Las películas de Hollywood, en los últimos 20 o 30 años,
están hechas mayormente por abogados y agentes.
Jean-Luc Godard
A lo largo de la historia muchos críticos e intelectuales han entendido al arte como un espejo a través del cual podemos ver reflejada la situación social, política y cultural de cualquier país. Sin embargo, en el caso específico del cine podríamos afirmar que aquel “espejo” crece y se agiganta para mostrarnos más bella, terrible y claramente nuestra condición humana.
Esto se debe a la peculiar relación que el cine guarda con la realidad, pues, tanto el cine –en tanto creación artística– como la realidad, son una fuente inagotable de sentidos y de significaciones. Y si bien es cierto que la realidad es para el cine su materia prima; el cine para la realidad es, al mismo tiempo y bajo la misma condición, el “alimento” que la nutre y la reinventa.
Ahora bien, cuando hablamos específicamente del vínculo que existe entre el cine y la situación política de un cierto país, aquella relación del quehacer cinematográfico con la realidad da un giro muy particular.
Poco después de su nacimiento, desde principios del siglo XX, el quehacer cinematográfico ha sido forzado a adoptar ciertas ideologías que no corresponden necesariamente con las ideologías populares, aunque hay que decir que no está negada esa posibilidad. Quiero decir es que, casi inmediatamente después de su aparición, la misma industria cinematográfica ha sometido –o intentado someter– al cine –y al arte en general– a ciertas políticas de orden, principalmente, económico o, si se prefiere, de rentabilidad.
Ahora, esto no quiere decir que no se realizaran filmes fuera de esos límites ideológico-económicos –volveremos a ello más adelante, cuando abordemos la idea del cine insurreccional–. Lo anterior se debe claramente al sinfín de recursos expresivos con los que cuenta el también llamado “arte de lo real” y al contexto en el que estaba situado.
Es bien sabido que el siglo XX es recordado mayoritariamente por el gran número de conflictos bélicos y políticos que se dieron a lo largo del mismo; me refiero, por supuesto: a las 1ª y 2ª Guerras Mundiales, a las dictaduras militares que hicieron temblar a toda América Latina, a la Revolución Cubana y las guerrillas, a Vietnam, a la Guerra Fría, al mayo francés, etc. Incluso podríamos decir que el cine, o el cine político propiamente dicho, encuentran su origen en los primeros 20 años de ese siglo, con el advenimiento de la 1ª Guerra Mundial.
Frente a esto, era de esperarse que el cine comenzara a hacer uso de todos esos acontecimientos políticos para, de esta manera, empezar a mostrar en la pantalla grande, ya no sólo la realidad tal cual es, sino también como es que ésta podría o debería ser. Mas no sin antes superar algunas dificultades. El cine político, en la medida en que era un nuevo “género”, tenía que ver la forma de abrirse paso en la industria cinematográfica y, claro está, hacerse de un público.
Como bien apunta Zimmer: “el hecho de que el ‘film político’ esté lejos de competir con el ‘de amor’ o el ‘cómico’ [es que] éste representa en efecto una evolución indiscutible en las costumbres del público –e incluso en la opinión general–, un cambio significativo en su manera de concebir las relaciones del arte y el compromiso, de la diversión y su posibles efectos sobre la mentalidad colectiva, y en su forma de mirar la realidad”.[i]
En consecuencia, podemos sostener la idea de que el cine político tiene como principal “enemigo” a vencer a la conocida “religión del espectáculo”, ya que si éste busca reflejar en la pantalla ciertos eventos, situaciones o personajes con el objetivo de trastocar el pensamiento de una sociedad determinada, corre el riesgo en todo momento de ser desplazado por la industria de la diversión y del entretenimiento.
Esto es así, porque para la industria: “todo es un espectáculo, o puede serlo”.[ii] Pero no solamente, lo que más le dificulta el camino al cine político dentro de la industria, no radica –aunque si en buena parte– en las cruentas negociaciones con las casas productoras, sino más bien en que éstas están ligadas, en muchas ocasiones, con las políticas e ideologías del gobierno en turno.
Anteriormente dijimos que este nuevo cine había dado un vuelco a la manera en que representaba la realidad, ya que éste había dejado de ser un arte de mera representación –como sí lo había sido el realismo cinematográfico– para convertirse en un arte que cuestiona, insinúa, prevé, incide, en una palabra: revoluciona.
Esta es una de las características del cine político, éste tiende a ir más allá de los límites, de ir más allá de lo dictado y prestablecido. Este es un tipo de cine que constantemente reflexiona sobre sí mismo y su contexto, sobre el momento histórico en el que está parado; es un cine que está volcado y comprometido con la sociedad que lo acoge y que le da sentido.
[i] Zimmer, Christian, Cine y Política, España, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1976. pág. 13. Se agregaron corchetes.
[ii] Ibíd. pág. 14.