Como una canción

Lo vi por primera vez en la tele, en un programa patrocinado por una casa de vinos, cantando canciones diferentes de las que mis cortos años habían escuchado. Poco después, ya en la secundaria, se hablaba de canciones “con mensaje”. Como si pudieran dejar de tenerlo y para distinguirlas de las básicamente comerciales. También quienes las escuchaban se sentían diferentes de las generaciones previas; se cubrían con camisetas del Che y ponchos; algunos tocaban quenas o charangos y unos cuantos apoyaban la revolución cubana.

Pero esos asuntos no le interesaban por el momento al adolescente que prefería escuchar a Credence Clearwater Revival, Led Zeppelin, Bread o America. En el valle del Yaqui solo se conocía lo que transmitían la radio y la tele y lo que se encontraba hurgando en las tiendas de discos. Para ver un espectáculo en vivo se debía viajar a Guadalajara, la capital federal o de plano al otro lado; o esperar la llegada de la Caravana Corona. Y aunque desde que terminé la primaria trabajé durante las vacaciones, entregaba a mi madre lo que me pagaban; cuando pude guardar dinero para mí compré mis últimos juguetes y mis primeros libros. 

Un día mi hermano mayor llegó con un LP, lo sacó de su funda, lo puso cuidadosamente en el tocadiscos y desde entonces no ha dejado de escucharlo. Y Joan Manuel Serrat pasó a formar parte de mi familia. Mi hermano ha completado su colección de discos y reunido algunos libros sobre él. Durante medio siglo lo hemos grabado en cintas, discos compactos y usb, para tenerlo disponible en todo momento y en cualquier lugar.

Cuando salí de mi tierra para estudiar en Aguascalientes, mi madre me regaló una reproductora en la que escuchaba una y otra vez las cintas donde grababa los discos de mi hermano, sin importar que terminaran a media canción. Más tarde adquirí un tocadiscos y mis primeros acetatos. Entre mis amigos universitarios e integrantes del taller literario de la Casa de la Cultura encontré una pequeña comunidad de admiradores del cantautor catalán, como el arquitecto José Luis García Ruvalcaba y el poeta Eudoro Fonseca Yerena, pero también conocí gente que lo rechazaba.

Curiosamente, se trataba de un admirador de la música folclórica latinoamericana, que prefería a Inti Illimani y Violeta Parra. Otro amigo resentía el llamado trauma de la conquista; odiaba el ceceo de los peninsulares, recordaba constantemente la guerra chichimeca y escuchaba rock progresivo y jazz. En mayor o menor medida, todos escuchábamos la llamada música clásica, de Bach y Beethoven a Orff y Satie. Y yo me nutría impunemente en ese batidillo musical. 

Tuve un autógrafo de Serrat en Para piel de manzana, el primero álbum suyo en mi colección. Me lo firmó al terminar un concierto que dio en Aguascalientes, en el Auditorio Morelos, una cancha de basquetbol techada y con pésima acústica. Cuando ya salía del lugar, una pequeña multitud entre la que iba José Luis con varios discos lo asedió pidiendo autógrafos; le entregué mío para que lo firmara junto con los suyos. 

Al día siguiente, un grupo entre los que iban José Luis y Eudoro llegamos al hotel Francia, donde se hospedaba el artista. Esperamos un buen rato a que bajara para platicar un rato con él en el loby, antes de que lo llevaran a comer, junto con sus músicos. Durante los pocos minutos que duró el encuentro escuchamos a Eudoro y él hablar de futbol, de lecturas, de cómo se sentía en México. Apenas hablamos y al final se repitió la firma de autógrafos. 

Desafortunadamente, en una visita a mi tierra le regalé el disco autografiado a una muchacha que me gustaba, a la que en la siguiente visita encontré comprometida con el tío de un amigo. Me dolió más perder el disco que a ella.

Pasó el tiempo y seguí perdiendo mujeres y discos; los dejaba junto con algunos libros en sus casas cuando partía con lo imprescindible, entre lo que siempre hubo algo de Serrat. Por mi hermano o ciertos amigos me enteraba de que había aparecido un nuevo álbum y así me mantenía actualizado, escuchando copias que la tecnología hacía cada vez más fáciles, mientras conseguía los álbumes originales.

Estar actualizado significa tomar nota de novedades y persistencias, no solo en las nuevas canciones, sino en uno mismo. La antigua etiqueta “con mensaje” aludía a que estas canciones propician la introspección, porque expresan maneras de sentir la realidad desde un punto de vista crítico, que rebasa las clasificaciones ideológicas o artísticas convencionales.

Aunque ya anda en su última gira, durante 57 años Joan Manuel Serrat ha enriquecido la realidad construyendo sueños y deseos como parte de ella ─tal vez la más importante─, con algo tan frágil y ligero como una canción. Felizmente, seguirá componiendo.