A Alma
Y pensar que a algunos diario los levanta ese vicio a la esperanza. Esperanza de que todo va a salir bien; de que un milagro les evite el esfuerzo; de que algo bueno les suceda. Esperanza de no tener que molestarse en correr detrás del autobús para llegar temprano o de inventar una excusa porque de tanto cansancio no te levantaste. Esperanza de que no llueva si se ve una nube; de que llueva si no pasa nada. Esperanza de no estar esperando cualquier cosa.
¡Maldita necesidad de esperar! Esperando a que pase algo en la vida y lo único que pasa es la vida; con el rostro de la familia, en forma de abrazo, del color de las hojas secas acumuladas afuera de la casa, porque no te has levantado por estar esperando a que puedas hacer las cosas; vestirte como te dijeron que debes de vestirte, comportarte como te dijeron que tienes que comportarte; esperando no equivocarte, no fallarle a mamá, cumplir con lo que tu jefe espera de ti; cumplir una promesa a quien quizá no volverás a ver, a ti mismo, al que se sienta junto a ti en el camión y que espera que no le hables y que no voltees a verlo en todo el camino.
Esperas cumplir con todo eso para que no te miren con decepción y te digan, cuando se queden callados, que no era lo que esperaban, y espéralo, porque lo harán ¿Qué esperabas? ¿Qué recibirías el aumento que pediste? ¿Qué no te darían ropa el día de reyes? ¿Pensaste que hoy no te verían feo o que todo sería perfecto así como lo imaginaste en la cama de la que aún no te levantas porque no esperabas salir hoy?
Es entonces que te pones de pie y te miras al espejo y piensas si así esperabas verte ahora, cuando te lo preguntabas en la escuela mientras te quedabas esperando que el recreo se acabara porque no tenías con quien platicar.
Es entonces que decides cambiar. Esperas olvidarlo todo pero olvidas que no existe el olvido, y sales de nuevo con la esperanza de que todo va a salir bien, pero te das cuenta de que nada es como esperabas. Así que quieres que el día se termine, quieres regresar a casa, a la cama; sin ganas de voltear a ver al espejo, ni de volver a levantarte. Pero te levantas. Otra vez.
Y esperas lo mejor de la gente y la gente te falla y aun así la seguirás buscando, y mientras lo haces conocerás a un hombre, te dejará. Habrá días que esperarás que te llame; otras no volver a verlo. Pero no te dejará sola, te dejará esperando; una pequeña promesa, una pequeña criatura en tu vientre; pero esperas que sea niño, niña no, sufren mucho. Piensas qué nombre ponerle y te imaginas lo peor: es niña. ¿Entonces qué nombre le pondrías? El tuyo no, Esperanza no, le destruirá el espíritu, las ganas, la esperanza. ¡Y espérate! lo peor es cuando crezca. Ahí sí te la vas a ver bien complicada. Entonces esperas que no sufra cuando la decepcionen; esperas no llorar, que no se te cierre la garganta. Esperas tantas cosas.
Aunque puede ser, espero que no sea así. Hay, Esperanza, pobrecita de ti. Con ese nombre tan cargado de futuro, tan alejado de las cosas. Hay, Esperanza, perdona que te lo diga, te diría que espero que no me lo tomes a mal pero la verdad es que ya no sé qué esperar de ti; de ese apetito tuyo alimentado con promesas.
Así que te lo diré cómo lo pienso: Adiós. Perdona si te lo digo así, pero de frente no puedo. El sólo hecho de escucharte decir espera un momento me hizo adicto a la esperanza, a creer que cambiarías, tú, personita llena de fe, que tan tranquila dices que si Dios quiere se te quitará, esperemos, me dices. Pero no, veme, aquí sigo esperando de tantas veces que te he dejado. Adiós Esperanza. Adiós. Así es, adiós esperanza. Encontré la salida a este laberinto de puertas siempre abiertas que es tu vida.
Ya no me quiero levantar con ese mal sabor de boca que dejan las promesas. Y pensar que alguna vez esperé quedarme contigo. Por eso escribo esta carta para que no sea leída; porque no quiero imaginarme esperando a que la recibas, a que la leas. Le quitaré el nombre y todo lo que alimente la esperanza. Porque está vida es sólo de intentos; por eso intento decir lo que pienso; porque no hay un futuro seguro pero de seguro habrá un futuro.
Esta carta que no va dirigida a nadie es para ti, porque de seguro ya la leíste esperando encontrar algo. Así que mejor me despido. Adiós, te lo digo porque no tengo nada qué decir; que no se espere nada de mí; dejo esta carta para ti y para toda la gente que es como tú, a los que diario los levanta ese vicio a la esperanza; a los que por ahora viven de promesas, porque quizá algún día ya no habrá gente así, o al menos, eso espero.