Como un oscuro periodo

Para los jóvenes interesados en las actividades artísticas, cada vez resulta más claro que hacer arte no está reñido con hacer negocios, aunque se trate de tareas profundamente irreconciliables. El artista y el empresario se buscan y se repelen mutuamente, movidos por las exigencias y posibilidades de su modo de ver y estar en el mundo, estableciendo entre sí complejas relaciones de mutuo beneficio. Y una dualidad basada en la búsqueda de la independencia y la libertad por vías distintas.

Esta dualidad nace en las diferencias entre uno y otro, pero también en las que desgarran a cada uno de ellos: ambos se someten a estrictas reglas sancionadas por tradiciones y dicen hacerlo en nombre de sendas libertades. De creación y de empresa, siempre para hacer lo que les dé la gana, en términos generales. Apegándose a algunas de las convenciones más arraigadas, que insertan a las disciplinas artísticas en una tradición prestigiada y ponen las prácticas contables al servicio del beneficio económico.

Hay entre artistas y emprendedores semejanzas y diferencias evidentes. Sin embargo, estos productores de valores antitéticos en ámbitos separados por sus fines y sus medios tienen en común estar bajo la condena oficial de todo lo que suene a independencia de criterio, considerada por la Presidencia como un privilegio que los corruptos conservadores defienden a muerte. Debe añadirse el rasgo de la juventud que quiere construir el futuro con realidades.

La excomunión se extiende a los académicos y periodistas denigrados, a las mujeres asesinadas en todo el país y a las víctimas del fracasado sistema de salud, a las de la violencia impune y a las de la política que decide cómo se ejerce el gasto público. Unos por fomentar la libertad de pensamiento al ejercer la libertad de expresión. Otros por exigir a las autoridades que cumplan sus objetivos. Sus errores le vienen al régimen como anillo al dedo: ávido de enemigos, descalifica a quien cuestione las geniales ideas oficiales. La carencia de argumentos lleva al aún líder a justificar su toma de decisiones creyéndose un intérprete de la voluntad popular. En lugar de conciliar propuestas, exalta la discordia y lleva al enfrentamiento, sin más resultado que la prolongación y la reproducción de los conflictos. 

Y si el inocente lector se cree a salvo de la ira presidencial, diga dónde estaba su independencia de criterio cuando los neoliberales saqueaban al país; confiese su perversión y prometa portarse bien. He aquí la revolución de las conciencias a todo vapor, impulsada con ideas fósiles, intenciones indudablemente buenas y mucha fe en las promesas que queremos escuchar. Aunque nadie sepa cómo hacer realidad esas generosas palabras. Destruidas las instituciones que mediaban entre el gobierno y los grupos de población afectados por las políticas equivocadas, la calidad de vida resulta seriamente afectada por los servicios que se dejan de recibir. 

Mientras tanto, además de entregar algo dirigido a los sentidos, artistas y empresarios trabajan con algo tan peligroso como la imaginación, imprescindible para darle un significado a lo que podemos percibir físicamente. Estos subversivos sujetos producen cosas intangibles. Uno apela a la capacidad humana para la libertad; el otro, a la necesidad que nos obliga a recurrir a los demás para obtener lo que solos no alcanzamos. Necesidad y libertad, extremos de la condición humana en busca de un centro, la conciencia de tenerlas. Y preguntarnos para qué, confirmando nuestras mayores contradicciones. Podemos sufrirlas o gozarlas, celebrar o maldecir el día de nuestro nacimiento, pero no negarlas.

Limitaciones y formulismos forman parte de cualquier arte; tampoco se podrían hacer negocios sin ellos; pero insistimos en romperlos en nombre de una evolución hacia formas y límites nuevos. Las fórmulas y las fronteras están presentes en el artista o empresario, tanto como en quien recibe la obra artística y el bien o servicio; de otro modo se trataría de un enorme malentendido o una locura. Sin público no hay espectáculo, sin lectores no tiene sentido hablar de libros y sin compradores la mercancía se devalúa; el arte sin receptores pierde su aura y los negocios sin mercado su atractivo.

El aura del arte expresa la individualidad de cada obra, producto de un largo cultivo de la transgresión de las reglas, porque eso se espera del artista. Cultiva el mito de la genialidad al convertir su heterodoxia en una nueva ortodoxia. El genio que impone sus reglas. El que arriesga su prestigio, a falta del capital que el emprendedor se juega y toma como medida real de su éxito.

Imaginar un mundo diferente y darle una forma artística no forma parte de las actividades esenciales de este y muchos países. Y quienes desean de ganar dinero cometen aquí un horrible pecado. Pero unos y otros perdurarán fortalecidos cuando este tiempo se vea como un oscuro periodo superado.