Cuando de realidades imagino historias (II)

Twitter: @aldoalejandro

Esta historia nace allá, en Chiapas, acompaña a los migrantes en su paso por Pijijiapan el pasado 4 de noviembre de 2021 y merodea sobre las cabezas de los elementos de la Guardia Nacional, observadores de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, periodistas, burócratas estatales y demás, incluidos medios de comunicación.

Alrededor de las 11:30 de esa mañana el país atestiguó a través de medios y redes sociales, cómo los migrantes golpeaban a varios elementos de la Guardia Nacional, a uno de ellos en particular que intentaba subirse al camión para evitar una confrontación con el grupo de extranjeros que, por supuesto, les superaban en número. El esfuerzo del policía fue insuficiente, quizá le faltaba capacidad o adiestramiento físico. Lo cierto es que la imagen fue muy violenta.

El uniformado recibió patadas, puñetazos, golpes con su propio escudo e incluso pedradas, quedó tendido en el pavimento sin recibir auxilio y, a todas luces, con evidente pérdida del conocimiento. En total, cinco elementos de la Guardia Nacional, cuatro hombres y una mujer, resultaron con heridas severas producto de la agresión. Fueron hospitalizados y al parecer, a pesar de la gravedad de algunas lesiones, podrán reintegrarse en el mediano plazo a sus labores. 

Las razones de la agresión son inciertas para algunos. Los medios hablaron de un “rescate” sin dar pormenores de los hechos pero hubo testigos, personas que acreditaron una parte de lo sucedido y despejaron las dudas sobre otros. 

Algunas aceptaron hablar…

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Viajó desde Perú. Eso dice. 

Sus pies se desplazan al ritmo de otros como él que huyen de la violencia, la falta de oportunidades, las pésimas condiciones de vida que enfrentan en sus países de origen y empezaron un andar ya no en busca de un sueño, al menos una existencia menos caótica a la que han sobrevivido hasta ahora en este globalizado y aterrador presente. 

Como otros centenares de personas, forma parte de la caravana que viaja desde el sureste del país hacia territorio norteamericano con la esperanza de encontrar una oportunidad. 

Pero hay en él algo que le hace diferente al resto. Pese a que idealmente todos somos, quiérase o no, ciudadanos del mundo, las fronteras son uno de los peores límites y obstáculos que las personas encuentran en la vida. A esta se suman aspectos como religión, política, intolerancia, falta de empatía, ambición y otro cúmulo de situaciones que en lo individual podrían enfrentarse con un poco de esfuerzo pero, en conjunto, logran romper el entramado social y dar al traste con la mayor y mejor de nuestras virtudes: la humanidad.

Cuando hablamos me confirma una realidad que todos sabemos, no confían en sus líderes. Dice que Irineo Mújica y el otro que le hace segunda no velan por el interés del numeroso grupo y por alguna razón se la pasan descalificando cualquier actuar de las autoridades mexicanas.  

Nuestro amigo migrante sabe que la tierra que pisa no es la de su nación, entiende las dificultades que todas las personas deben enfrentar en esa gran masa humana que se traslada a pie, bajo el sol, cargando a sus hijos y a sus enfermos, con hambre y sed y pasos que lastiman los pies y el alma. 

La diferencia con los otros, tristemente la gran mayoría, es que él está comprometido con sus anhelos y comparte los de personas que también andan, con menor rapidez y facilidad, por eso avanza con los grupos más vulnerables y les ofrece ayuda y palabras de aliento porque todos confían en algo. 

Los demás coinciden, en especial las mujeres con sobrepeso a quienes presta mayor atención durante el doloroso andar: es un buen ser humano…

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El último tramo del contingente migrante arrastra consigo una compañía nada grata para nadie. Son escoltados por policías para evitar que regresen o abandonen el grupo. No hay reporteros ni cámaras cerca, pero sí una discusión de pareja que no es asunto de otros. Les dejan, escuchan los gritos a la distancia. Algunos se quedaron para averiguar el desenlace de la vívida novela que observan y de alguna forma empiezan los empellones, los golpes, el pleito entre ellos. 

Los demás se involucran. 

Los elementos de la Guardia Nacional observan el desorden y acuden y detienen a 9, 10, 11… son menos de 15 los involucrados, es cierto, pero los demás no lo saben y piensan que los uniformados están cometiendo una arbitrariedad, están vulnerando sus derechos humanos. 

La turba enardecida se fue contra los policías, los cazó; la mayoría alcanzó a huir pero cinco de ellos no tuvieron la misma suerte: piedras, palos y golpes se los impidieron. 

Para entonces ya hay reporteros y cámaras de TV. Graban todo. Uno pide la intervención de la CNDH porque el policía más afectado ya no se mueve, pero lo siguen golpeando. Al ver la escena otros migrantes tratan de evitar tal salvajada. Solo hay un visitador y le dicen que haga algo: “primero dejen de golpearlo y, segundo, váyanse”, les increpó. 

Cuando confirmó que se alejaban, dice mi colega, el funcionario de la Comisión abordó un vehículo y se fue “de volada” hacia el sitio en que se encontraba el mando de la Guardia Nacional, a kilómetros de distancia, para informarles que uno de sus elementos estaba tirado en la carretera y necesitaba ayuda inmediata y tenían que ir por él. 

Los medios hablaron de un “rescate”, la verdad es otra. No la contaron. Dos o tres elementos de la Guardia Nacional llegaron en una camioneta de migración para rescatar al policía tendido en el pavimento, inmóvil. Lo cierto es que al parecer la Guardia Nacional no rescató al uniformado malherido y que, de no haber sido por la intervención del funcionario de la CNDH (cuyo nombre es desconocido por mis fuentes), “la nota” habría sido otra tipo y quizá habría habido esquelas en diversos medios. Quién sabe qué más habría pasado.

“¿Y sabes qué? Mientras se lo llevaban un policía palmeó la espalda del licenciado y le dio las gracias, pero él ni caso le hizo”.

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¿Cuánto vale la vida?, no lo sé. No tengo la suficiente capacidad mental para dar precio a algo que a todas luces resulta valioso, no por nada tantos buscan mejorarla a costa incluso de su integridad física. 

“¿Cuánta verdad hay en tus mentiras? ¿Tú eres igual? Porque esos son unas hienas. Yo solo quiero estar mejor con mis hijos, darles una mejor vida ¿puedes decir eso?”.

—Puedo, pero no sé cuántas personas podrían aventurarse  a estar en tus zapatos…