Crónica: «Viaje a la Habana: una aproximación filosófica» por Francisco Canseco Gómez

No perdamos nada de nuestro tiempo;

quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro. (Sartre)

Lo siguiente es una crónica de un viaje, un acercamiento personal a un país que admiré y aún admiro, es también una reflexión que se fue dando una vez que regresé a Chile y a su dinámica tan distinta a la de la isla. En lo sustancial defiendo la subjetividad del texto tanto en el fondo como en la forma, creo con ello, que en base a los testimonios personales llegaremos a una verdad universal que no excluye a nada ni a nadie.

El viaje opera como una revelación personal, es una búsqueda y un encuentro con lo deseado, incluso antes de coger las maletas y de llegar al destino. El lugar funciona como pretexto del relato final que se construye con el tiempo de la memoria. La Habana era un enigma, era una canción escuchada en la adolescencia, era también un relato heroico de unos hombres que cambiaron el curso de la historia, barbudos idealistas que hicieron una revolución. Quería entonces alimentarme de esa épica, conversar y vivir, aunque brevemente, la cotidianidad caribeña.

La última semana de julio de 2017 partí desde Santiago (escala en Ciudad de México) y llegué a la capital cubana el domingo en la noche. Inmediatamente el calor me atrapó de golpe, un calor distinto al de Coquimbo, una humedad que no le da respiro al turista. Cambié en el aeropuerto los euros que llevaba por los famosos CUC (moneda exclusiva para los foráneos) y tomé un taxi en dirección a un hotel que quedaba en un barrio exclusivo llamado el Vedado.

Entre grandes avenidas divisé la imagen más representativa: el Che Guevara en un edificio de la Plaza de la Revolución. Se notaba su contorno y su luminosidad, junto a su frase: hasta la victoria siempre. Pero por una extraña razón yo no estaba tranquilo, quizá quería llegar luego al hotel y descansar. El transitar por la ciudad ocurrió en la mañana siguiente, cuando después de un rápido desayuno me dirigí a la Universidad de la Habana que quedaba a pocas cuadras. A riesgo de no repetir detalles innecesarios o comunes de todo viaje voy a sintetizar mi semana en 3 conceptos: la interacción social con el turista, la vida cultural colectiva y la política en disputa.

1. Interacción social con el turista

Aquello lo viví desde la primera hora. Estaba en la escalera de la universidad cuando un joven cubano inicia una conversación sobre la institución y su historia, sobre la residencia que Fidel había construido para los estudiantes más destacados, sobre los avances en materia de derechos sociales y sobre los habanos. Estudiaba geografía y su intención era ser profesor de secundaria. Amablemente me brindó un pequeño tour por las calles aledañas, pasado un rato me pidió si le podía invitar a un trago: el Negrón. Accedí y conversamos. La confianza que yo tenía era excesiva, quizá por la alegría y el entusiasmo por conocer algo nuevo. Después de una media hora vino la cuenta (muy alta) e intuí algo extraño, se vislumbraba un interés de su parte, posiblemente conocía al dueño de ese bar y se quedaba con un porcentaje. Asumí esto último, pero lo que no entendí era que él había “desaparecido” en presencia, es decir, estaba en el mismo lugar, pero ausente ahora de toda conversación, semejante acción me indignó más que el precio de la bebida. Salí rápidamente y tomé un taxi hasta la Habana Vieja (el casco histórico de la ciudad).

Todavía un poco asustado, di unas vueltas por las distintas plazas, una maravilla arquitectónica, un regreso al pasado, era como estar en el Siglo de las Luces de Carpentier. Las pequeñas conexiones entre ellas con pisos de adoquines (muy al estilo español) nos traslada a otra época (siglo XVII-XVIII), solo la gente nos hace volver en sí, a ese presente en donde los edificios antiguos ya gastados persisten en mantenerse en pie; entre balcones ropa tendida, una tabla que funciona como soporte y una bella mulata mirando desde arriba.

Como hacía calor me senté cerca de la Catedral, allí un señor de edad se acercó y me preguntó de dónde venía “de Chile” le respondí, e inmediatamente me habló de mi país, de Allende, de Neruda, de Mistral, etc. Traía un libro de entrevistas de Fidel y me lo regaló, así de la nada. Caminó unos pasos y volvió donde yo estaba, preguntándome “¿Chico, tú no tienes algo de dinero para ayudarme, algunos CUC?”. Mi sorpresa se mezcló con tristeza. En vez de devolverle el libro, saqué mi billetera y le di dinero; quedaba aparentemente bautizado con el famoso asedio al turista que es penalizado por medio de una ley. Desde ese minuto en adelante tomé, a mi pesar, muchas precauciones y no me pude mover libremente como yo quería. La gran mayoría de los cubanos son amistosos, con una sonrisa sincera y una calidez auténtica, sin embargo, no son pocos los que se acercan para venderte lo impensado o sacarte unos pesos a fuerza. Imposible distinguir entre uno y otro, fronteras intersubjetivas que solo la experiencia puede captar.

