Para mirarla y sostener la intensidad sin destruirla. La poesía desaparece con usura y cuando se pierde el interés en cultivarla. Y se confunde con otras cosas cuando se quiere equiparar sus intereses con los del mercado. El subsidio público cubre esta diferencia: las instituciones de cultura mantienen una oferta de servicios –como la promoción de la poesía– fuera del mercado o inaccesibles para quien pudiera interesarse en ellos. Entonces conviene distinguir entre los intereses del mercado, los institucionales y los de la poesía.
Los festejos por los 50 años del Premio Aguascalientes Bellas Artes de Poesía celebran medio siglo de vida –con diferente nombre en varias épocas– de uno de los certámenes de mayor prestigio en nuestra lengua, sostenido por dos instituciones oficiales: INBA e ICA. La burocracia cultural se congratula por haber alcanzado una duración tan simbólicamente significativa promoviendo la poesía del mismo: con un concurso donde hay un solo ganador.
Las instituciones, sobre todo el ICA, celebran el éxito de su fórmula para promover la poesía. Invitan a poetas y estudiosos para que hablen de la importancia del premio. Como cada año desde hace tiempo, la ciudad recibe a un grupo de autores con prestigio nacional que conviven por unos días con autores locales, en un programa que culmina con la ceremonia de premiación, este año al Libro centroamericano de los muertos, de Balam Rodrigo.
En efecto, las instituciones seleccionan tanto al jurado calificador como a los invitados y gestionan la edición de la obra ganadora y el dinero que se entrega al autor. El medio para promover la poesía se convierte en un fin en sí mismo. De ahí la importancia de los jurados en este y en todos los concursos poéticos. Para las instituciones el premio se vuelve un fin en sí mismo que las justifica; para los poetas del jurado, el fin se encuentra en la poesía y defienden los intereses de la poesía ejerciendo el criterio de la mejor obra entre cientos que concursan.
Sin embargo, en ocasiones algunos jurados han lamentado que deban nombrar un ganador, pues suelen participar libros muy buenos, que después pueden correr cualquier suerte, pero –a menos que algún autor vuelva a enviarlo– pierden la oportunidad de aparecer en la lista de ganadores. Muchos consideran definitiva la consagración obtenida por aparecer en ese grupo.
El poeta y editor Luis Armenta Malpica, ganador y luego descalificado, anota en su semblanza: “ex premio Aguascalientes de poesía”. Los jurados calificaron su libro como el mejor de los participantes; un funcionario descubrió que el mismo libro había obtenido un premio en Mazatlán, como también consta en la semblanza. Hay calidad, como lo sabe quien haya leído a este autor, pero se violan las bases del concurso.
También ha ocurrido lo contrario: el jurado declara desierto el premio por falta de calidad y decide entregar el dinero a un poeta que no haya concursado, por su trayectoria, por amistad, porque está en quiebra. Se trata de facultades otorgadas por las bases del concurso, establecidas a su vez por las instituciones organizadoras, que así ejercen su cuota de poder simbólico para consagrar obras y autores.
Considerada como la única práctica verbal ajena al mercado, la poesía proporciona un excelente pretexto para justificar el reemplazo de ese “defecto” con el subsidio público. Y abre la puerta a los intereses de grupos de poder simbólico, formados por escritores. Pero la visión elitista, sustento del premio único e indivisible, ya no parece satisfacer las expectativas de muchos poetas. Y parece difícil reemplazar el modelo exclusivista vigente por otro que permita reconocer la diversidad de expresiones de lo que podemos considerar la mejor poesía, según los expertos. Finalmente, el tiempo tiene la última palabra.