición y vida eterna.

 

Semblanza:

José Ricardo González Sánchez. Actualmente me encuentro en la Ciudad de Oaxaca. Me dedico a la escritura y a realizar proyectos independientes jurídicos y literarios. Ya me han publicado algunos cuentos y participo en varios concursos literarios. Como abogado asesoró a diversos particulares y organismos. Asimismo, imparto clases de Derecho I, Derecho II, Filosofía e Historia Universal en el Instituto Cumbres (Bachillerato Anáhuac) Oaxaca.

Desde abril de 2016 escribo una columna para el periódico impreso “NOTICIAS, VOZ E IMAGEN DE OAXACA”, misma que se llama Trópico de Sagitario. Se publica todos los días jueves (puede variar). En ella realizo pequeños ejercicios de biografías o relatos históricos que pudieron ocurrir o no, a veces son fantásticos, otras veces sólo se modifica la forma de relatarlos. Esta columna puede leerse en mi blog personal https://letrasderesaca.wordpress.com/ y twitter https://twitter.com/letrasderesaca.