La vecina de la casa de atrás falleció hace unos días. Era una señora de 70 años y al parecer tenía un problema medio serio en los huesos, pues en al menos dos ocasiones durante este año sufrió dos caídas: la primera, por ahí de marzo o abril, desembocó en un fuerte y doloroso golpe; la segunda, a principios de octubre, en la fractura de una de sus extremidades superiores.
Su hijo llegó en auto, sin cubrebocas, y la llevó al hospital, donde la atendieron con rapidez y bajo estrictas medidas de salud para evitar un posible contagio por Covid-19, pues al parecer su enfermedad se encontraba entre las clasificadas como mórbidas.
El problema no fue haber acudido a la clínica. El real riesgo estaba en el vástago, un portador asintomático cuya simple cercanía contaminó e infectó a la mujer. Estuvo postrada varias semanas en casa y la señora de la única tienda en cuatro calles a la redonda fue la encargada de comentarnos a todos los vecinos por si alguno había tenido contacto con ella en los días previos. La amable tendera fue también quien informó sobre el deceso y los detalles de lo sucedido.
No todos la conocían en persona, pero la mayoría coincide: era amable, cariñosa y siempre lista para recibir a los suyos con una sonrisa. Fue una muy mala nueva para la colonia y lo sucedido encendió diversas alarmas entre los residentes de la zona, al menos en la gran mayoría.
A la tienda ya solo puede acceder una persona por turno y solo si usa cubrebocas; de no cumplir las reglas, no se le atiende. Así de fácil.
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Varios se han molestado con la medida y lanzan toda clase argumentos para desestimar la importancia del cuidarnos unos a otros. Incluso sin el menor enfado se atreven a hacer comentarios tan burdos como “eso ni existe, es una campaña del gobierno para que se mueran los adultos mayores y ya no tengan que pagar pensiones porque ya no tienen dinero y no saben qué hacer”.
¡Hágame usted el chingado favor!
La recomendación hecha a los vecinos con quienes he tenido la invaluable oportunidad de conversar sobre el tema es informarse a través de los canales adecuados: la muy odiada conferencia vespertina diaria sobre el particular, los mensajes y comunicados de las autoridades del sector salud en el estado e incluso en los sitios oficiales de instituciones nacionales e internacionales en internet.
¿Oiga y qué opina de lo que dice Paty Navidad?
Pues está en su derecho de decir lo que ella quiera, para eso vivimos en un país de “libertades” y “garantías”. Ella es actriz y cantante, está en el medio del espectáculo y ese es su canal de desarrollo; usted está en su derecho de seguirla, escucharla y hasta creerle.
Ella tiene su opinión y muy particular punto de vista sobre lo que está pasando.
Yo solo digo que si quiero hacer un pastel pues al menos recurro a un libro de cocina para ver algunas recetas y darme una idea sobre los ingredientes y el proceso de elaboración. ¿Usted qué hace?
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Los niños en el vecindario llevan meses sin asistir a clases, al menos no físicamente.
Al inicio de la pandemia se la pasaban encerrados en sus casas viendo televisión, jugando videojuegos o ideando todo tipo de situaciones para pasar el tiempo. El temor de los padres y madres de familia era perceptible en calles vacías y ecos de gritos surgiendo de las viviendas, pero eso fue hace semanas.
Hoy las cosas cambiaron. La pandemia sigue y ellos ya están en las banquetas. Terminó el tiempo de la videoclase, ya hicieron las tareas asignadas y ayudaron en los quehaceres del hogar. Ya se les puede ver en las calles después de las 5 de la tarde, o en la cancha echando cascarita o platicando. Sin cubrebocas, por supuesto.
La mayoría saludan a los adultos de las otras casas con un “buenas tardes” y, si son vecinos, les llaman “amigo” o “amiga”, según sea el caso.
A menos que estén contando historias, tratando de arreglar alguna bicicleta o hablando del último juego de sus respectivas consolas, siempre están sonriendo. También las niñas, aunque ellas nunca están solas, permanecen a la vista de las mamás o sus hermanos o hermanas mayores. Hay demasiados casos de menores desaparecidas por todos lados y lo mejor es extremar precauciones.
Ahora parece incluso que hay un código no escrito y todos estamos obligados a cuidarles, a niños y niñas, porque sabemos quiénes son y dónde viven. La colonia se ha convertido en una especie de gran familia disfuncional, pero unida. Hasta el viejito cascarrabias de la última casa se asoma de vez en cuando por la ventana para confirmar que estén bien.
La pandemia sigue, la vida sigue, todos los problemas siguen… la diferencia, al parecer, la puede hacer un cubrebocas…
Twitter:@aldoalejandro