Cobrar y salir a la calle

Una poderosa corriente global conduce los oficios hacia la profesionalización. Datos estadísticos confirman la fuerza de esta tendencia, impulsada por la búsqueda del beneficio económico y con consecuencias en la dimensión simbólica de la escritura. En la sociedad del conocimiento, un(a) escritor(a) profesional puede o debería poder escribir sobre cualquier cosa, en más de un idioma. 

Quienes se montan en su impulso obtienen beneficios económicos y simbólicos. Ingresos y reconocimiento entre los empleadores de escritores que recomiendan a quienes consideran los mejores. Los contratan para tareas específicas como redactar artículos, traducir documentos, revisar tesis.

Desde luego, casi todo en línea, a través de una página personal o de plataformas especialmente diseñadas para escritores. También hay clientes locales que pueden contactar directamente al corrector de estilo o redactor del texto que necesitan. Para los escritores, la profesionalización representa el reto de desarrollar al máximo su dominio del oficio, en respuesta a las demandas de un mercado creciente.

Hace tiempo, convencido de estas ideas, decidí inscribirme en un sitio donde se publicaban ofertas de trabajos para escritores. Tenía y sigo teniendo clientes locales, que me buscan para revisar o redactar textos, lo cual me reservaba algunas sorpresas. Sin embargo, quería mejorar mis ingresos. Así que después de un breve entrenamiento empecé a aplicar en varias ofertas.

Había una competencia feroz. Tras varios intentos fallidos llegó el primer encargo: un artículo sobre los beneficios de la meditación. No recuerdo cuánto me pagaron, pero empecé a sentir lo desproporcionado del esfuerzo ante lo obtenido. Sin embargo, seguí aplicando y conseguí la redacción de un artículo sobre corales y esponjas marinas. De nuevo me pareció que no conseguía lo suficiente.

Para entonces un cliente local me encargó la revisión de un libro. Para descansar, aplicaba en las ofertas que me interesaban, pero no conseguí una aceptación hasta que estuve a punto de terminar la revisión. Se trataba de un relato con ciertas características, como estar basado en hechos históricos, incluir una historia de amor y fenómenos paranormales. Una tarea escolar.

Como canta Sabina, no debería decirlo y sin embargo me convertí en un escritor fantasma o negro literario, pero eso quería. Cobraría por partes, según entregara los capítulos de la obra; fijamos un calendario. Ahora sentía que me pagaban por divertirme. Disfruté trenzando historias de personajes fuertes, violentos y crueles. Supe que podía escribir un relato y comencé uno. Pero lo suspendí porque llegaron otros encargos de clientes locales que me mantuvieron ocupado. Ya no volví a aplicar en las ofertas de trabajo. Sentí que había encontrado lo que buscaba, aunque no sabía qué estaba buscando hasta que lo encontré.

La certeza de hacer bien un trabajo especial y la sensación de haber saneado lo que los encargos anteriores habían dejado atorado por ahí. Con el cosquilleo de cometer una travesura.

Más recientemente hubo un caso parecido, pero para redactar un ensayo académico; otro trabajo escolar. Este segundo estudiante fraudulento me contactó por un anuncio que puse en Facebook. Me aseguró que quedó satisfecho, pero no ha vuelto a buscarme, lo cual me da cierto alivio.

La plataforma de los escritores quedó en el olvido. Después supe que dejó de funcionar y algunos miembros formaron un grupo donde intercambian experiencias, fotos y saludos. Luego llegó la pandemia y con ella el confinamiento. Los escritores lo afrontamos con cierta naturalidad, como que estamos acostumbrados a trabajar de esa manera; en cambio extrañamos el café y la cantina.

Después diferentes clientes en diferentes momentos me pidieron otros trabajos de revisión. Recuerdo en particular dos tesis. En ambas había problemas de redacción, en la construcción de las referencias y en las citas. Pero la autora de la primera tesis respondía pronto los mensajes que enviaba cuando tenía dudas y pagaba en cuanto recibía los adelantos del trabajo. En cambio, la segunda demoraba en responder y de manera incompleta, hasta que dejó de pagar. Estaba por abandonar el trabajo, pues se acercaba la fecha que habíamos acordado para la entrega, cuando recibí una llamada suya. Quería publicar el texto como un adelanto de tesis, en forma de artículo para una revista especializada.

El inesperado cambio de jugada y la escasez de tiempo para hacerlo me impidieron entregar el artículo completo. El adelanto de tesis quedó en adelanto de artículo; desde luego, la autora no terminó de pagar. En contraste, la autora de la primera tesis me envió hace poco un mensaje diciéndome que había recibido mención honorífica por su trabajo.

Uno de los encargos más recientes consistió en revisar un libro de poemas. Unos con versos medidos y rima; otros en verso libre y otros como prosa poética. La sordera del autor me convenció de que hay cosas que no se pueden enseñar. Lo revisé, cobré y salí a la calle.