Esa acción de anteponerse al diálogo, caminar de prisa ante un ofrecimiento comercial y evadir posibles engaños cambia el eje temporal del viaje, en otras palabras, no es el tiempo de la contemplación el que predomina sino el de la atención frente a los estímulos, mismo eje que vivimos en las ciudades capitalistas donde el asalto con violencia emerge desde esquina solitaria o de una avenida transitada ¿qué cambia entonces? En un escenario es la violencia física en sí, en otro lo meramente simbólico, del símbolo nos podemos escapar, rechazamos sus códigos o nos desatendemos del mensaje, en el otro dependemos de factores no tan amigables, quizá más azarosos: la muerte uno de ellos.

Una anécdota de lo anterior me ocurrió en una noche. Estaba cerca del paseo Del Prado y ya se hacía tarde, pero seguí caminando, tomando calles dependiendo de mi intuición, hasta que llegué a un callejón poco iluminado donde al final se veían varios jóvenes reunidos en torno a dos que estaban sentados en el piso. Habrán sido unos 5 tipos altos de contextura atlética. ¿Qué hacer? Ellos me observaron sin prestarme atención. Yo caminé unos pasos y ya en la mitad, nuevamente me miraron, mientras les gritaban a los dos del suelo “¡dale, vamos!”. Mi miedo se hizo latente ¡me van a saltar!, pensé. Estaba cansado, lejos del hotel y completamente solo. Cualquier decisión era una apuesta y ya estaba a pocos metros de ellos, decidí seguir caminando con el corazón apretado, mientras los muchachos nuevamente les decían a los otros dos del suelo “¡Dale, dale!”. Sin embargo, no se movían, al contrario, estaban fijos, clavados en algo. Eso animó mi confianza sobre todo cuando pasé por al lado. ¿Qué estaban haciendo? Pude ver entre los espacios que estaban ¡jugando ajedrez! ¡Increíble! Eso era todo el alboroto: un reñido partido de ajedrez a las 10 de la noche. De las pocas cosas que tengo certeza es que en circunstancias parecidas o quizá en otra ciudad no estaría contando lo sucedido; pasatiempos distintos se viven más al sur del planeta.  

2. Vida cultural colectiva

Recorriendo los rincones de la capital caribeña se aprecia una cultura exterior vital que conjuga la música y los colores. No son solo los lugares representativos como los bares la “Bodeguita del Medio” o “La Floridita” o el famoso callejón de Halem que brilla gracias a sus murales, también son las pequeñas calles entre las distintas plazas donde la venta de artículos, collares y recuerdos están a la orden del día. En las esquinas los músicos cantan la obra inmortal de Carlos Puebla: “Hasta siempre comandante” al mismo tiempo que podemos comer en restaurantes privados llamados paladares. Esa cultura exterior llamativa y propia del centro se mezcla con una cultura íntima, familiar, propicia al descanso y la reflexión. El escenario para que aflore esto último no es otro que el Malecón; columna vertebral que se extiende de punta a punta. Tuve la suerte de recorrerlo en distintas partes del día, incluso en la noche. Cada momento son micromundos y ambientes diferentes: en el día poca gente, algunos jóvenes, en la tarde las familias, los adultos y las cañas de pescar. Anocheciendo la vida bohemia, músicos, artistas, prostitución explícita o indirecta. La mejor parte es el ocaso, cuando el sol se pierde y deviene la nostalgia.

La dialéctica entre la cultura exterior del casco histórico y la interior del Malecón produce la síntesis del ensimismamiento. El ruido del comercio y la calma del mar penetra en la conciencia y plantea en el ser humano un nuevo renacer, un ciclo coincidente con el movimiento de la tierra. La cavilación es sensitiva, caribeña, huele a palmeras, puede durar unos segundos, pero en ese instante pareciera que por estar el hombre compenetrado por el tiempo este se diluye.

Heidegger señalaba que somos finalmente seres temporales, de esa constitución deviene la angustia, pero también la autenticidad que nos permite vernos como realmente somos y no como la colectividad quiere que seamos (el uno). Creo que algo parecido sucede al concluir el día en el malecón: recapitulación de la jornada, movimiento y un nuevo comienzo. No existe un aparentar o una ostentación material, al contrario, es un resumen después del ruido del día, del trabajo agobiante, una desnudez existencial que propicia un retorno.

