¿Cuánto valor tiene los valores? (primera parte)

Somos al día de hoy, una sociedad que figurativamente ya no busca la centralidad, tampoco la presencia o la ausencia, sino que buscamos supuestamente el universalismo de actitudes y opiniones.

Este aparente multiculturalismo, donde se trabaja con esta hipotética diferencia, nos debería llevar, si así fuera el caso, a que esta generación fuera más apreciativa con los valores. Yo por los resultados que veo y percibo, no creo que así sea, al contrario, vivimos en comunidades más polarizadas, en donde no se percibe una apreciación de las posiciones; al contrario, vivimos una centralidad radical: o fuera de su centro o estas contra todos.

Donde todos aquellos que tienen opiniones diferentes al masivo colectivo se vuelven personajes irregulares, fuera de la verdad multicultural.

Esta verdad se vuelve un martillo que aplasta y masifica todo; engullendo y llevando esto a una mar donde todo es igual, se vuelve normalizado.

Ahora, en esta sociedad híper-moderna, vivimos una doble moral: queremos desvanecer los valores a nuestro antojo y en favor de nuestro beneficio, pero de igual forma, imponer nuevas virtudes los demás. Esto nos debería plantearnos cuatro preguntas: ¿realmente existen los valores objetivos?, ¿cuándo un valor se vuelve ético?, ¿estos valores deben o deberían normalizar las virtudes o morales de esta sociedad?, ¿dónde surgen nuestros valores?

Estas ideas por su extensión, las desarrollaré en el transcurso de estos cuatro artículos. Mi objetivo es que podamos llegar realmente cuestionarnos en qué momento histórico vivimos como sociedad, por lo cual necesito ir al grano pero tampoco corto en las explicaciones a desarrollar. Espero les agrade.

Lo primero que debemos hacer es tener un acercamiento al concepto de “valor”. Debemos entender por “valor” a las características por las que un objeto, situación o acción nos presenta una actitud favorable.

Esta actitud es una disposición adquirida. Estas actitudes contienen dos componentes: creo que tienen ciertas propiedades y estas me causan agrado o repulsión. Entonces, si entendemos esto por “valor”, debemos concederle a esta sociedad o comunidad, ciertas formas o características para poder estimarla o colocarlas en un balance positivo.

Después de esto creer que este “valor” es un componente del mundo real y estar dispuesto a actuar por ello.

Tenemos el ejemplo más claro en el dinero: el papel como valor suplementario al oro, no representa nada, la sociedad y por consiguiente nosotros mismo le asignamos un peso y trabajamos por él.

Ahora, una persona que considera valioso el dinero y el poder, hará todo lo posible para poder adquirirlo y no sufrir la ausencia de este. Una persona que valore la paz y la tranquilidad, hará lo consecuente por este valor, ya que la privación de este valor provocaría una ansiedad, que impulsaría a la obtención de éste, volviendo esto un  eterno retorno.

En la actualidad vemos dos posturas acerca de los valores, una es el dogmatismo -confundir el conocimiento personal con el saber objetivo, pretender que nuestras creencias personales tienen validez personal, y que por lo tanto, deben ser aceptados y asumidos por todos. Esto se vuelve el inicio de la intolerancia y de todos los movimientos radicales. Las creencias basadas en nuestro conocimiento personal pueden aducir o guiar, pero no son principios irrefutables o universales.

También tenemos el día hoy, una posición totalmente opuesta: el escepticismo ante la realidad de los valores. Esto se basa en una premisa errónea: si los enunciados de valor o moral no se fundan en razones incontrovertibles, entonces todos valen lo mismo. Nada se vuelve seguro, pues todo se vuelve inestable.

Esta posición vienen acompañada de cierta inclinación cientificista: sólo se admite una racionalidad, si está alineada al saber de la ciencia.

Ahora la pregunta es: ¿entre esta bifurcación, cual debemos elegir? Esto lo dejaremos para el siguiente escrito.