Confusión: odio y política

Imagen de portada: Homo homini lupus est de Ryohei Hase.

 

A once días de las elecciones en el Estado de México, en las que salió “victorioso” Alfredo del Mazo, me puse a reflexionar sobre el contexto socio-político que vivimos actualmente y en ciertos personajes que lo conforman. Y concluí, spoiler alert: estamos jodidos. Puede que esa conclusión no sea nueva, pero veamos porqué he llegado a tales conclusiones.

Estuve reflexionando sobre todo la figura de Andrés Manuel López Obrador –quien es el principal “opositor” del sistema de gobernación actual– y en cómo tiemblan, aquellos a los que se les “opone”, con el sólo hecho de pensar en que el tabasqueño logre llegar a la presidencia en 2018.

En días pasados leí las últimas columnas que Fernando García escribió para el Financiero, y concuerdo con él en varias cuestiones –como en lo que representa Obrador o lo que sostiene sobre la política del resentimiento– aunque existen, por supuesto, importantes diferencias.

En su artículo Resentimiento y poder, García afirma que López Obrador es un populista, y que lo peligroso de ello radica en que el populismo –en cuanto corriente política– se sirve del resentimiento y la ira –u odio– de la gente para poder alcanzar el máximo poder; o bien el máximo cargo al que un político podría aspirar: la presidencia. Hasta aquí, estoy de acuerdo.

Más adelante bien apunta que, no porque Le Pen en Francia, Geert Wilders en Holanda o la pobre actuación de Trump como presidente de los Estados Unidos, se debe concluir que el populismo o “los populistas” estén derrotados, pues las causas que les dieron origen siguen ahí. Causas que, según García, no son ni la impunidad, ni la inseguridad, ni la injuticia, etc., sino el resentimiento en cuanto tal. Aquí ya no estoy de acuerdo.

Desde mi punto de vista, las causas que hicieron que surgiera el populismo, son la desigualdad, la injuisticia, la crisis económica, la corrupción, la impunidad, etc. Es decir, el odio no surge porque sí: ex nihilo nihil fit. Al odio siempre hay algo que lo detona, algo que lo alimenta y algo que lo acrecienta.

En México, por ejemplo, al menos –repito– al menos la mitad del éxito de la estrategia política y del discurso de López Obrador entre la población, se debe a lo mal que han hecho su trabajo los gobernantes actuales y precedentes. Esto es, considero que es gracias al mal gobierno que ha imperado en México hasta el momento que, no sólo la gente fue, ahora sí: engendrando y conteniendo y acumulando odio; sino que también, con ello, ellos mismos –“la mafia del poder”, si quieren ustedes– dieron origen a personajes como el presidente de MORENA.

No es que tenga algo en contra de Obrador, pero me parece que hay que guardar distancia y tratar de ver con la mayor claridad posible. Líneas arriba entrecomillé la palabra opositor refiriéndome precisamente a la figura del político; y lo hice porque, si aceptamos el párrafo anterior, el llamado también “Peje”, no sería lo opuesto del sistema, sino su engendro.

Recordando otra columna de Fernando García –El corazón de las tinieblas políticas– en la que comenta el magnífico, pero tremendamente escalofriante largometraje Get me Roger Stone (Netflix, 2017), podemos traer a cuento una de las reglas del mismísimo asesor y político estadunidense Roger Stone: “El odio es un motivador más poderoso que el amor”. Y estoy de acuerdo.

Ya desde antes de comenzar mis estudios filosóficos en la universidad, tenía complejas dudas y me hacía arduos cuestionamientos acerca de la manera en que nos conducimos los seres humanos dentro de una sociedad. Pero fue hasta concluir mi formación como filósofo que pude verlo con mejor claridad. Sí, a los seres humanos lo que verdaderamente los une: es el odio y el dolor.

Es de ese odio, o de ese dolor, del cual los políticos se aprovechan para lograr su cometido. Esto es, antes de que apareciera Trump con sus comentarios despectivos sobre México, nadie daba un peso por nadie, pero nada más al magnate estadounidense abrió la boca, de repente surgió en el país un efervescente, pero superficial, sentimiento patriótico.

Por eso son tan importantes y atemorizantes los personajes como Roger Stone, ya que, como bien apunta García: “Él entiende mejor que nadie que la democracia es el proceso de atraer a la mayoría”. Mas, la mayoría no siempre es la más brillante, ni la más capaz, ni la más docta; y aunque lo fuera, eso no implica que los que constituyen dicha mayoría sean necesariamente los más sabios o los más responsables, moral y socialmente hablando.

En una entrevista que le hicieron al filósofo argelino Jacques Rancière para el periódico el diario.es, en la que hablaba sobre el modo en que los Estados manejan a su conveniencia los temas –problemas– que aquejan hoy al mundo, como el terrorismo y la inmigración, dijo: “Si los crímenes hay que tratarlos por la vía policial, el odio hay que tratarlo por la vía política”. Pero, ¿qué pasa cuando el odio y la política se con-funden?