9:54 a.m., la autopista México-Querétaro luce repleta, los automóviles avanzan a vuelta de rueda, a través de los cristales se puede ver el tedio y desesperación que los vacacionistas sienten por huir de esta ciudad gris llena de humo. No podemos hablar de la Semana Mayor, ésta pasa muy rápido, es viernes ya y habrá que aprovechar lo poco que queda. A mí me da lo mismo salir o no, después de todo la ciudad queda mucho más fresca una vez que la gran mayoría la deja; sería bueno quedarse en ella y disfrutarla libre de la gris contaminación, Sea como sea, después de 3 horas con 17 minutos (más del doble de lo que se haría normalmente) por fin llegué a Tepeji del Río, un pequeño pueblo situado en el estado de Hidalgo, ya en límites con Querétaro.
Comida, es en lo único que pienso, después de saciada el hambre, me dispongo a estudiar el terreno, carezco de autorización Bizbirije, me escabullo jugueteando. Lo más imponente es, sin duda, la iglesia y ex convento de San Francisco de Asís, que data de mediados del siglo XVI; sin embargo, creo que elegí una mala fecha, no puedo ver mucho, tanto el altar como las pinturas están cubiertas por mantos púrpuras, pequeño detalle: es Semana Santa, días de guardar, donde, claro, lo que menos importa es guardar.
No hay mucha gente en el atrio y es que la gran mayoría ha salido al vía crucis. Camino, cuando de pronto escucho un pequeño bullicio, muy discreto pero delatador, me acercó y descubro una fila de carros alegóricos que, dentro de algunas horas participaran en la causa que me llevó hasta Tepeji: su famosa procesión del Silencio. Ésta, que lleva más de medio siglo realizándose tal y como se conoce ahora, recorre la llamada Avenida Principal. Consiste en una romería achitonada, con personas encapuchadas que se asemejan a monjes, cargan un féretro con el Cristo de la Caña y la imagen de La Dolorosa, es decir, la Virgen María. Seguidos de alrededor de 30 carros alegóricos, en los cuales se representan escenas de la vida y la pasión de, ya saben, el Mecías.
Avanzo en la escena. Materiales por todos lados, maderas, pinturas, hombres y mujeres de todas las edades trabajando, comienzo a hacerle a la plática a Lizbeth, de aproximadamente unos 20 años y dice que desde que tiene memoria ha participado, “aquí el pueblo se organiza con meses de anticipación, para las familias es todo un honor hacerse responsables de un carro, entre todos corremos con los gastos, que es alrededor de 3,000 pesos pero lo que más cuesta es estarse quietecito como estatua”. Liz, que la hará de la esposa de Herodes, detalla “vienen y nos sacan en la tele, vienen algunos turistas, principalmente chilangos y hasta muchos aprovechan para poner sus changarros, es también como una fiesta pues hasta viene la feria”.
Son las 4:30 p. m., y parece que todo está listo, ahora es momento de ponerse los atuendos, el maquillaje y, claro, de ir a comer algún antojito. Tal y como lo dijo Lizbeth, parece una fiesta, el Jardín —nombre de la plaza— está lleno de puestos, en su mayoría de comida, recuerdos y artesanías, la feria aún no funciona y, a pesar de que no hay música, la gente parece emocionada por la procesión. Doy unas cuantas vueltas y me sorprende lo colorido que es Tepeji y los muchos chilangos que, como yo, decidieron pasar su Viernes Santo ahí. Son las 7:00 p.m., y lo mejor será ir a la Avenida Principal a apartar un buen lugar y así ver bien la procesión, la cual en realidad comienza al filo de las 9:00 p.m.
Las luces se apagan, todo es oscuridad, y el ambiente se torna solemne, a lo lejos, los encapuchados se dirigen con la urna del Santo Entierro, visten hábitos como de monjes. Sus capuchas púrpuras con cruces rojas al frente indican el anonimato de la penitencia que realizan, por lo que pude escuchar decir a una anciana que estaba a mi lado, se da paso a la imagen de la Dolorosa, más que verse se siente la solemnidad. Después viene lo más esperado: los carros, es impresionante el cuidado con que fueron realizadas las escenografías pero lo es mucho más la caracterización de los actores improvisados, que en verdad perecen cuadros, ni siquiera se atreven a parpadeen, hay varias escenificaciones, desde el niño Dios en el pesebre hasta el pasaje de los olivos. Por cierto, nunca pude reconocer a Lizbeth, Herodes estaba rodeado de muchas acompañantes.
Después de más de dos horas, la procesión termina, las luces han vuelto. Los visitantes aprovechan para pasear por el Jardín o subirse a la feria, los habitantes parecen satisfechos y complacidos, todo ha salido bien y pueden parpadear sin preocuparse. Es casi ya medianoche y más que querer andar paseando por la plaza o aprovechar del aire fresco y azul, lo único que quiero es dormir. Tengo 10 años y mi fe no tarda en expirar.