Después del ex líder del cártel de Juárez, Amado Carrillo Fuentes, sobre la violentísima figura del colombiano Pablo Emilio Escobar Gaviria y muy por encima de la mítica figura del capo italoamericano Al Capone, el mundo no ha gestado un narcotraficante de un perfil tan bajo pero inmensamente mediático a nivel internacional como la figura del sinaloense, ahora preso en el Centro Federal de Readaptación Social número 9, Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, mejor conocido como El Chapo.
Como un regalo por el día del amor y la amistad, el 14 de febrero de 2013, la Comisión Anticrimen de Chicago –en sustitución de Al Capone– y la Administración para el Control de las Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) nombraron al Chapo como el enemigo público número uno de los Estados Unidos, y tal presea incluía un enamorador halago: Capone, ex traficante de alcohol ilegal, quien aprovechó la prohibición de la Ley seca, era ante Guzmán Loera un simple aficionado.
El mito, la leyenda del narcotráfico mexicano, el rey del hampa y director de la empresa criminal más poderosa del mundo, conocida como el cártel de Sinaloa, recibía el enorme galardón y reconocimiento por su trayectoria ya, entonces, de doce años como prófugo de la justicia internacional. El Nobel de los traficantes caía en las manos del señor de La Tuna, ranchería de Badiraguato. La fuerza corruptora del Chapo fue reconocida por los organismos de seguridad mundiales y el capo de capos, estaba próximo a jubilarse.
Después de su fuga del penal de máxima seguridad de Puente Grande, el 19 de enero de 2001, al Chapo se le recapturó la madrugada del sábado 22 de febrero de 2014 por elementos de la DEA y miembros de élite de la Marina mexicana en el conjunto departamental Torre Miramar, ubicado en Mazatlán, Sinaloa.
El máximo administrador del terror en México perdía su cetro ante Chicago para recuperarlo después, en su segunda fuga de otro penal de máxima seguridad en México donde se esfumó por un túnel del penal de Almoloya de Juárez, ubicado en el Estado de México, la noche del 11 de julio de 2015.
Sin embargo, después de seis meses a salto de mata en la sierra sinaloense, el Chapo Guzmán fue recapturado el 8 de enero de este año en la ciudad de Los mochis, en el municipio de Ahome, Sinaloa.
Muchos han visto al capo de capos en alguna parte, hay historias donde cerraba restaurantes exclusivos, sus sicarios solicitaban los celulares de los comensales y al final el Chapo, después de presentarse sicóticamente con la más profunda humildad con cada persona, pagaba la cuenta de todos.
Otros aseguran falsos parentescos, conocemos fotografías de sus encierros, capturas, aventuras con rifles de asalto en la montaña, un video donde concede una entrevista exclusiva al actor estadounidense Sean Penn y la cual fue comprada por la revista Rolling Stone.
El Chapo se nos presenta como un juego de espejos hiperinvisibles, con noticias impactantes de su clandestinidad, con escapes de película ya sea desde la cárcel o en el norte de México con cuatrimotos. Sí, los medios de información hemos errado con la cándida creación de un mito criminal alrededor de un ex campesino.
El apodo del líder más mediático del cártel de Sinaloa ofrece 5 millones 160 mil resultados en el buscador de Google; en el de Yahoo! 586 mil; Bing cuenta con un millón 920 mil resultados. Entre noticias y chismes, corridos de idolatría desmesurada y pancartas con amenazas de grupos delictivos enemigos, el Chapo se mueve en internet como un fantasma de quien todos tienen alguna noticia.
No pretendo de ninguna forma el abono a la supermitificación del Chapo Guzmán pero sí su explicación como símbolo mediático y la exigencia, si es posible, de su pronta extradición a los Estados Unidos, pues también él y el cártel de Sinaloa son culpables de los más de 365 mil muertos y los arriba de 26 mil 384 desaparecidos durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa y el ochenta por ciento del de Enrique Peña Nieto.
Así celebramos el Día de muertos en nuestro país: basta la mitificación de quienes nos asesinan y desaparecen a cada hora.