Pelaron sus dientes molenques
y me dijeron que no,
que el Gobierno no tenía madre.
(Juan Rulfo, “Luvina”, El llano en llamas).
Había un tumulto, una bulla, una oportunidad. El ambiente estaba electrizado, las llamas del coraje colectivo impulsado por todos nosotros, los vivos y los muertos, los de aquel día y los de siglos pasados, caldeaba las calles de la ciudad en un mismo sentimiento. Había una movilización, queríamos poder liberarnos del yugo que nos ha atado desde antes de que tuviéramos memoria, hacer conciencia del dolor y la injusticia y vomitar verdades hasta perder nuestro aliento, hasta marearnos, hasta quedar afónicos, “¿y si no hay otra oportunidad?”. Por un momento el miedo acumulado que nos tenía subyugados se convirtió en coraje y valentía. Pero en medio de la bulla, una voz diferente rompió nuestros gritos: “¡Hijos de la chingada!” nos gritaron desde lejos un grupo que parecía insignificante, “¡no estén chingando, pendejos, o los vamos a madrear!” y el transporte público estaba paralizado e hijos de la chingada nos llamaban otra vez, que no estuviéramos chingando. Hijos de la chingada ellos, lo sabrían si hubieran leído a Octavio Paz, si supieran su identidad, si supieran sus raíces, su historia y si amaban todo este conjunto que nos forjaban como pueblo, pero ¿cómo iban a saberlo? ¿Cómo iban a quererlo? ¿Y cómo a respetarlo? Eran otros de los muñecos movidos por hilos de avidez, de ignorancia, muñecos huecos. No les importaba lo que hacían, ávidos y egoístas, traidores a su pueblo, su patria, hijos de la chingada que solamente se les otorga un cargo, no pueden liderar con ello, inmediatamente son mejores que todos nosotros aunque sea por nosotros y para nosotros que se les asigna el cargo y se convierten en hijos de la chingada, ávidos y repugnantes seres corruptos que con el tiempo sus almas grises se vuelven negruzcas y que llenan de tizne todo lo que tocan, exhalan vaho de carbón en sus palabras, y su saliva se torna negra. ¿Qué pasa por su mente? Aún no lo sé, pero me sigo preguntando: ¿qué mierda pasaba en su cabeza para cruzar el límite de tan estúpida, cruel e inhumana manera?
Había bulla, queríamos que todo se supiera, la información es un arma muy poderosa, muy peligrosa ¿y por qué iban ellos a quedar mal? ¿Cómo iban a dejar que informáramos? ¿Cómo nos iban a dejar progresar a nosotros, los soñadores, el pueblo, los nadies? ¿Cómo íbamos a romper su dictadura perfecta? Ya no queríamos ser presa del yugo, del dolor, del miedo y había una oportunidad y quisimos aprovecharla, todo el mundo tenía que saberlo. Nosotros pensamos en nuestro pueblo y nos duele todavía, desde la pobreza hasta la corrupción, desde el robo de las tierras a los trabajadores el campo hasta los despilfarros de ellos, desde la Patria hasta el alma; ya no queríamos seguir viviendo bajo el engaño y entonces hubo una esperanza colectiva, un sueño compartido, un anhelo, pero en un momento todo se volvió contra nosotros, se escucharon balazos a lo lejos y asustados corrimos. Esperamos entonces a los federales puesto que un grupo armado quiso matarnos a todos, y mataron a muchos. Yo corrí mientras veía a mis hermanos caer, no siempre muertos, pero casi, además, si no morían en ese momento de cualquier manera los identificaban y los mataban, tenían un instinto esos hijos de las chingada, y no les bastaba con matarlos, ultrajaban los cuerpos inertes, se reían y les escupían, se regodeaban en su repugnante acto. Y los federales dónde diablos están decían, y ellos llegarían porque ellos amaban a su país, no tardarían mucho, no pueden estar inmediatamente se nos decía, esto es México. Había cada vez menos de nosotros, algunos huyeron, la gran mayoría fueron asesinados. “¡Un federal!” gritó un compañero mientras se acercaba a él y con ése llegaron más, una esperanza se apoderó de nosotros otra vez, podríamos seguir batallando, soñando si se quiere, pero cuando mi compañero llegó con el federal éste le metió un chingadazo con su culata, y después lo fusiló.
Semblanza:
Mi nombre es Isaac Armando López Arreola, nacido y criado en la ciudad de Querétaro, actualmente cursando una carrera universitaria en la rama ingenieril. Desde corta edad me han llamado la atención varias ramas del arte, siendo la música y la literatura las áreas que más me roban la atención. Participé alguna vez en teatro y aprendí a tocar la batería en la secundaria. Ayudé a compañeros a editar ensayos y una vez una crónica, la cual fue publicada en el periódico “La tribuna” bajo el nombre “Orgullo es prejuicio”, aunque nunca he tenido la oportunidad de publicar algo personal. Actualmente soy parte de algunos grupos dedicado a la rama ingenieril.