Charlando con un zin

Mirar al futuro. Mirar al pasado. Ayer, paseando por el campo, me encontré con un zin. ¿En qué época te hubiera gustado vivir?, me preguntó. No le contesté. Me quedé mirándolo. Diciéndome: No parece malo. Allí estábamos los dos, mirándonos tranquilamente. Mientras el sol se ponía.

¿Cómo te llamas?, le pregunté. Se rió. Como soy un zin, no necesito nombre, replicó. ¿Y cómo he de llamarte, entonces? Zin, llámame Zin. No sabía, no sé lo que es un zin, pero llamar a alguien por el nombre de su especie no me parecía lo ideal.

¿Y qué pasa si un día me encuentro con otro zin? ¿Cómo lo llamaré? Volvió a reírse. Eso es muy improbable, observó. La mayoría de los humanos jamás se encuentran con un zin. Pues para que el encuentro se produzca el humano debe estar solo y receptivo en un lugar apartado.

Lo que Zin decía tenía sentido. Recordé su primera pregunta: ¿En qué época te hubiera gustado vivir? Una pregunta difícil. ¿Acaso iba a concederme un deseo? ¿Vas a concederme un deseo?, le pregunté.

Se río una vez más. Un zin no concede deseos, susurró. Además, ¿qué es un deseo? Y sin darme tiempo a contestar, añadió: Un deseo no es nada. Tal vez un obstáculo. ¿Eres un humano relleno de deseos?

Zin empezaba a desvanecerse. ¿Qué te pasa? Estás desapareciendo. Es normal, no te preocupes, aparecemos nueve minutos antes de que se ponga el sol y desaparecemos nueve minutos después de que se haya puesto. Tú vives veinticuatro horas cada día y nosotros dieciocho minutos.

¿Te veré mañana? Sonrió. Una sonrisa que se deshacía. ¿En qué época te hubiera gustado vivir?, volvió a preguntarme. Meneé la cabeza. Resoplé. Menuda preguntita. ¿Tengo que decir un año o un siglo? No me contestó. Siguió sonriendo, con esa sonrisa que el crepúsculo desbarataba mágicamente.

Supe que tenía que decidirme. Elegir una época. Pensé en la Edad de Piedra. Demasiado dura. Pensé en la Edad Media. Demasiado supersticiosa. Pensé en el Renacimiento. Demasiado sofisticado. Pensé el siglo XXII. Demasiado incierto. 

Ya lo tengo: me gustaría vivir mañana, elijo el día de mañana.

Muy bien, humano, nos veremos entonces mañana nueve minutos antes de que se ponga el sol.

¿Me estás concediendo un deseo?

No, te estoy concediendo una cita.