3. Política y disputa

Hay muchas maneras de definir la política, desde hace siglos coexisten interpretaciones que la definen como la obtención del poder (Weber), como una táctica (Maquiavelo) o como el ideal o virtud esencial de una polis (Aristóteles). Pero una de las que más sentido me hace es la de Hannah Arendt que la entiende como el “ejercicio de la libertad”. Fundamental entonces que un sistema político promueva la pluralidad y se encuentre en constante cuestionamiento.

La política en Cuba tiene el nombre de Revolución, es un largo camino colectivo con aciertos y errores, condicionado sin duda por un bloqueo económico inhumano y una burocracia que paulatinamente se está renovando. Los avances son innegables: educación de calidad en todos los niveles, una salud al servicio de las personas, la promoción de una vida sana y deportiva. Lo que choca con esos derechos sociales son las oportunidades y el horizonte de desarrollo personal. Es común que un taxista tenga título universitario o una camarera con estudios de posgrado. La alta calificación no tiene su correspondencia en la realidad concreta y el salario es bajo, situación que obliga a vivir una austeridad trasversal.

Considerando esto último, el elemento simbólico y el sentido de unidad cobran un gran valor. La figura de Fidel funciona como un ejemplo de consecuencia y una guía hasta espiritual. El camino recorrido y las diversas situaciones límites superadas les dan a los cubanos una fuerza moral inaudita como es el caso del “periodo especial” de los años 90, posterior a la caída de la URSS, cuya hambre y crisis económica azotó la isla. 

Pero no solo somos seres racionales, los afectos también complementan una visión de mundo. La legitimidad va unida a una moral sobre lo que observamos entre nuestros gobernantes y las promesas cumplidas. Recordando las conversaciones de esa semana queda un sentir marcado por sobre otros: la resignación. Los entusiastas y los críticos fueron los menos, inclusos estos últimos solo decían palabras como: “esto no da para más” y seguían su diagnóstico social de las supuestas mentiras del régimen, de los sueños perdidos y la inexistente movilidad social. Los entusiastas, en cambio, valoraban los logros de los Castro, minimizaban los problemas internos, resaltando el sentir colectivo en contra del gigante del norte y su bloqueo que aún se mantiene. Lo que debo constatar es que todos, sin excepción tenían una opinión, es falso creer como tanto alimenta la prensa extranjera que el miedo opera en la isla como censura o autocensura.

La resignación, por otra parte, es un estado afectivo de desplazamiento, es dejar que el curso de la rutina se imponga, instaurar la predominancia de la labor, en desmedro de la acción política que, por su carácter polémico, necesita actualizarse. Son años también de lucha y de sacrificios. Por esto mismo es un balance existencial y una recapitulación de lo vivido, el resignado es un hombre o una mujer de edad adulta que tiene la conciencia de su aporte pero evade cualquier protagonismo en el presente.

La libertad política entonces es similar a nuestras democracias neoliberales: un pequeño sector la ejecuta, mientras que la población se queda como espectadora. En la medida en que el partido único amplíe su perspectiva y se incluyan voces, incluso disidentes, la política tendrá inexorablemente una mejor salud. En el país hay votaciones locales y la participación es alta, el gran desafío es retornar a una épica pasada con proyección de futuro, conciliando la herencia con las necesidades actuales, incluir a la juventud no como masa acrítica sino como fuerza creadora.

En el corazón de la Habana se encuentra el Granma, famoso yate que trajo a fines de 1956 a 82 hombres desde las costas mexicanas de Veracruz, se puede visitar sin problemas y comprobar que su tamaño es pequeño en comparación a su proeza. El bote es quizá la síntesis de la historia reciente, una aventura cuyo destino era insospechado; una construcción que resistió a las inclemencias del tiempo y al movimiento oceánico. Transitó a pura voluntad y consiguió su misión. Sin embargo, ahora es una pieza más entre la dinámica urbana, protegida por vidrios la distancia entre el observador y el Granma aumenta con el paso de los años.

4. El regreso y todos los regresos

Faltaba poco para que llegue el taxi al hotel y solo me quedaban unos 20 CUC. La ciudad para el turista que no tiene contactos puede ser extremadamente cara, los paladares y restoranes no sirven un plato en menos de 15 euros; ideal para el europeo o estadounidense, fatal para el sudamericano que viene con un presupuesto limitado. El regreso al aeropuerto fue calmado, llevaba una maleta con varios libros de literatura y filosofía.

Mientras el avión se dirigía a Chile no pude pensar en todo lo acontecido y descubrí que el “balance total” es una utopía, el sujeto del viaje ya no es el que era, el relato, por ende, está condicionado a posteriori. Sucede en todos los viajes: un ajuste de expectativas, nuevas razones y explicaciones para escapar de la rutina. Lo claro es que La Habana seguía siendo un misterio, solo sus contornos se iluminaban, contornos que solo son el reflejo de una vida humana en el mundo, el reflejo de cualquiera de nosotros en un lugar nuevo.