Crónica «Martes de flores» por Reyna Hernández Haro

 Crónicas del barrio de Mezquitán

Febrero, en Guadalajara, se siente más frío a las 6:00 de la mañana. Cuando la vida empieza a despertar. La gente sale presurosa para tomar el camión hacia el trabajo, las madres preparan el desayuno para que los hijos emprendan camino a la escuela. Entonces, el sol comienza a desperezarse y el abrigo que portamos se vuelve una segunda piel, nos apretamos contra él para no sentirnos desprotegidos. Esas mañanas se convierten en la rutina semanal del invierno tapatío.

Las mañanas en el barrio de Mezquitán, a excepción de los martes, son iguales. Se ve desfilar a estudiantes uniformados por las calles. Las mujeres de algunas casas sacan mesas donde colocan gelatinas, sándwiches y galletas artesanales que acompañan al chocomilk o jugo hecho en el momento. Esa hora es la propicia para ganar unos pesos y ayudar al gasto familiar. En las escuelas cercanas se escuchan los preparativos para honores a la bandera y en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara, los futuros profesionistas cargan un vaso de café para iniciar sus actividades.

En este correr cada vez más cotidiano en las grandes ciudades, a unos metros, se ubica el “Mercado de Mezquitán”. Conocido por los lugareños, los visitantes y todo automovilista que debe sortear las camionetas estacionadas en doble (y quizá triple) fila entre las calles de Federalismo, Mezquitán y José María Vigil, quienes durante las mañanas compran grandes paquetes de flores multicolores, multiformas, multiaromáticas.

El mercado se convierte por las mañanas, muy tempranito, en el punto de encuentro para comerciantes al menudeo y alguna que otra persona enamorada transeúnte por la zona. Los martes, además, se coloca el tianguis de ropa y accesorios. La mañana pasa entre los gritos de los mercaderes, ese “güerita” que se repite sin distinción de color de piel, ese “pásele, pásele” como invitación generosa, aunque no gratuita. Sí, el mercado en martes, es especial. No sólo es ver desfilar los ramos de flores, las coronas de muertos, los arreglos románticos en manos de mujeres y hombres; los martes, toma una fuerza, una vida tan inusual que parece la extensión de otro día.

Dice mi abuelo, que cuando estaba semipoblado el espacio, había muchos mezquites (de ahí el nombre del barrio) y era una zona de paso. Los mercados tienen esa tradición, son lugares donde no se detiene mucho tiempo la gente. Espacios donde lo importante es el comercio, el intercambio de un producto por el valor monetario que socialmente se le asigna.

No resulta ilógico que ese espacio se haya situado en “las afueras” de la ciudad, lo refuerzan la iglesia, el panteón y el parque que se ubica a unos cuantos metros más abajo. Todo ello como un trazo repetido de la urbanización mexicana. En el afuera está todo aquello que conglomera a la gente. Esa posición lo colocó, durante mucho tiempo en el espacio idóneo para la venta de flores, luego se le fue sumando la venta de comida y posteriormente la ropa de importación o segunda vuelta que se vende a bajo precio.

Ahora, esa distinción entre el afuera y el adentro de la ciudad se ha desdibujado, pues el mercado forma parte de la urbe; del centro de la urbe, para ser más específicos. Quienes constantemente transitamos por la zona, sabemos que es martes por este hecho. El tianguis abarca desde Av. de los Maestros hasta José María Vigil. Se hace lento el tráfico hasta la tarde, se ve a la multitud transitando con bolsas y ramilletes de flores. Toca esperar su paso. Toca tener la paciencia para sortear los autos.

Toca estar en medio del tráfico, por Av. Federalismo, observando que de su lado izquierdo se presenta la muerte en la imagen del Panteón y de su lado derecho la vida en la imagen del mercado. Eso es México, de alguna manera, esa dualidad entre Eros y Tanatos, entre la lágrima derramada por el que se va de esta existencia y aquella por la flor recibida. Por un instante, la imagen de unas rosas colocadas bellamente sobre una canasta me hace desearlas. Una se entretiene dejando que la imaginación vuele. A mi paso rumbo a la Universidad, a las 3:45, el mercado comienza a recogerse, a compactarse. Los vendedores de ropa se despiden. Regresa a la venta de flores, a la confección del arreglo para ese ser especial. El tráfico continúa lento, pero avanza. Sé que llegaré a tiempo, a mi clase.

Era martes por la noche, cuando una canasta de rosas rojas me esperaba de regreso a casa.